Roanna negó con la cabeza, obligando a sus rodillas a ponerse derechas cuando la muchacha mostró señales de ir a echarse a llorar. -No, sólo asustada, eso es todo. Mis piernas parecen espaguetis-. Respiró profundamente un par de veces, para calmarse.-Llevo el móvil en el coche, llamaré a alguien para que venga…
_Yo se lo traigo-, dijo la chica, tirando de la puerta para abrirla más aún y lanzándose al interior para encontrar el teléfono. Tras una breve búsqueda lo localizó bajo el asiento derecho delantero.
Roanna tomó aire profundamente varias veces más para calmarse antes de llamar a casa. Lo último que ella quería era alarmar excesivamente a Webb o a Lucinda, lo que significaba que tenía que hablar con tono calmado. Bessie contestó la llamada, y Roanna preguntó por Webb. Se puso al teléfono un momento después. -No hace ni cinco minutos que te has ido-, bromeó él.- ¿De qué te has acordado?
– De nada-, dijo ella, y se sintió orgullosa de lo calmada que sonó.-Ven a recogerme al cruce. He tenido un problema con los frenos del coche y me he salido de la carretera.
No contestó. Ella escuchó una apagada y violenta maldición, después sonó un estruendoso golpe y la línea quedó muerta.
– Está en camino-, dijo a la muchacha, y pulsó el botón de colgar del teléfono.
Webb metió a Roanna en su camioneta como si fuera un paquete, le dio las gracias a la adolescente por preocuparse por ella, y condujo de vuelta a Davencourt tan rápido que Roanna se aferró a la abrazadera de encima de la ventanilla para no bambolearse. Cuando llegaron a la casa, él insistió en llevarla en brazos al interior.
– ¡Bájame! – Siseó ella cuando la tomó en brazos.- Vas a conseguir que se asusten mortalmente.
– Calla-, dijo él, y la besó, con fuerza. -Te amo y estás embarazada. Llevarte me hace sentir mejor.
Ella enroscó su brazo alrededor de su cuello y se calló. Tenía que confesar, que la calidez y la fuerza de su enorme cuerpo eran muy tranquilizadoras, como si pudiera absorber una parte de ello a través de su propia piel. Pero como había predicho, el hecho de que la entrara en brazos hizo que todos se apresuraran hacia ellos, haciendo preguntas con preocupación.
Webb la llevó hasta la sala de estar y la colocó sobre uno de los sofás con sumo cuidado, como si estuviera hecha del más delicado cristal. -Estoy bien, estoy bien-, aseguró una y otra vez, ante el coro de preguntas. -Ni siquiera estoy magullada.
– Tráele algo dulce y caliente para beber-, dijo Webb a Tansy, quien se apresuró a obedecer.
– ¡Descafeinado!- gritó Roanna a su espalda, pensando en el bebé.
Después de asegurarse por si mismo por décima vez de que estaba ilesa, Webb se levantó y le dijo que iba a echarle un vistazo a su coche.
– Voy contigo-, dijo ella, aliviada ante la perspectiva de escapar de tanto mimo, poniéndose en pie, pero fue inmediatamente sofocada por el coro de protestas de las féminas de la casa.
– Puedes estar segura de que no vas, jovencita-, dijo Lucinda, con su tono mas autocrático. -Has sufrido un accidente, y tienes que descansar.
– No estoy herida-, dijo Roanna, de nuevo, preguntándose si realmente alguien escuchaba lo que decía.
– Entonces yo necesito que descanses. Me quedaría terriblemente preocupada por ti si te dejara irte a correr por ahí, cuando el sentido común te dice que deberías darte tiempo para recuperarte de la impresión.
Roanna lanzó a Webb una elocuente mirada. Él alzó una ceja y se encogió de hombros, sin compasión. -No puedo llevarte-, le murmuró, y dejó que su mirada descendiera y se detuviera sobre su vientre.
Roanna se recostó, reconfortada por su silenciosa comunicación, por el pensamiento compartido sobre su hijo. Y aunque Lucinda utilizaba descaradamente el chantaje emocional para salirse con la suya, lo hacía por genuina preocupación, y Roanna decidió que no le haría ningún daño dejarse mimar en exceso durante el resto del día.
Webb salió para montar en su camioneta, y se quedó mirando pensativamente el lugar en el que el coche de Roanna había estado aparcado. Había una mancha oscura y húmeda sobre la tierra, visible incluso desde donde él estaba. Se acercó y se agachó, examinando la mancha durante un momento antes de tocarla con un dedo y luego olisquear el residuo aceitoso. Definitivamente era líquido de frenos, una parte. A ella debía de quedarle solo un poco de fluido en el coche, y habría sido expulsado hacia el exterior la primera vez que usó los frenos.
Podría haberse matado. Si se hubiese estrellado en medio de la carretera en vez de en un trigal, con toda probabilidad habría resultado seriamente herida, eso si no se mataba.
Una sensación helada lo recorrió. El escurridizo y desconocido atacante podría haber golpeado de nuevo, pero esta vez a Roanna. ¿Por qué no? ¿No lo había hecho antes con Jessie? Y con más éxito, también.
No quiso usar el móvil, pues no era seguro, ni entrar para enfrentarse a las inevitables preguntas. En su lugar, se dirigió a los establos y usó el teléfono de Loyal. El entrenador escuchó la conversación, y sus pobladas y canosas cejas se fruncieron en un ceño cuando sus ojos comenzaron a nublarse de cólera.
– ¿Cree que alguien trató de hacer daño a la señorita Roanna?- exigió tan pronto como Webb colgó.
– No lo sé. Es posible.
– ¿La misma persona que entró en la casa?
– Si los frenos de su coche han sido saboteados, entonces tendré que contestar que sí.
– Eso significaría que él estuvo aquí anoche, toqueteando su coche.
Webb asintió, con expresión inescrutable. Trató de no dejar que su imaginación echara a volar hasta que supiera con certeza si el coche de Roanna había sido manipulado, pero no podía liberarse del pánico que le estrujaba el estómago y de la cólera al pensar que el hombre habría estado tan cerca.
Condujo hasta la intersección, explorando cuidadosamente todo el camino alrededor. No creía que esta fuera una trampa diseñada para atraerlo al exterior, porque no había modo de predecir exactamente donde sucedería el accidente de Roanna. Aunque era intensamente consciente que este era aproximadamente el mismo lugar donde lo habían emboscado, su temor era que esto no hubiera estado dirigido contra él, sino expresamente contra Roanna. Tal vez no es que ella hubiera estado en el sitio incorrecto en el momento equivocado la noche en que la habían golpeado en la cabeza. Tal vez, por el contrario, había tenido suerte de haber logrado gritar y alertar a la casa antes de que el bastardo hubiera sido capaz de terminar el trabajo.
Habían matado a Jessie, pero se juró que no dejaría que nada le sucediera a Roanna. No importa lo que tuviera que hacer, la mantendría a salvo.
Aparcó la camioneta a un lado de la carretera, junto a la sección derribada del cercado y esperó a que llegara el sheriff. No pasó mucho tiempo antes de que Beshearhs llegara, y Booley iba sentado junto a él. Los dos los hombres salieron y se unieron a Webb, y juntos caminaron por la zona aplastada del sembrado hasta donde el coche estaba detenido. Iban serios y silenciosos. Tras los dos anteriores incidentes, costaba mucho creer que los frenos de Roanna hubieran fallado solos, y todos lo sabían.
Webb se tumbo de espaldas y se deslizó bajo el coche. Los tallos rotos de cereal le rasparon la espalda, y diminutos insectos zumbaban alrededor de sus oídos. El olor a grasa y líquido de freno saturó sus fosas nasales.-Carl, dame tu linterna-, dijo, y la enorme herramienta apareció bajo el coche junto a él.
La encendió y dirigió el haz de luz hacia los cables de los frenos. Se dio cuenta de que habían sido cortados casi de inmediato. -¿Queréis echarle un vistazo a esto?- los invitó.
Carl se tumbó y gruñó mientras se retorció bajo el coche para unirse a Webb, maldiciendo mientras los tallos arañaban su piel. -Soy demasiado viejo para esto-, refunfuñó-¡.Ouch!-. Booley declinó unírseles, ya que el peso que había ganado desde su retiro hacía que estuviera un poco demasiado estrecho para él.