Выбрать главу

Nada importaba. Esa había sido su letanía, su maldición durante diez años. -Es tuyo para dejárselo a quien tú quieras. Webb era el heredero que elegiste. Y tienes razón; lo hará mucho mejor de lo que jamás pudiera hacerlo.

Podía sentir que su tono tranquilo y uniforme perturbaba a Lucinda, pero infundir pasión a sus palabras era algo que la sobrepasaba.

– Pero tú eres una Davenport,- argumentó Lucinda, como si quisiera que Roanna justificara su propia decisión respecto a ella. -Algunas personas dirán que Davencourt es tuyo por derecho, porque Webb es un Tallant. Es pariente consanguíneo mío, pero no es un Davenport, y ni siquiera está tan estrechamente relacionado conmigo como tú.

– Pero es la mejor elección.

Gloria entró en el salón a tiempo de escuchar el último comentario de Roanna. -¿Quién es la mejor elección?- exigió, dejándose caer en su silla favorita. Gloria tenía setenta y tres años, diez años menos que Lucinda y mientras que el pelo de Lucinda era totalmente blanco, Gloria tercamente se resistía a la naturaleza y mantenía teñidos sus suaves rizos en un delicado tono rubio.

– Webb,- contestó lacónicamente Lucinda.

– ¡Webb!- Conmocionada, Gloria se quedó mirando fijamente a su hermana. -Por el amor de Dios, ¿para qué otra cosa podría ser él la mejor elección, excepto para la silla eléctrica?

– Para dirigir Davencourt, y la parte financiera de los negocios.

– ¡Estarás de broma! Bueno, nadie querrá tratar con él…

– Sí, lo harán,- dijo Lucinda, con voz férrea. -Si él está al cargo, todos harán negocios con él, o desearan no haber sido tan estúpidos.

– No sé por qué has sacado a relucir su nombre, ya que nadie sabe dónde está…

– Yo lo he encontrado,- la interrumpió Lucinda. -Y Roanna va a ir a hablar con él para que vuelva.

Gloria miró a Roanna como si de repente le hubiesen salido dos cabezas. -¿Estás loca?- le preguntó, con voz estrangulada. -¡No lo dirás en serio, querer traer a un asesino entre nosotros! ¡Vaya, no podría pegar ojo por la noche!”

– Webb no es un asesino,- dijo Roanna, tomándose su té sin dignarse a mirar a Gloria. También había dejado de pensar en Gloria como su tía. En algún momento de la noche, después de que Webb se alejara de sus vidas, los títulos de parentesco con los que había tratado a la gente se habían desvanecido, como si la distancia emocional que había tomado no le permitiera hacer uso de ellos. Sus familiares ahora eran sencillamente Lucinda, Gloria, Harlan.

– ¿Entonces porqué desapareció de esa forma? Sólo alguien con mala conciencia habría huido.

– ¡Cállate!- le espetó Lucinda. -Él no huyó, se hartó y decidió marcharse. Hay una diferencia. Le defraudamos, no le culpo por darnos la espalda. Pero Roanna tiene razón; Webb no mató a Jessie. Nunca pensé que lo hiciese.

¡Bueno, Booley Watts evidentemente sí lo hizo!

Lucinda descartó las ideas de Booley con un gesto de la mano. -No importa. Creo que Webb es inocente, no había pruebas en su contra, así que en lo que respecta a la ley él es inocente, y yo quiero que regrese.

– ¡Lucinda no seas una vieja tonta!

Los ojos de Lucinda relampaguearon con un repentino fulgor que desmentía su edad. -Creo que puedo afirmar con seguridad,” dijo, arrastrando las palabras, “que nadie jamás me ha considerado una tonta, vieja o joven. Y vivió para contarlo, era el mensaje que se escondía en su tono de voz. Ochenta y tres años o no, muriéndose o no, Lucinda aún conocía el alcance de su poder como matriarca de la fortuna Davenport, y no se avergonzaba de hacérselo saber a todo el mundo.

Gloria retrocedió y se giró hacia Roanna, un blanco más fácil. -No dirás en serio que lo vas a hacer. Dile que es una locura.

– Estoy de acuerdo con ella.

La ira relampagueo en los ojos de Gloria ante la queda afirmación. -¡Era de esperar!” dijo, con brusquedad. -No te creas que se me ha olvidado que tratabas de meterte en su cama cuando…

– ¡Cállate!- dijo Lucinda ferozmente, elevándose a medias de la silla como si quisiera atacar físicamente a su hermana. -Booley explicó lo que en realidad pasó entre ellos, y no dejaré que se saque de contexto. Tampoco dejaré que atormentes a Roanna. Ella sólo hace lo que yo le he pedido.

– ¿Pero por que quieres hacerlo volver?” gimió Gloria, dejando a un lado su agresividad y Lucinda volvió a dejarse caer en la silla.

– Porque le necesitamos. Ahora mismo estamos llevando los asuntos entre Roanna y yo, pero cuando muera, se verá desbordada de trabajo.

– Oh, tonterías, Lucinda, nos vas a sobrevivir…

– No,- dijo Lucinda, enérgicamente, cortando la declaración que tantas veces antes había escuchado. -No os voy a sobrevivir a ninguno. Y aunque pudiera no quiero. Necesitamos a Webb. Roanna va a ir a verle y le traerá a casa, y se acabó.

A la noche siguiente, Roanna estaba sentada en la zona más en penumbra de una pequeña y lúgubre cantina, con la espalda pegada a la pared mientras observaba en silencio a un hombre sentado relajadamente en uno de los taburetes del bar. Lo había estado observando durante tanto tiempo y tan fijamente que le dolían los ojos del esfuerzo que le suponía mirar a través del oscuro y lleno de humo interior. La mayor parte del tiempo no pudo escuchar nada de lo que decía, lo acallaba la vieja máquina de discos situada en la esquina, el estrepitoso ruido de la bolas de billar chocando entre sí el sonido de las palabrotas y las conversaciones, pero de cuando en cuando podía percibir un cierto tono, un acento, que fuera de toda duda era suyo mientras hacía un comentario casual bien al hombre que estaba a su lado o al camarero.

Webb. Habían pasado diez años desde la última vez que lo vio, diez años desde que se sintió viva. Sabía y lo había aceptado que todavía lo amaba, seguía siendo vulnerable a él, pero en cierta manera el monótono transcurrir de días durante diez años había desdibujado en su memoria lo aguda que había sido siempre su reacción hacia él. Todo lo que había hecho falta era ese fugaz vistazo de él para recordárselo. La avalancha de sensaciones era tan intensa que rayaba en el dolor, como si las células de su cuerpo hubiesen despertado a la vida. Nada había cambiado. Seguía reaccionando de la misma manera que antes, su corazón latía desbocado y la excitación tensaba todos y cada uno de sus nervios. Sentía la piel tirante y ardiente y la carne bajo de ella palpitaba dolorida. El ansia de tocarlo, de estar lo suficientemente cerca de él para poder oler el almizclado y masculino aroma de su esencia, único y que jamás había olvidado, era tan grande, que se sentía casi paralizada por el deseo.

Pero a pesar de todo su anhelo, no conseguía reunir el valor suficiente para acercarse a él y hacerse notar. A pesar de la resuelta confianza de Lucinda en que ella le podría convencer para que regresara a casa, Roanna no esperaba ver otra cosa en esa verde mirada que aversión y rechazo. La anticipación al dolor la hacia continuar sentada. Había vivido con el dolor de su pérdida durante los diez últimos años, pero era un dolor familiar, y había aprendido a vivir con él. No estaba muy segura de poder soportar cualquier otro tipo de dolor. Un nuevo golpe la hundiría, posiblemente sin posibilidad de recuperación.

No era la única mujer en el bar, pero le dirigían las suficientes miradas masculinas de curiosidad para ponerla nerviosa. Webb no; era totalmente ajeno a su presencia. Hasta ese momento la habían dejado en paz, ya que deliberadamente había tratado de no llamar la atención. Vestía con sencillez, recatadamente, con unos pantalones holgados verde oscuro y una camiseta color crema, no era la vestimenta de una mujer que va a la ciudad buscando marcha. No miraba a nadie a los ojos y no dejaba vagar su mirada alrededor con interés. Con los años había aprendido a pasar lo más inadvertida posible, y esta noche eso la había ayudado mucho. Aunque, tarde o temprano, algún vaquero se armaría de suficiente valor para ignorar su señal de “mantente lejos” y se acercaría a ella.