Ahora que había alcanzado su meta masculina, comenzó a tranquilizarla, pero no se apartó, usando las caricias y las palabras para relajarla y calmarla. Continúo sosteniendo su cabeza entre sus manos, y le canturreaba dulcemente mientras limpiaba las saladas lágrimas saladas que corrían por las mejillas, con besos. -Shh, shh, -murmuró él. -Cariño, quédate quieta. Sé que duele, pero en un minuto se te pasará.
El apelativo cariñoso la reconfortó como nada más podría haberlo hecho. No podía odiarla verdaderamente, no cuando la llamaba “cariño” Lentamente se fue calmando, relajándose tras la frenética lucha por acomodarlo. Algo de su propia tensión se mitigó, y hasta ese momento no se dio cuenta de lo tensos que había tenido los músculos. Jadeando, se suavizó debajo de él.
Su respiración se calmó, se volvió más profunda. Ahora que no sentía tanto dolor, algo de su placer retornó. Con creciente asombro le sintió muy dentro de ella, palpitando excitado. Era Webb, quien la penetraba tan íntimamente, Webb quien la acunaba entre sus brazos. Sólo una hora antes le había observado a través de un bar apenas iluminado, temiendo el momento en que tuviese que abordarle, y ahora estaba desnuda bajo su poderoso cuerpo. Levantó la mirada hacia él, encontrándose con sus deslumbrantes ojos verdes, estudiándola tan intensamente, que parecía como si la atravesara hasta los huesos.
La besó, besos rápidos, fuertes, que hacían que su boca tratase de atrapar la suya, implorando más, preparándola para más.
– ¿Estas lista? Le pregunto él.
No tenía ni idea de a lo que se refería. Lo miró desconcertada, y una tensa sonrisa asomó a sus labios.
– ¿Para qué?
– Para hacer el amor.
Ella le miró aún más desconcertada. -¿No es eso lo que estamos haciendo?- susurró ella.
– No del todo. Casi.
– Pero tú estas… dentro de mí.
– Aún hay más.
De la confusión pasó a la alarma. -¿Más? -Intentó zafarse de él, apretándose contra el colchón.
El sonrió, aunque parecía que le costaba hacer el esfuerzo.-No más de mí. Sino más que hacer.
– Oh.- La palabra quedó flotando, llena de asombro. Nuevamente se relajó bajo él, y sus muslos se flexionaron alrededor de sus caderas. El movimiento originó una reacción dentro de ella; su sexo palpitó, y su envolvente interior se tensó alrededor del grueso intruso, acariciándolo. El aliento de Webb salió siseando por entre sus dientes. Los ojos de Roanna se tornaron pesados, soñolientos y sus mejillas enrojecieron. -Muéstramelo,- suspiró.
El lo hizo, comenzando a moverse, al principio introduciéndose con un ritmo lento y delicioso, para gradualmente después ir incrementando las embestidas. Vacilante ella respondió, pero según iba aumentando la excitación, su cuerpo salía al encuentro del suyo. El desplazó su peso sobre un codo, introduciendo la mano entre ambos cuerpos. Ella jadeó mientras le acariciaba la estrecha y apretada abertura, su carne tan sensible que la más ligera caricia la traspasaba como un relámpago. Entonces él desplazó su atención hacía el nódulo que había tocado anteriormente, frotándolo con las yemas de los dedos de un lado a otro y Roanna notó cómo comenzaba a disolverse.
Bajo su despiadado y sensual asalto pronto culminó. No la llevó cuidadosamente hacía el orgasmo, sino que la arrojó de cabeza a él. No tuvo clemencia con ella, ni siquiera cuando se retorcía bajo su mano, tratando de liberarse de la intensidad del mismo. La salvaje y velozmente incrementada sensación crecía quemándola, derritiéndola. La montó con más fuerza, empujando aún más profundo, y la fricción era casi insoportable. Pero la estaba tocando tan adentro, de tal forma que la obligaba a aferrarse a él y a chillar de incontrolable placer. Se desencadenaba dentro de ella, creciendo cada vez más y más, y cuando finalmente explotó, se arqueó violentamente bajo él, su delgado cuerpo estremeciéndose mientras que sus caderas empujaban y se retorcían sobre su verga invasora. Se oyó a si misma gritar, pero no le importó.
El peso de su cuerpo la hundió en el colchón. Sus manos se introdujeron bajo ella y aferraron con fuerza sus nalgas. Sus caderas se desplazaban hacia delante y hacia atrás entre sus abiertos y tensos muslos. Entonces él se corrió, empujando dentro de ella una y otra vez, mientras de su garganta brotaba un ronco gemido, y ella sintió la humedad de su liberación.
En el silencio que siguió, Roanna permaneció tumbada sin fuerzas bajo él. Estaba extenuada, sentía el cuerpo tan pesado y tan débil, que lo único que podía hacer era respirar. Cayó en un sueño ligero y apenas notó cuando él, con mucho cuidado, se apartaba de ella para tumbarse a su lado. Poco tiempo después se apagó la luz, y fue consciente de una fría oscuridad, de él apartando el cubrecama y metiéndola entre las sábanas.
Instintivamente se volvió hacia sus brazos, notando cómo la rodeaban. Su cabeza descansaba en el hueco de su hombro, y su mano sobre su pecho, sintiendo bajo sus dedos el encrespado vello. Por primera vez en diez años sintió un poco de paz, de que todo estaba bien.
No supo cuánto tiempo había pasado, cuando notó que una de sus manos comenzaba a acariciarla con creciente intención. -¿Puedes hacerlo otra vez?- le preguntó, las palabras sonaron roncas y apasionadas.
– Sí, por favor,- dijo ella educadamente, y lo oyó reír bajito mientras se ponía de nuevo sobre ella.
Roanna.
Webb estaba tumbado en la oscuridad, sintiendo su ligero peso acurrucado contra su costado izquierdo. Estaba dormida, su cabeza recostada sobre su hombro, su respiración envolviendo su pecho. Sus senos, pequeños y perfectamente moldeados, presionaban con firmeza contra sus costillas. Suavemente, incapaz de resistirse, frotó con el dorso de un dedo la satinada curva exterior del pecho que podía alcanzar. Oh, Dios, Roanna.
Al principio no la había reconocido. Aunque habían pasado diez años y lógicamente sabía que había crecido, en su mente ella seguía siendo aquella delgaducha, poco desarrollada e inmadura adolescente con sonrisa de golfilla. No había detectado ningún rastro de ella en la mujer que lo había abordado en el pequeño y mugriento bar. Por el contrario, había visto a una mujer con aspecto tan conservador, que se sorprendió de que le hablase. Mujeres como ella posiblemente solo acudirían a un bar así buscando venganza contra un marido descarriado, y ésa era la única razón que se le ocurría.
Pero allí había estado, demasiado delgada para su gusto, pero severamente estilosa con una cara blusa de seda y pantalones hechos a medida. Su espeso pelo, oscuro en la incierta luz, lucía un corte a la moda y le llegaba por encima de los hombros a la altura del mentón. Su boca, sin embargo,…le encantó su boca, grande y carnosa, y había pensado que sería maravilloso besarla y sentir la suavidad de esos labios.
Se la veía totalmente fuera de lugar, una mujer de club de campo perdida en los barrios bajos. Estaba a punto de tocarle, pero cuando él se giró, ella dejó caer la mano y le miró, su cara inexpresiva y extrañamente triste, su gruesa boca adusta, y sus ojos marrones tan solemnes que se preguntó si alguna vez sonreía.
Y entonces dijo, -Hola Webb, ¿Puedo hablar contigo?- y la conmoción casi lo hace caerse del taburete. Por un segundo se preguntó si había bebido mas de la cuenta, no porque le hubiera llamado por su nombre, cuando podía haber jurado que jamás la había visto antes, sino porque había utilizado la voz de Roanna, y los ojos marrones eran de repente los ojos color whisky de Roanna.
La realidad cambió y se ajustó, y pudo ver a la chica en la mujer.