El ignoró sus esfuerzos como si ella le estuviese sosteniendo la mano en vez de tratar de apartarla. Podía sentir cómo la tanteaba, tratando de introducir un segundo dedo junto al otro, sentía la súbita resistencia de su cuerpo aterrorizado. El lo intentó de nuevo, y ella se estremeció.
El se quedó inmóvil, y su suave juramento explotó en el silencio.
Entonces todo se giró patas arriba cuando la agarró y la tiró sobre la cama, dándole la vuelta y arrastrándola sobre su cuerpo para tumbarla a su lado. Los ojos de Roanna se abrieron para luchar contra el repentino mareo, y deseó haberlos mantenido cerrados.
Estaba inclinado tan cerca de ella que podía ver las líneas oscuras que moteaban sus ojos verdes, tan cerca que podía sentir el calor de su aliento sobre su cara, oler el tequila. Estaba despatarrada de espaldas, con su pierna derecha anclada sobre su cadera. Su mano aún continuaba entre sus muslos abiertos, la yema de su dedo moviéndose inquieta alrededor de la tierna apertura que se había humedecido para él.
Experimentó otra oleada de mortificación, al estar desnuda mientras que él estaba completamente vestido, de que la estuviese tocando en su lugar más intimo y mientras lo hacía observara su cara. Sintió cómo sus mejillas y sus pechos ardían, tornándose encarnados.
De nuevo volvió a introducir en ella el dedo, profundamente, y todo el tiempo mantuvo la mirada clavada en la suya. Roanna no pudo contener otro gemido, y anhelaba el dudoso consuelo de los ojos cerrados, pero no pudo apartar la mirada. Sus oscuras cejas se fruncieron sobre el fiero brillo de sus verdes ojos. Confusa, se percató de que estaba enfadado, pero era una ardiente cólera en vez del frío disgusto que había esperado.
– Eres virgen, -dijo, categórico.
Sonaba como una acusación. Roanna lo miró fijamente, preguntándose cómo lo había adivinado, preguntándose porque estaba tan enfadado.
– Sí,- admitió, y de nuevo se ruborizó.
El contempló como el rubor coloreaba sus senos, y ella vio como el brillo de sus ojos se incrementaba. Su mirada se clavó con intensidad sobre sus pechos, sobre sus pezones. Apartó la mano de entre sus piernas, su dedo aún húmedo de su cuerpo. Lentamente, con la vista todavía clavada sobre sus senos, empezó a acariciarle un pezón con ese dedo mojado, esparciendo sus propios jugos sobre la dura protuberancia. Un ronco y hambriento sonido retumbó en su garganta. Se inclinó sobre ella y puso los labios alrededor del pezón que acababa de ungir, succionando con fuerza, saboreando con la boca su sabor.
El placer casi la hizo añicos. La fiera presión, el áspero roce de su lengua y dientes, hicieron que una corriente de puro fuego la recorriese de arriba abajo. Roanna se arqueaba en sus brazos, chillando, y sus manos se aferraban a su pelo para mantener quieta su cabeza. Se inclinó sobre el otro pecho y lamió con fuerza ese pezón hasta que estuvo de un color rojo oscuro, mojado, y extremadamente erecto.
De mala gana levantó la cabeza, observando su obra con fiera y hambrienta concentración. Sus labios, como sus pezones, estaban oscuros y húmedos y, ligeramente entreabiertos ya que su respiración pasaba entre ellos, veloz y entrecortada. El calor que emanaba de su enorme cuerpo disipó cualquier resto de frío que pudiese haber sentido.
– No tienes por qué hacer esto, dijo él, las palabras fueron tan roncas que sonaron como si se las hubieran arrancado de la garganta. -Es tu primera vez… Regresaré de todas formas.
La decepción la atravesó, deslizándose como un puñal directo al corazón. Todo el color desapareció de su rostro, y se lo quedó mirando con expresión herida en los ojos. Quitarse la ropa había sido difícil, pero una vez que la hubo tocado, se había perdido gradualmente en una creciente oleada de sensualidad, a pesar de la conmoción que sentía ante cada nueva caricia. La parte más oculta de ella estaba delirante de éxtasis, saboreando cada caricia de esas rudas manos, y esperando, con ansia apenas contenida, más.
Y ahora él quería parar. No le atraía lo suficiente para continuar.
Se le cerró la garganta. Apenas un tenso susurró logró escapar de la súbita constricción. -¿No me…no me deseas?
Fue un débil ruego, pero él lo escuchó. Sus ojos se dilataron hasta el extremo que sólo un anillo de verdor brilló con ferocidad alrededor de sus negras pupilas. Le agarró la mano, la arrastró hacía abajo sobre su cuerpo, y la apretó con fuerza sobre su erecto pene a pesar del instintivo esfuerzo de ella por retirarla, una acción que subrayaba su inocencia.
Roanna se quedó helada de asombro. Bajo los vaqueros notaba el duro bulto. Era largo y grueso, su calor quemaba a través de la gruesa tela, y palpitaba con vida propia. Ella curvó la mano, agarrándolo a través de los vaqueros.
– Por favor, Webb. Quiero que lo hagas,- jadeó.
Por un terrorífico momento pensó que se iba a negar, pero entonces con un repentino y violento movimiento salio de la cama y empezó a quitarse la ropa. Ella apenas era consciente de que él la miraba mientras que ella lo miraba a él. No podía ocultar la fascinación que se dibuja en su cara mientras observaba su cuerpo, los anchos hombros, su pecho musculoso y cubierto de vello y el ondulado abdomen. Con cuidado se bajo la cremallera y, entonces, de un solo movimiento, se bajó los calzoncillos y los vaqueros. Ella parpadeó, mirando fija y perplejamente su palpitante erección, que había saltado hacia adelante cuando se liberó del confinamiento de sus vaqueros. Un nuevo rubor caldeó sus mejillas.
El se detuvo, respirando entrecortado.
De repente aterrorizada de hacer cualquier cosa que lo hiciera detenerse, Roanna se mantuvo inmóvil y en silencio, obligándose a apartar la mirada de su cuerpo. Pensó que moriría si se alejaba de ella ahora. Pero él deseaba hacerlo con ella, eso lo sabía. Era inexperta, pero no era lo mismo que ser ignorante. Estaba muy excitado, y no lo estaría si no estuviese interesado.
El resplandor de la luz le daba de lleno en los ojos. Deseó que la apagara, pero no se lo pidió. El colchón se hundió bajo su peso, y ella extendió las manos para mantener el equilibro, ya que el barato colchón no daba demasiada estabilidad.
No le concedió ni instante para pensar, para que pudiera cambiar de opinión, ni tiempo para sentir pánico. Se instaló encima de ella, sus duras caderas empujando contra las suyas y separándolas, y sus hombros ocultaron la luz. Roanna apenas tuvo tiempo de tomar aire antes de que él pusiese sus manos a ambos lados de su cabeza, sujetándola mientras se inclinaba y cubría su boca con la suya. Su lengua la tanteó, y ella separando los labios la aceptó. Simultáneamente sintió su ardiente pene, duro como una roca, empezando a empujar contra la suave entrada entre sus piernas.
El corazón le dio un violento vuelco, estrellándose contra sus costillas. Emitió un tenue sonido de aprensión, pero la boca de él lo sofocó al profundizar su beso, penetrándola al mismo tiempo con ambos, la lengua y el pene.
A pesar de su excitación y a pesar de la humedad que la preparaba para él, no era fácil. Por alguna razón creyó que simplemente se deslizaría dentro de ella, pero no funcionaba de esa forma. El balanceaba sus caderas adelante y atrás, introduciéndose, con cada movimiento, un poco más dentro de ella. Su cuerpo se resistía a la creciente presión; el dolor la sorprendió, la consternó. Trató de soportarlo sin mostrar ninguna reacción, pero con cada empuje, iba progresivamente peor.
Gimió, conteniendo la respiración. Estaba muy equivocada, si esperaba que él se detuviera. Webb, se limitó a tensar los brazos y sujetarla firmemente bajo él, controlándola con su peso y su fuerza, toda su atención y resolución concentradas en penetrarla. Ella le clavó las uñas en la espalda, llorando ahora por el dolor. El empujó con más intensidad y su tierna carne cedió bajo la presión, dilatándose alrededor de su gruesa longitud mientras que él se introducía profundamente en ella. Finalmente estaba en su interior hasta la empuñadura, y ella se retorcía en vano debajo de él, tratando de encontrar algo de alivio.