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Su amargura era mucho más profunda de lo que había esperado, su rabia tan ardiente como el día en que salió de sus vidas. Aunque debería de haberlo sabido, y Lucinda también. Siempre habían sido conscientes de la fuerza de su carácter; por eso, cuando tenía catorce años, Lucinda lo escogió para que fuese su heredero y el guardián de Davencourt. Traicionarlo como lo hicieron, había sido como dar un tirón del rabo a un tigre, y ahora tenía que enfrentarse a sus garras y colmillos.

– Quiere que vuelvas a casa y tomes las riendas de nuevo.

– Seguro que sí. La buena gente de Colbert County no se ensuciarían las manos haciendo negocios con un sospechoso de asesinato.

– Si que lo harían. Con Davencourt y todo lo demás perteneciéndote, no les quedaría mas remedio que hacerlo, o perder una enorme cantidad de sus ingresos.

El soltó una estridente y ronca carcajada. -¡Dios mío, debe de estar desesperada de que vuelva si está dispuesta a comprarme! Sé que ha cambiado su testamento, probablemente a tu favor. ¿Qué ha pasado? Ha tomado algunas malas decisiones, y ahora necesita que yo le salve el culo a la familia financieramente hablando

Le ardían los dedos por las ansias de extenderlos y suavizar las líneas de rabia que marcaban su frente, pero se contuvo, y el esfuerzo que le supuso se reflejó en su voz.

– Quiere que vuelvas a casa por que te quiere y siente lo que ha pasado. Necesita que vuelvas a casa porque se está muriendo. Tiene cáncer.

Se quedó mirándola con fijeza en la oscuridad, y entonces abruptamente le soltó la mandíbula y giró la cabeza. Pasado unos momentos dijo, “Maldita sea,” y con violencia descargó el puño contra el volante. -Siempre ha sido buena manipulando a la gente. Dios sabe que Jessie lo aprendió bien.”

– ¿Entonces volverás?- preguntó Roanna, vacilante, incapaz de creer que era eso lo que quería decir.

En vez de contestar, se volvió a girar hacía ella y tomó de nuevo su cara en su mano. Se inclinó más, tan cerca que podía ver el brillo de sus ojos y oler el alcohol en su aliento. Consternada, de pronto se dio cuenta que no estaba precisamente sobrio. Debería haberlo supuesto, le había visto beber, pero no había pensado…

– ¿Qué me dices de ti?- exigió el, en tono bajo y adusto. -Todo lo que he escuchado es lo que quiere Lucinda. ¿Qué es lo que quieres tú? ¿Tú quieres que vuelva a casa, la-pequeña-Roanna-tan adulta? ¿Cómo ha conseguido que le hagas el trabajo sucio, sabiendo que si lo consigues perderás un montón de dinero y propiedades?-Hizo una pausa. -¿Supongo que era a eso a lo que te referías, que si regreso cambiará de nuevo su testamento, dejándomelo todo?

– Sí,- susurró ella.

– Entonces eres una tonta,- susurró él, con sorna, y liberó su cara. -Mira, porque no vuelves trotando, como el buen perrito faldero en el que te has convertido, y le cuentas que lo hiciste lo mejor que pudiste pero que no estaba interesado.

Absorbió también el dolor de ese golpe, y lo enterró en el fondo de su caparazón, donde el daño no era visible. La expresión con la que se enfrentó a él era tan plácida y vacía como la de una muñeca. -Yo también quiero que vuelvas a casa. Por favor.

Pudo sentir su intensa mirada posándose en ella, como un rayo láser identificando su objetivo. -Bueno, ¿y por qué ibas a quererlo?- le preguntó dulcemente. – A menos que de verdad seas una tonta. ¿Eres una tonta, Roanna?

Ella abrió la boca para contestar pero él le puso un calloso dedo sobre los labios. -Hace diez años lo empezaste todo al ofrecerme saborear ese delgado cuerpecito. En ese momento, creí que eras demasiado inocente para saber lo que estabas haciendo, pero desde entonces he pensado mucho sobre ello, y ahora creo que sabías exactamente como iba a reaccionar, ¿No es así?

Su dedo seguía cubriendo sus labios, delineando suavemente su sensible contorno. Esto era lo que ella más temía, tener que enfrentarse a sus amargas acusaciones. Cerró los ojos y asintió con la cabeza.

– ¿Sabías que Jessie estaba bajando las escaleras?

¡No! Su negación hizo que sus labios se movieran contra su dedo, haciendo hormiguear su boca.

– ¿Así que me besaste porque me deseabas?

¿Qué importaba el orgullo? Pensó ella. Lo había amado toda su vida. Primero lo quiso como a su héroe de infancia, después con un desmesurado enamoramiento juvenil, y finalmente con la pasión de una mujer. El último cambio había ocurrido, posiblemente cuando descubrió a Jessie engañándolo con otro hombre y supo que no podía decir nada, porque al hacerlo le haría daño a Webb. Siendo más joven, se habría deleitado metiendo a Jessie en problemas, y lo hubiese contado de inmediato. En aquel momento había antepuesto el bienestar de Webb a sus propios impulsos, pero entonces se había rendido a otro impulso cuando lo besó, y él acabo pagando el precio al final.

Sus dedos presionaron con más fuerza.- ¿Lo hacías?- insistió el. -¿Me deseabas?

– Sí, dijo en voz baja, abandonando cualquier resto de orgullo o auto conservación. -Siempre te he deseado.

– ¿Y qué me dices ahora?- Su tono era enojado, inexorable, empujándola hacia una conclusión que no podía deducir.- ¿Me deseas ahora?

¿Qué quería que le dijera? Quizá sólo quería su completa humillación. Si la culpaba por todo lo que le había pasado, posiblemente éste era el precio que ella tendría que pagar.

Asintió.

– ¿Cuánto me deseas?- Inesperadamente su mano se deslizó por dentro de la chaqueta y le cubrió el pecho.- ¿Lo justo para dejarme probar un poco, tentarme? ¿O lo suficiente para darme lo que me ofreciste hace diez años?”

La respiración de Roanna se detuvo con resuello, congelada por la sorpresa. Lo miró impotente, sus ojos oscuros tan abiertos que parecían ocupar todo su pálido semblante.

– ¿Qué contestas?,- murmuró el, su inmensa mano aun le quemaba el pecho, apretando ligeramente como si estuviese probando la elasticidad y firmeza de su carne. -Hace diez años que pagué por esto, pero jamás lo obtuve. Regresaré y me haré cargo de los negocios de Lucinda, pero sólo si me das lo que todos pensaron que ya me habías dado entonces.”

Paralizada, entendió por fin a lo que se refería, dándose cuenta de que los años transcurridos le habían vuelto más duro, más de lo que ella sospechaba. El viejo Webb jamás hubiese hecho algo así-o tal vez siempre existió tal rudeza en su interior pero nunca tuvo necesidad de usarla. El acero había salido a la superficie.

Así que, esta era su venganza por su romántica emboscada juvenil, que tanto le había costado. Si regresaba a casa recobraría Davencourt, como recompensa pero también quería que Roanna lo recompensara personalmente, y el precio era su cuerpo.

Lo miró de frente, a este hombre al que siempre había amado.

“Muy bien,” susurró.

Capítulo 9

La habitación del motel era pequeña y lúgubre, y hacía un frío que te calaba hasta los huesos. Roanna estaba segura de que existían mejores moteles en Nogales, ¿Así que por qué la traía aquí? ¿Porque era el más cercano o por que quería demostrarle lo poco que significaba ella para él?

Era necesario un gran ego para pensar que ella pudiera significar algo para él, y algo de lo que Roanna carecía era de ego. Por dentro se sentía pequeña y marchita, y una nueva carga de culpabilidad se añadía al peso que ya acarreaba: él pensaba que la estaba castigando y de alguna forma lo hacía, pero una parte oculta de ella de repente se sentía vertiginosamente extasiada al saber que muy pronto estaría en sus brazos.

Esa parte era diminuta y estaba profundamente enterrada. Sentía tanto la vergüenza como la humillación que él quería hacerla sentir. No estaba segura de si tendría el suficiente valor para llevarlo a cabo, y desesperadamente pensó en Lucinda, enferma y debilitada por la edad, necesitando, antes de que poder morir en paz, el perdón de Webb. ¿Podría hacerlo, tumbarse y dejar que utilizara fríamente su cuerpo, aún por Lucinda?