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En una breve e infernal semana, su esposa había sido asesinada, su vida al completo y su reputación destruida, y su familia le había dado la espalda. Había pasado de ser el príncipe a convertirse en un paria.

Estaba harto de todos ello. La bomba que Booley había soltado hoy era la gota que colmaba el vaso. Había trabajado como un esclavo durante años para mantener a la familia en el nivel al que se habían acostumbrado, bien instalados en el regazo de la riqueza, sacrificando su vida privada y cualquier posibilidad que pudiera haber tenido de construir un verdadero matrimonio con Jessie. Pero cuando había necesitado que su familia presentara un frente unido, apoyándolo, no habían estado allí. Lucinda no lo había acusado pero tampoco le había brindado el menor apoyo, y estaba cansado de bailar a su son. En cuanto a Gloria y Harlan y su prole, al diablo con ellos. Sólo su madre y la tía Sandra habían creído en él.

Roanna. ¿Y ella? ¿Había puesto ella esta pesadilla en marcha, arremetiendo contra Jessie sin la más mínima consideración por el daño que pudiera causarle a él? De alguna forma, a otro nivel, la traición de Roanna era más amarga que la de los demás. Se había acostumbrado demasiado a su adoración, al cómodo compañerismo que tenía con ella. Su excéntrica personalidad y su lengua rebelde lo había divertido, lo había hecho reírse aun cuando estaba tan exhausto que casi se caía de bruces. Un Grand Pricks [2], efectivamente, el diablillo.

En el entierro, le dijo que no había planeado la escena en la cocina, pero la culpa y la aflicción estaban escritas por todas partes en aquel delgado rostro. Tal vez lo hizo, tal vez no. Pero ella también lo había evitado, cuando él habría vendido su alma por algo de consuelo. Booley no consideraba a Roanna sospechosa del asesinato de Jessie, pero Webb no podía olvidar la mirada de odio que había visto en sus ojos, o el hecho de que ella había tenido la oportunidad. Todos en la casa habían tenido la oportunidad de hacerlo, pero Roanna era la única que odiaba a Jessie.

Simplemente, no lo sabía. Había mantenido la boca cerrada para protegerla incluso aunque ella no lo hubiera apoyado. Había mantenido la boca cerrada sobre que el bebé de Jessie no era suyo, dejando que el posible asesino saliera impune, porque él mismo habría resultado el sospechoso más probable. Estaba malditamente cansado de que siempre lo pillaran en medio, Al diablo con todos ellos.

Detuvo el coche en la calzada y contempló la casa, Davencourt. Esta era la encarnación de su ambición, un símbolo de su vida, el corazón de la familia Davenport. Tenía personalidad propia, una vieja casa que había abrigado generaciones de Davenport en el interior de sus elegantes proporciones. Cuando estaba lejos en viaje de negocios y pensaba en Davencourt, en su imaginación siempre la veía rodeada de flores. En la primavera, los arbustos de azaleas se cubrían de color. En verano, las rosas y las pervincas tomaban el relevo. En otoño eran los crisantemos, y en invierno los arbustos de camelias rosadas y blancas. Davencourt siempre estaba en flor. Amaba eso con una pasión que nunca había sentido por Jessie. No podía culpar de lo que había pasado solo a los demás, porque él también era culpable, ya que al analizar su matrimonio había pesado más en él el legado que la mujer.

Al diablo con Davencourt, también.

Aparcó en la avenida delantera y entró por la puerta principal. La conversación en la sala de estar se detuvo abruptamente, como había estado sucediendo las últimas semanas. No echó ni un vistazo en esa dirección cuando se dirigió a zancadas hacia el estudio y se sentó tras el escritorio.

Trabajó durante horas, completando informes financieros, rellenando impresos, devolviendo el control activo de todas las empresas Davenport a las manos de Lucinda. Cuando hubo terminado, se levantó, salió de la casa, y se fue sin mirar atrás.

LIBRO TERCERO. El regreso

Capítulo 8

– Tráeme a Webb de vuelta,- dijo Lucinda a Roanna.-Quiero que le convenzas para que vuelva a casa

El rostro de Roanna no mostró su conmoción, aunque reverberaba por todo su cuerpo. Con elegancia y delicadeza posó su vaso de té sobre el pequeño posavasos sin mostrar el más mínimo indicio de nerviosismo. ¡Webb! Sólo el sonido de su nombre aún tenía el poder de traspasarla, removiendo el viejo y doloroso sentimiento de anhelo y culpa, aunque ya habían transcurrido diez años desde que lo vio por última vez, desde que todos lo habían visto.

– ¿Sabes dónde está?- preguntó serenamente. A diferencia de Roanna, la mano de Lucinda tembló cuando posó su vaso. Sus ochenta y tres años pesaban sobre Lucinda, y el constante temblor en sus manos era otro pequeño indicio de que su cuerpo le fallaba. Lucinda se estaba muriendo. Ella lo sabía, todos lo sabían. No inmediatamente, ni siguiera pronto, pero ahora era verano y seguramente no vería otro verano más. Su voluntad de hierro había soportado mucho, pero lentamente se había doblegado bajo el inexorable paso del tiempo.

– Por supuesto. Contraté a un detective para encontrarlo. Yvonne y Sandra lo han sabido durante todo este tiempo, pero no me lo quisieron decir,- dijo Lucinda con una mezcla de ira y exasperación. -Se ha mantenido en contacto con ellas, y ambas le han visitado de vez en cuando.

Roanna veló sus ojos con las pestañas, llevando cuidado en no mostrar ninguna expresión. Así que lo habían sabido todo este tiempo. A diferencia de Lucinda, ella no les podía culpar. Webb lo había dejado bien claro, no tenía interés por el resto de la familia. Aun así, dolía. Su amor por él había sido la única emoción que no pudo bloquear. Su ausencia había sido como una herida abierta siempre sangrando, y en estos diez años no se había curado, aún goteaba dolor y remordimiento.

Pero había sobrevivido. Sin saber bien cómo, al enterrar todas sus emociones había sobrevivido. Desapareció la alegre y exuberante muchacha, rebosante de energía y travesuras. En su lugar había una fría y remota joven mujer, que nunca se precipitaba, nunca perdía los nervios, raramente sonreía, y menos aun reía abiertamente. Las emociones se pagaban con dolor; había aprendido esa amarga lección cuando su irreflexión, su estúpida emotividad había arruinado la vida de Webb.

Con su personalidad de entonces no era valorada ni querida, así que se destruyó a si misma y de las cenizas construyó una nueva persona, una mujer que nunca conocería la cumbre pero que jamás caería de nuevo en las profundidades. De alguna forma había puesto en movimiento la cadena de sucesos que le costaron la vida a Jessie y desterraron a Webb de las suyas, así que se había asignado con determinación la tarea de la expiación. No podía reemplazar a Jessie en el amor de Lucinda, pero por lo menos podía dejar de ser una carga y una decepción.

Había asistido a la Universidad de Alabama en vez de a la exclusiva Universidad de chicas que al principio se pensó, y obtuvo una licenciatura en dirección de empresas así que pudo ser de ayuda para Lucinda en la gestión de los negocios, puesto que Webb ya no estaba ahí para hacerse cargo de ello. A Roanna no le gustaba la carrera pero se obligó a estudiar duramente y a obtener buenos resultados. ¿Y qué si lo encontraba aburrido? Era un pequeño precio a pagar.

Se obligó a aprender como vestir, para que Lucinda no se sintiera avergonzada de ella. Se había apuntado a un cursillo para mejorar su forma de conducir, había aprendido a bailar, cómo aplicarse el maquillaje, a sostener una conversación educada, a ser socialmente aceptable. Había aprendido a dominar su loco entusiasmo que en tantas ocasiones la habían metido en problemas cuando era una niña, pero eso no había sido difícil. Después de que Webb desapareciera su problema consistió en volver a sentir alegría por vivir y no lo contrario.

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[2] Juego de palabras con una marca de coche: Pontiac Grand Prix. Sin embargo, Pricks significa “polla”, “picha” “gilipollas”…