– ¿Para qué?
– Para hacer lo que quieras. Tengo la impresión de que visitar monumentos no te apasiona.
Bram comprendió que Flora estaba dispuesta a explorar por su cuenta.
– ¿Por qué insistes en que tú estás aquí por trabajo y yo, por placer?
– Si prefieres pasar el día junto a la piscina no se lo contaré a nadie.
– No me conoces -una vocecita interior advertía a Bram de que estaban en un país donde no era frecuente la presencia de turistas y de que debían permanecer juntos-. Me encanta visitar monumentos.
Flora se encogió de hombros. Bram mentía descaradamente. Tenía tan poco interés como ella en hacer turismo, pero parecía decidido a no dejarla jugar a «la búsqueda de la tumba». La única solución era hacerle creer que irían juntos de excursión.
– De acuerdo, ¿qué te parece una visita al refugio de monos? -Flora señaló la fotografía de un monito-. Los crían hasta que pueden valerse por sí mismos.
– Una labor admirable, pero yo creía que estarías más interesada en visitas culturales -Bram le quitó la guía de las manos y señaló la fotografía de un palacio situado en una isla en medio de un lago-. Suponía que esto era más de tu estilo. También dice aquí que el Jardín Botánico es espectacular.
Flora se inclinó hacia delante para ver la fotografía. Su hombro rozó por un instante el de Bram. El tiempo suficiente para que él pudiera oler el perfume ácido y tenue que llevaba. Un perfume sutil que parecía querer susurrar que Flora era una mujer sin que nadie llegara a enterarse.
Igual que los demás detalles: el cabello largo pero siempre recogido, las uñas de los pies pintadas, las braguitas de encaje. Mensajes codificados de su feminidad.
– Me pregunto si habrán explotado el mercado de las bodas para turistas -comentó Bram-. En Bali tienen mucho éxito.
– Podemos ir al Jardín Botánico y luego a los talleres textiles -Flora rectificó-. Aunque lo mejor será empezar por el refugio de monos, ya que está en el punto más alejado. Desde allí podemos volver haciendo las demás visitas.
– Yo preferiría ir al palacio -dijo Bram.
– Lo siento, pero no te he pedido tu opinión. Empezaremos con la visita a los monos. Y ya que el día será largo, podemos pedir en el hotel que nos preparen unos bocadillos. Veo que hay una playa en el camino donde podríamos damos un baño y comer.
– ¿Tú crees? ¿Qué pensarán en esta isla de la práctica del nudismo?
– ¿Qué quieres decir?
– Que no has traído traje de baño.
– Puedo comprar uno en la tienda del hotel.
Bram intentó imaginársela en traje de baño. El secretismo con el que Flora trataba su sexualidad despertaba en él un interés particular.
– Tengo la impresión de que la idea de un picnic en la playa no te entusiasma -comentó Flora.
– Hasta donde yo sé, la arena y la comida no combinan demasiado bien.
– De acuerdo. Comeremos en el Jardín Botánico -accedió Flora-. Y así veremos si es apropiado para la celebración de bodas -se inclinó hacia adelante evitando tocar a Bram. Señaló una fotografía-. Aquí dice que hay mariposas tan grandes como platos.
– Y seguro que no dice nada del tamaño de las ratas y de las hormigas.
– Bram, tienes un serio problema con los insectos. ¿Te has planteado hacer una terapia?
Bram pensó que la única terapia que necesitaba estaba relacionada con Flora, pero prefirió callarse.
– Gracias por preocuparte por mí, pero me basta con utilizar repelente de insectos.
– Tienes suerte. Yo soy alérgica.
Bram contuvo el deseo de hacer un comentario sarcástico al recordar el mensaje de Jordan pidiéndole que tratara de «igualar el marcador». Para lograrlo tenía que ganarse la confianza de Flora; pero… ¿cómo? Bram prefirió no dejar volar su imaginación y guió su pensamiento hacia cuestiones prácticas.
Su labor era descubrir quién era la verdadera Flora Claibourne, encontrar sus debilidades y conseguir que le contara los secretos del negocio.
Decidió comenzar con los detalles pequeños.
– ¿Debo saber algo más, por si acaso sufrimos una emergencia?
– ¿A qué te refieres?
– No lo sé. Por eso te pregunto -dijo Bram en tono Je exasperación. Flora convertía la pregunta más sencilla en un interrogatorio-. ¿Cuál es tu grupo sanguíneo? ¿Eres alérgica a la penicilina?
– No. Sólo a los repelentes de insectos. La aromaterapeuta de Claibourne & Farraday me ha preparado una mezcla especial.
– ¿Y funciona?
– La verdad es que no lo sé. Pero huele mucho mejor que el repelente de farmacia -Flora le ofreció la muñeca para que la oliera.
Si otra mujer hubiera hecho el mismo gesto Bram habría sabido exactamente cómo actuar. Abría tomado su muñeca y, aproximándosela a los labios, se la habría besado. Y eso sería sólo el principio. Pero Flora Claibourne era un misterio para él. Sin ni siquiera olerla, se puso de pie.
– Creía que era una loción para repeler insectos -dijo Flora, desconcertada-, pero se ve que también sirve para los hombres.
Bram echó una ojeada a su reloj.
– Tranquila. Si vamos a salir esta noche, será mejor que descanse un par de horas o me quedaré dormido sobre la sopa. Si no me he levantado para las siete y media, llámame.
– ¿Vas a dormir? -dijo Flora, sarcástica-. Creía que eras un hombre de acero, capaz de adaptarse a la hora local sin dificultad.
– En los climas cálidos, el horario local incluye una siesta. Sobre todo si estás de vacaciones.
Flora echó la cabeza hacia atrás para mirar a Bram por debajo del ala de su sombrero.
– Pero tú no estás de vacaciones -le recordó-. Lo repites constantemente.
Y era sincero. Nunca pasaría unas vacaciones con una mujer tan irritante. Bram respondió con brusquedad.
– Tienes la nariz roja. Será mejor que te pongas un protector solar.
Como respuesta, Flora sacó un frasco de crema del bolso, lo abrió, metió el dedo y, de un solo movimiento, se puso una capa gruesa de crema en el centro de la nariz.
– ¿Te gusta más así? -preguntó, provocadora.
– Me entusiasma -dijo él.
Bram se alejó hacia el bungaló. Flora recorrió con la mirada sus atléticas piernas hasta llegar a un trasero firme y poderoso. Una tentación incluso para una mujer con una fuerza de voluntad inquebrantable.
Era una injusticia que un hombre como él lo tuviese todo; o casi todo. Flora estaba segura de que las mujeres habían caído rendidas a sus pies desde que él tenía uso de razón. Por eso carecía de bondad y dulzura. No las necesitaba.
Bram no quería estar con ella porque su persona no se correspondía con su superficial idea de belleza. Flora había leído el informe que India había recopilado sobre él. Llevaba una doble vida. Durante el día era un trabajador inagotable, un afamado abogado de empresa. Al caer la noche se transformaba en un play-boy rodeado de mujeres. En plural. No parecía creer en relaciones duraderas.
Las razones que movían a Flora a sentir rechazo por él eran más complejas. Bram estaba demasiado cerca de su prototipo de hombre y si hubiera sido algo más amable, ella habría tenido serios problemas para mantenerlo a raya. Tal y como se estaba comportando no era una tarea difícil.
Flora permaneció un rato sentada, tomando café y fijándose en la mujer rubia. Era del tipo de las que solían acompañar a Bram. Pero él no se había fijado en ella. Flora se enfadó consigo misma al darse cuenta de que ese pensamiento la animaba y, para quitárselo de la mente, metió la mano en el bolso y sacó el mapa detallado que había escondido en el fondo. El mapa en el que el dependiente de la tienda había marcado la ubicación de la tumba, aprovechando que Bram estaba echando una siesta. Flora estudió el mapa y planeó lo que haría al día siguiente, en cuanto se librara de su sombra.