Выбрать главу

– Lo sé-, murmuró él.

– Estaba tan asustada-, prosiguió ella, determinada a contarlo ahora, después todos los años de silencio. -Fui a vuestra habitación… después de que tú te marcharas… tratando inculcarle algo de sentido común. Estaba… como loca. No escuchaba. Me dijo que iba… que iba a darte… una lección-. La confesión salía a trompicones. Tenía que jadear para tomar aliento cada pocas palabras, y el esfuerzo le cubrió el rostro de una brillante capa de transpiración, pero mantuvo fija la mirada en la cara de Webb y se negó a descansar. -Dijo que… iba a tener el bebé de Harper Neeley… y hacerlo pasar… por tuyo. No podía… dejarla hacerlo. Sabía quién era él… su propio padre…una abominación.

Respiró profundamente, y se estremeció del esfuerzo. A su otro lado, Roanna sostenía con fuerza su mano.

– Le dije que… no. Le dije que tenía que… deshacerse de ello. Abortar. Ella se rió… y la abofeteé. Se puso como loca… me tiró al suelo… me dio una patada. Creo… que trataba de matarme. Me escapé…cogí el hierro de la chimenea… Vino otra vez hacia mí. Y la golpeé,- dijo, las lágrimas corrían libres por su cara. -Yo… la quería-, dijo sin fuerzas, cerrando los ojos. -Pero no podía… dejarla tener ese bebé.

Se oyó un suave sonido de deslizamiento de las puertas correderas de cristal. Webb giró la cabeza y vio a Booley parado allí de pie, con expresión cansada. Lo miró fijamente con dureza un segundo y se volvió hacia Lucinda.

– Lo sé-, murmuró inclinándose hacia ella.-Lo entiendo. Ahora sólo tienes que ponerte bien. Tienes que asistir a nuestra boda, o me sentiré muy decepcionado, y no te lo perdonaré nunca.

Echó un vistazo en dirección a Roanna. Ella también contemplaba a Booley, con una expresión helada en aquellos ojos oscuros que lo desafiaban a hacer o decir algo que trastornara a Lucinda.

Booley movió la cabeza hacia Webb, indicándole que quería hablar con él fuera. Webb acarició la mano de Lucinda, la colocó con cuidado sobre la cama, y se unió al antiguo sheriff.

Silenciosamente salieron de la UCI y caminaron por el largo pasillo, hasta llegar frente a la sala de espera donde los parientes soportaban interminables vigilias. Booley echó un vistazo a la atestada habitación y siguió caminando.

– Supongo que todo esto tiene sentido ahora-, dijo finalmente.

Webb permaneció en silencio.

– No hay ninguna razón para ir más lejos-, reflexionó Booley. – Neeley está muerto, y no tiene sentido presentar cargos contra Lucinda. No hay ninguna prueba de todos modos, tan solo las inconexas divagaciones de una anciana agonizante. No tiene sentido generar un montón de cotilleos, y todo para nada.

– Aprecio esto, Booley-, dijo Webb.

El anciano le palmeó la espalda y le dedicó una penetrante y sabia mirada. -Se acabó, hijo-, dijo. -Sigue con tu vida-. Después, dando media vuelta, caminó despacio hacia el ascensor y Webb volvió a la UCI. Sabía lo que Booley había querido decirle. Beshears no había hecho demasiadas preguntas sobre la muerte de Neeley, de hecho, había pasado de puntillas sobre algunas cosas que eran bastante obvias.

Beshears llevaba allí tiempo. Reconocía una ejecución cuando la veía.

Webb entró silenciosamente de nuevo en el cubículo, donde Roanna hablaba otra vez suavemente a Lucinda, que parecía dormitar. Ella alzó la vista, y él sintió que la respiración se le atascaba en el pecho cuando la contempló. Deseó sujetarla entre sus brazos y no soltarla nunca, porque había estado demasiado cerca de perderla. Cuando ella le había contado su enfrentamiento con Neeley acerca de cómo trataba a su caballo, a Webb se le había congelado la sangre en las venas. Tenía que haber sido justo después de que Neeley hubiera irrumpido en la casa por primera vez, y cuando Roanna se le acercó, tuvo que haber pensado que lo reconocería. La habría matado entonces, Webb estaba seguro, si Roanna no se hubiera despertado lo bastante para gritar cuando Neeley la golpeó. Su idea de hacer correr la voz sobre que la conmoción cerebral le había ocasionado una laguna en su memoria aquella noche, como precaución, indudablemente le había salvado la vida, porque en otro caso Neeley habría intentado deshacerse de ella inmediatamente, antes de que Webb lograra instalar la alarma.

Tal y como se desarrollaron las cosas, Neeley había estado a un pelo de tenerla al alcance de su arma, y eso había firmado su sentencia de muerte.

Webb se le acercó, rozando suavemente su pelo castaño, deslizando acariciadoramente un dedo por su mejilla. Ella descansó la cabeza sobre él, suspirando mientras frotaba su mejilla contra su camisa. Ella lo sabía. Había estado mirando. Y mientras permanecía arrodillada junto a Lucinda, cuando él se había vuelto hacia ella después de apretar el gatillo, ella había efectuado un diminuto asentimiento.

– Está dormida-, dijo Roanna, manteniendo la voz en un susurro. -Pero va a volver a casa otra vez. Lo sé-. Hizo una pausa. -Le hablé sobre el bebé.

Webb se arrodilló en el suelo y rodeó su cintura con sus brazos, ella reposó la cabeza sobre la suya, y él supo que abrazaba todo su mundo, justo allí, entre sus brazos.

Su boda fue muy tranquila, muy íntima, y tuvo lugar más de un mes después de lo que habían planeado al principio.

Se celebró en el jardín, justo después de la puesta de sol. Las suaves sombras del crepúsculo se posaban sobre la tierra. Las lucecitas de color melocotón brillaban en el cenador donde Webb esperaba junto al pastor.

Varias filas de sillas blancas habían sido organizadas a cada lado del pasillo, y todas las cabezas se giraron hacia Roanna cuando ella caminó sobre la alfombra extendida sobre la hierba. Cada uno de los rostros resplandecía.

Greg y Lanette estaban sentados en primera fila; Greg iba en silla de ruedas, pero su pronóstico era positivo. Con terapia física, los doctores dijeron que probablemente recuperaría la mayor parte del uso de la pierna izquierda, aunque siempre cojearía. Lanette había cuidado de su marido con fiera devoción y se negó a dejarlo rendirse, aun cuando su dolor por Corliss casi había acabado con él.

Gloria y Harlan estaban también en primera fila, ambos con aspecto mucho más envejecido mientras ellos se tomaban de las manos, pero también sonreían.

Brock empujaba la silla de ruedas de Lucinda avanzando majestuosamente junto a Roanna. Lucinda vestía de su color favorito, melocotón, adornada con perlas y maquillada. Sonrió a cada uno conforme avanzaban. Sus frágiles y nudosos dedos se entrelazaban con los más esbeltos de Roanna, y juntas recorrieron el pasillo, tal y como Roanna había deseado

Llegaron bajo el cenador y Webb extendió la mano para tomar la de Roanna, colocándola a su lado. Brock situó la silla de ruedas de Lucinda de modo que ocupara el tradicional lugar de la madrina, y después ocupó su propia posición de padrino.

La mirada de Webb se encontró brevemente con la de Lucinda. Había una cualidad serena, casi translúcida en ella. Los doctores le habían dicho que no le quedaba mucho tiempo, pero ella los había desconcertado otra vez, y comenzaba a dar la sensación de que vería el invierno después de todo. Ahora decía que quería esperar hasta saber si su bisnieto era niño o niña. Roanna había declarado de inmediato que no tenía intención de dejar que el doctor o el ecógrafo le dijera el sexo del bebé antes de su nacimiento, y Lucinda se rió.

Perdóname, le había dicho ella, y él lo hizo. No podía aferrarse a la ira, o el resentimiento, cuando tenía tanto por lo que dar gracias. Roanna giró su radiante rostro hacia él, y casi la besa en ese mismo instante, antes incluso de que la ceremonia comenzara.

– Guau-, le susurró, tan bajito que sólo ella pudo oírlo, y noto como tenía que sofocar una risita tonta ante lo que se había convertido en su código privado para “te quiero”.

Ella sonreía con más facilidad últimamente. Él había perdido la cuenta, al menos en su cabeza. Su corazón todavía se estremecía con todas y cada una de las curvaturas de sus labios.