En el cementerio, fue más de lo mismo. Lucinda estaba desconsolada, llorando sin control mientras contemplaba el féretro cubierto de flores de Jessie, sostenido por raíles de cobre sobre la desnuda y profunda abertura de la tumba. Era un caluroso día de verano, sin una sola nube en el cielo, y el radiante y ardiente sol pronto los tuvo a todos goteando de sudor. Pañuelos y variopintos trozos de papel fueron usados para abanicar lánguidamente los sudorosos rostros.
Webb estaba sentado al final de la primera fila de sillas plegables que habían sido colocadas bajo el dosel para la familia más cercana. Yvonne se sentó a su lado, sosteniendo firmemente su mano, y Sandra se sentó junto ella. El resto de la familia había ocupado las demás sillas, aunque nadie parecía impaciente por ser quien se sentara justo detrás de Webb. Finalmente Roanna ocupó aquella silla, una frágil aparición, que había ido quedándose cada vez más delgada desde el día del asesinato de Jessie. Por una vez, no tropezó ni tiró nada. Su rostro estaba pálido y remoto. Su pelo castaño oscuro, por lo general tan desordenado, estaba severamente retirado de su cara y recogido hacia atrás con una cinta negra. Ella solía estar siempre removiéndose, como si tuviera demasiada energía en su interior, pero ahora permanecía extrañamente inmóvil. Varias personas le lanzaron miradas curiosas, como si no estuvieran completamente seguros de su identidad. Sus facciones demasiado grandes, tan poco adecuadas para la delgadez de su cara, de alguna manera parecían adecuadas para la remota severidad que ahora la envolvía. Seguía sin ser bonita, pero tenía un algo…
Finalizaron las oraciones, y los afectados fueron discretamente alejados de la tumba para que el féretro pudiera ser bajado y la tumba rellenada. Nadie abandonó de hecho el cementerio, excepto unos cuantos que tenían otras cosas que hacer y no podía esperar más a que pasara algo. El resto se arremolinó alrededor, apretando la mano de Lucinda, besándola en la mejilla. Nadie se acercó a Webb. Permaneció de pie, solo, tal como lo hizo en tanatorio y después en la iglesia, con expresión severa y remota.
Roanna aguantó tanto como pudo. Lo había evitado, sabiendo lo mucho que debía odiarla, pero el modo en que la gente lo trataba la hizo sangrar por dentro. Se acercó a su lado y deslizó su mano en la de él, sus helados y frágiles dedos, aferrándose a la dureza y la cálida fuerza de los suyos. Él bajo la vista hacia ella, sus ojos verdes dándole una bienvenida tan cálida como el hielo.
– Lo siento,- susurró ella, sus palabras sólo audibles para él. Era intensamente consciente de todas las ávidas miradas clavadas sobre ellos, especulando sobre su gesto. -Es culpa mía que te traten así.- Las lágrimas anegaron sus ojos, enturbiando su visión cuando alzó la vista hacia él. -Solo quería que supieras que no… No lo hice con intención. No sabía que Jessie estaba bajando. No había hablado con ella desde el almuerzo.
Algo refulgió en sus ojos, y él tomó una larga y controlada bocanada de aire. -No importa,- dijo, y suave pero firmemente apartó su mano de su apretón. El rechazo fue como una bofetada. Roanna se tambaleó bajo el impacto, con expresión brutalmente desolada. Webb murmuró una maldición por lo bajo y de mala gana levantó la mano para estabilizarla, pero Roanna retrocedido. -Entiendo,- dijo, todavía susurrando. -No te molestaré más.- Y se escabulló, tan insustancial como un fantasma vestido de negro.
De alguna manera consiguió mantener la fachada. Era más fácil ahora, como si la capa de hielo que la rodeaba impidiera que todo la desbordara. El rechazo de Webb casi la había agrietado, pero después del golpe inicial, la capa se había espesado en defensa propia, haciéndose aún más fuerte. El ardiente sol caía sobre ella, pero Roanna se preguntó si volvería a sentir calor alguna vez.
Apenas había dormido desde la noche en que había encontrado el cuerpo de Jessie. Cada vez que cerraba los ojos, la sangrienta imagen parecía estar en el interior de sus párpados, donde no podía evitarla. La culpa y la infelicidad le impedían comer poco más que unos bocados, y había perdido incluso más peso. La familia era más amable con ella, quizás debido a su propio sentimiento de culpa por el modo en que la habían tratado inmediatamente después de que encontrara el cuerpo de Jessie, cuando creyeron que Roanna había matado a su prima, pero daba igual. Era demasiado poco, demasiado tarde. Roanna se sentía tan alejada de ellos, de todo, que a veces era como si ni siquiera estuviera allí.
Después de que la tumba hubiera sido cerrada y una multitud de flores colocada para cubrir la tierra, toda la familia y muchos otros condujeron de vuelta a Davencourt. La planta superior había estado clausurada durante dos días, pero después el sheriff Watts tan solo clausuró la escena del crimen y les había permitido hacer uso del resto de la planta, aunque todos se habían sentido extraños al principio. Sólo el primo Baron y su familia se alojaban en la casa, sin embargo, ya que todos los otros parientes vivían cerca. Webb no había dormido en Davencourt desde el asesinato de Jessie. Pasaba los días allí, pero por la noche se marchaba a un motel. La tía Gloria dijo que se sentía aliviada, porque no se habría sentido segura con él en casa durante la noche, y Roanna sintió ganas de abofetearla. Sólo el deseo de no causar a la abuela más tensión la contuvo.
Tansy había preparado enormes cantidades de comida para alimentar a la muchedumbre que esperaban y se alegro de la oportunidad de mantenerse ocupada. La gente deambuló, entrando y saliendo del comedor donde habían instalado el bufete, rellenando sus platos y volviéndose a juntar en pequeños grupos donde discutían sobre la situación en voz apagada.
Webb se encerró en el estudio. Roanna se marchó a los establos y se instaló en la cerca, encontrando consuelo en la contemplación del retozo de los caballos. Buckley la vio y trotó hacia ella, presionando su cabeza sobre la cerca para que lo acariciara. Roanna no había montado a caballo desde la muerte de Jessie; de hecho, esta era su primera visita a los establos. Rascó a Buckley detrás de las orejas y le canturreo dulcemente, pero su mente no estaba en lo que hacia y decía, eran solo gestos automáticos. Aún así, al caballo no pareció importarle; sus ojos se entrecerraron de placer, y emitió un ruidoso gruñido.
– Te ha echado de menos,- dijo Loyal, apareciendo detrás de ella. Se había quitado el traje que llevó al entierro y ahora vestía sus familiares pantalones de faena y botas.
– Yo también lo he echado de menos.
Loyal apoyó los brazos sobre el travesaño superior y contempló su reino, su mirada se fue tornando más cálida conforme miraba a los animales, lustrosos y rebosantes de salud, que amaba. -No tienes buen aspecto,- le dijo, sin rodeos. Tienes que cuidarte más. Los caballos te necesitan.
– Esta siendo una mala época,- contestó ella, con voz aplanada.
– Si, es cierto,- estuvo de acuerdo. -Todavía no parece real. Y es una vergüenza como trata la gente al señor Webb. Venga ya, él no ha matado a la señorita Jessie más que yo. Cualquiera que lo conozca sabría eso.- Loyal había sido ampliamente interrogado sobre la noche del asesinato. Había oído a Webb marcharse y había estado de acuerdo con todos los demás que en que había sido aproximadamente entre las ocho y las ocho y media, pero no había oído ningún coche después de eso hasta que llamaron al sheriff y empezaron a llegar los coches patrulla del condado a la escena. Lo había despertado de un profundo sueño el grito de Roanna, un sonido que aún conseguía que se estremeciera cuando lo recordaba.
– La gente sólo ve lo que quiere ver,- dijo Roanna. Al tío Harlan le encanta escuchar el sonido de su propia voz, y la tía Gloria es tonta.
– ¿Qué crees que pasará ahora? Con ellos viviendo aquí, quiero decir.
– No lo sé.
– ¿Cómo va a resistirlo la señorita Lucinda?
Roanna sacudió la cabeza. -El Doctor Graves la mantiene ligeramente sedada. Amaba muchísimo a Jessie. Sigue llorando todo el tiempo.- Lucinda se había ido apagando alarmantemente desde la muerte de Jessie, como si esto hubiera sido un golpe demasiado terrible incluso hasta para alguien como ella. Había depositado todas sus esperanzas para el futuro sobre Webb y Jessie, y ahora era como si estas hubiesen sido destruidas, con Jessie muerta y Webb sospechoso de su asesinato. Roanna esperó durante días que la Abuela se acercara a Webb y abrazándolo, le dijera que ella creía en él. Pero por la razón que fuera, que la abuela estaba demasiado paralizada por la pena o tal vez porque realmente pensó que Webb podría haber matado a Jessie, tal cosa no había sucedido. ¿No podía ver la abuela lo mucho que Webb la necesitaba? ¿O estaba tan sumida en su propio dolor que no podía ver el de él?