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Cogió el rollo de embalar y rápidamente cerró la caja.

LIBRO SEGUNDO. Devastación.

Capítulo 3

Roanna saltó de la cama al alba, se cepilló los dientes apresuradamente y se pasó las manos por el pelo, luego se puso los pantalones vaqueros y una camiseta. Cogió sus botas y calcetines al salir por la puerta y bajo corriendo descalza por las escaleras. Webb se iba a Nashville, y quería verlo antes de que se fuera. No por ninguna razón en particular, solo que aprovechaba cualquier oportunidad de pasar unos minutos en privado con él, ocasiones en que por unos preciosos segundos su atención y su sonrisa eran solo para ella.

Incluso a las cinco de la mañana, la abuela estaría tomando su desayuno en la sala de estar, pero Roanna ni siguiera se detuvo allí de camino a la cocina. A Webb, aun sintiéndose cómodo con la riqueza que tenía a su disposición, le importaban un bledo las apariencias. Estaría gorroneando por la cocina, preparándose su propio desayuno, ya que Tansy no entraba a trabajar hasta las seis, para luego comérselo en la mesa de la cocina.

Entró como un relámpago por la puerta, y como bien sabía, Webb estaba ahí. No se había molestado en usar la mesa y estaba apoyado contra la encimera mientras masticaba una tostada con mermelada. Una taza de café humeaba al lado de su mano. En cuanto la vio, se giró e introdujo en el tostador otra rebanada de pan.

– No tengo hambre-, dijo ella, metiendo la cabeza dentro del enorme frigorífico de dos puertas para buscar el zumo de naranja.

– Nunca la tienes-, le contesto ecuánime. -De todas formas, come.- Su falta de apetito era la causa por la que a los diecisiete años seguía siendo delgaducha y poco desarrollada. Eso y el hecho de que Roanna no se limitara a caminar a ningún sitio. Era una máquina en perpetuo movimiento: saltaba, brincaba, e incluso ocasionalmente daba volteretas. Por lo menos, con el paso de los años, se había calmado lo suficiente para dormir todas las noches en la misma cama, y ya no tenía que ir a buscarla cada mañana.

Porque Webb le había hecho la tostada se la comió, aunque descartó la mermelada. Él le sirvió una taza de café, y ella se situó junto a él, masticando la tostada seca y tomando alternativamente pequeños sorbos de zumo de naranja y café, y sintió una dicha ardiente muy dentro de ella. Esto era todo lo que pedía a la vida; estar a solas con Webb. Y, por supuesto, trabajar con los caballos.

Inspiró suavemente, impregnándose del delicioso aroma de su colonia y de la limpia y ligera fragancia del almizcle de su piel, todo mezclado con el aroma del café. Su conciencia de él era tan intensa, que casi dolía, pero ella vivía para estos momentos.

Lo miró por encima del borde de su taza, sus ojos castaños, dorados como el whisky, brillaban traviesos.-La fecha de este viaje a Nashville es muy sospechosa-, bromeó. -Creo que lo que quieres es estar lejos de casa.

El sonrió ampliamente, y el corazón le dio un vuelco. Rara vez veía esa alegre sonrisa; estaba tan ocupado que no tenía tiempo más que para el trabajo, tal como se quejaba sistemática e implacablemente Jessie. Sus fríos ojos verdes se volvían cálidos cuando sonreía, y el perezoso encanto de su sonrisa podría parar el tráfico. Aunque la pereza era engañosa; Webb trabajaba tantas horas que hubiese extenuado a la mayoría de los hombres.

– No lo he planeado-, protestó él, para luego admitir,-pero aproveché la oportunidad. Supongo que te pasarás todo el día en los establos”

Ella asintió. La hermana de la abuela y su marido, Tía Gloria y Tío Harlan, se iban a instalar hoy, y Roanna quería estar lo más lejos posible de la casa. Tía Gloria era, de todas sus tías, la que menos le gustaba, y tampoco apreciaba mucho más a su tío Harlan.

– El es un sabelotodo-, refunfuñó ella. “-Y ella es como un dolor en el cu…

– Ro-, le advirtió él, alargando esa única sílaba. Solo él la llamaba por su abreviatura. Era otro de los pequeños vínculos entre ellos que ella saboreaba, ya que pensaba en sí misma como Ro. Roanna era la chica delgaducha y poco atractiva, torpe e inoportuna. Ro era la parte de ella que cabalgaba como el viento, su delgado cuerpo fusionándose con el del caballo y convirtiéndose en parte de su ritmo; la chica que, mientras estaba en los establos, nunca daba un paso en falso. Si pudiera salirse con la suya, viviría para siempre en los establos.

– Cuello -, concluyó ella, con una mirada de inocencia que lo hizo sonreír.- ¿Cuándo Davencourt sea tuyo, los vas a echar?

– Desde luego que no, pequeña pagana. Son familia.

– Bueno, no es como si no tuvieran donde vivir. ¿Por qué no se quedan en su propia casa?

– Desde que el tío Harlan se jubiló, han tenido problemas para llegar a fin de mes. Hay suficiente espacio aquí, así que mudarse ha sido la solución más lógica, aunque a ti no te guste-, contestó alborotándole su desordenado pelo.

Ella suspiró. Era cierto que en Davencourt había diez dormitorios, y desde que Jessie y Webb se casaron y sólo usaban un dormitorio, y desde que Tía Ivonne decidió mudarse el año anterior y disfrutar de su propio hogar, eso significaba que siete de esos dormitorios estaban vacíos. Aún así, no le gustaba.-Bueno, ¿y cuando tú y Jessie tengáis niños? Entonces necesitaréis las otras habitaciones.

– No creo que necesitemos las siete-, dijo él ásperamente, y una mirada sombría apareció en sus ojos. -De todas formas, puede que no tengamos hijos.

Su corazón dio un vuelco. Desde que él y Jessie se casaron hacia dos años había estado deprimida, pero caramba, pensar en Jessie teniendo a sus hijos le daba pavor. Ese habría sido el golpe definitivo para un corazón que de por sí no tenía muchas esperanzas; sabía que nunca tuvo la más mínima oportunidad con Webb, pero aún así conservaba una ínfima ilusión. Siempre que él y Jessie no tuviesen hijos, es como si él en realidad no fuese totalmente de ella. Para Webb, pensó, los hijos serían un lazo indestructible. Mientras no hubiese niños, aún podía conservar la esperanza, aunque fuera vana.

No era ningún secreto en la casa que su matrimonio no era ningún lecho de rosas. Jessie nunca mantenía en secreto cuando se sentía infeliz, ya que se esforzaba en asegurarse de que todos los demás se sintiesen tan miserables como ella.

Conociendo a Jessie, y Roanna la conocía muy bien, probablemente había planeado utilizar el sexo, después de estar casados, para controlar a Webb. Roanna se habría sentido muy sorprendida si Jessie le hubiese permitido a Webb hacerle el amor antes de estar casados. Bueno, puede que una vez, para mantenerlo interesado. Roanna nunca había subestimado lo profundamente calculadora que Jessie podía llegar a ser. La cuestión era, que Webb tampoco, y el pequeño plan de Jessie no funcionó. Sin importar los trucos que intentara, Webb rara vez cambiaba de idea, y cuando lo hacía era por razones propias. No, Jessie no era feliz.

A Roanna le encantaba. No podía entender su relación, pero Jessie no tenía ni idea del tipo de hombre que era Webb. Podías apelar a él con lógica, pero la manipulación lo dejaba impertérrito. Esto proporcionó a Roanna durante años un montón de momentos de secreto regocijo, al observar a Jessie, tratando de poner en práctica sus artimañas femeninas con Webb y enfurecerse después cuando no funcionaban. Jessie no podía entenderlo; después de todo, funcionaban con todos los demás.

Webb miró su reloj. -Tengo que irme.- Se tomó de un trago el resto del café, y a continuación se agachó y la besó en la frente. -No te metas en líos hoy.

– Lo intentaré-, prometió ella, y luego añadió abatida, -Siempre lo intento.- Y por alguna razón inexplicable rara era la vez que lo conseguía. A pesar de sus mejores esfuerzos, siempre hacía algo que disgustaba a su Abuela.

Webb le dirigió una sonrisa pesarosa mientras se dirigía hacia la puerta, y sus ojos se encontraron por un instante de una forma que la hizo sentir como si fueran conspiradores. Entonces se marchó, cerrando la puerta tras de sí, y con un suspiro ella se dejó caer en una de las sillas para ponerse los calcetines y las botas. El amanecer se había ensombrecido con su partida.