– ¿Ése es tu trabajo? ¿Asegurarte de que todo encaja?
– No. Eso lo hace India con nuestro jefe de compras. Yo les proporciono la inspiración para decidir el estilo dominante.
– ¿Y a eso le llamas compromiso? -Bram tiñó su comentario de sarcasmo para ocultar su admiración.
– Desde luego. Es un compromiso mucho mayor que el que vosotros queréis asumir -replicó Flora con sequedad. Dulcificó su tono de voz para continuar-. Si os hacéis con el poder, ¿buscaréis el camino fácil y compraréis las joyas en una fábrica?
– ¿Qué tienes en contra? -Bram le abrió la puerta del coche sin importarle que le pudiera regalar uno de sus comentarios feministas.
Flora estaba demasiado ocupada explicándole la diferencia entre una tienda con artículos producidos en serie, y otra en la que los productos fueran seleccionados uno a uno.
A Bram le sorprendió la pasión con la que hablaba.
– ¿Quieres una copa? -le preguntó mientras se encaminaban a la entrada del hotel-. Es pronto.
Flora miró el reloj y vio que todavía no eran las doce.
– De acuerdo. Probaré el licor de la isla. ¿Me pides una copa mientras voy a recepción a ver si tengo algún mensaje?
Junto a la piscina, vio a la mujer rubia. Seguía sentada como si esperara a alguien. La única diferencia en ella era que había cambiado los pantalones por un vestido de noche.
– ¿Y las copas? -preguntó Flora al volver de la recepción y encontrar a Bram donde lo había dejado.
– He recordado que querías levantarte temprano -respondió él. La tomó por el codo y la condujo hacia el bungaló.
Flora se detuvo en la puerta de su dormitorio y levantó la mano con la palma hacia arriba.
– Tienes mis pendientes.
Bram los sacó del bolsillo y esperó a que Flora acabara de quitarse los que llevaba puestos. Ella los sostuvo en alto y los miró detenidamente.
– ¿Has aprendido algo? -preguntó a Bram.
Que tenía una piel maravillosa. Que los pendientes largos eran seductores. Y que a Flora no le gustaba que la observaran.
– Solamente que son unos pendientes muy bonitos. Tienes razón, van a tener mucho éxito.
– Veo que aprendes rápido. Sobre todo me gusta que me des la razón -Flora tomó sus pendientes de oro de la mano de Bram y le dio los de plata-. Quédatelos y míralos de vez en cuando para no olvidar la lección.
– Gracias.
– No las merece. Hasta mañana.
– Espero que me sigas aleccionando sobre la adquisición de compromisos -dijo Bram. Al ver que Flora fruncía el ceño, preguntó-. ¿Qué pasa?
– Me he dejado los demás pendientes en el Jeep. ¿Me das la llave?
Bram sabía que Flora se enfurecería si se ofrecía a ir él, así que le entregó las llaves sin rechistar.
¡Comprometerse! A Flora la avergonzaba utilizar esa expresión, teniendo en cuenta que ella no la aplicaba ni a su vida personal ni a la profesional. Su principal obsesión había sido vivir sin adquirir compromisos.
Se puso los pendientes. Eran neutros, discretos. Tal y como quería ser ella. En otra época había disfrutado haciendo sus propios pendientes, exóticos y llamativos. Había acumulado docenas de ellos, de todas las formas, tamaños y colores.
La intensidad de las miradas de Bram había hecho aflorar sus recuerdos. Estaba segura de que en cualquier momento iba a alargar la mano, rozarle la mejilla y poner los pendientes en movimiento. Como cuando ella había hecho la réplica de unos columpios para conseguir esa reacción, y el hombre al que se los había dedicado había hecho exactamente lo que ella quería.
Flora cerró los ojos, pero en su cerebro burbujeaban las ideas y le era imposible dormir. Estaba ansiosa por saber qué pensarían sus hermanas de su proyecto de patrocinar a los artesanos locales.
En el camino de vuelta, Bram la había bombardeado con preguntas que surgían de su mente de abogado. Y Flora, en lugar de irritada, se sentía agradecida, pues sabía que ésas eran las preguntas que le harían los abogados de la empresa. Bram la había ayudado a anticiparse a los problemas que pudieran surgir y a pensar en las soluciones.
Quizá lo mejor sería crear una sociedad sin ánimo de lucro.
Por la mañana le preguntaría a Bram si era posible. A lo mejor estaba dispuesto a participar en el proyecto como abogado. Después de todo, él le había dado la idea y era un Farraday. Flora no quería que les quitaran el control de la empresa, pero podían colaborar. Estar divididos no conducía a nada.
Además de los pendientes recordó las maravillosas telas. El viaje a Saraminda, hubiera o no una princesa enterrada, iba a resultar realmente provechoso.
Era la primera vez en toda la noche que Flora recordaba la razón de su viaje a la isla. Al intentar convencer a Bram de que era una verdadera mujer de negocios, se había metido tanto en el papel que había llegado a disfrutarlo. Pero no debía engañarse: la emoción y el entusiasmo que sentía también se debían a la forma en la que Bram la había mirado.
Y de pronto recordó otros detalles. La fotografía de un niño de unos cinco años con un perro, un niño rubio; la brusquedad con la que Bram había cerrado la cartera al descubrirla mirándola…
Flora supo que no podría dormirse. Se levantó y encendió el ordenador.
Capítulo Siete
«Compromiso». La palabra comenzaba a obsesionar a Bram. Tanto su vida profesional como su vida personal carecían de ella.
Bram se había burlado de Flora y de su compromiso con la empresa al creer que no era más que una artimaña. Pero tenía que admitir que Flora Claibourne hacía mucho más por los grandes almacenes de lo que él podría hacer aun poniendo todo su empeño.
El entusiasmo con el que se había embarcado en el diseño de un plan de apoyo a los artesanos había emocionado a Bram.
Por otro lado, no se trataba sólo de un proyecto caritativo, carente de una mentalidad financiera. Flora analizaba las ventajas del plan desde un punto de vista práctico, consciente de que proporcionaría publicidad positiva a los grandes almacenes.
Bram pensó que le gustaría ver el proyecto en marcha cuando los Farraday tomaran la dirección de la empresa. Y trabajar con Flora.
El mérito le correspondía a ella. Claibourne & Farraday era una gran compañía y sería una lástima desperdiciar el talento de aquellos que la habían hecho grande por la incapacidad de acabar con viejas rencillas. Aun así, el puesto número uno le correspondía a Jordan. De eso no cabía duda.
O quizá no estaba tan claro. ¿No deberían tener en cuenta quién estaba mejor preparado para asumir la dirección? Flora tenía un don innato para la venta al por menor. Si dejaba la compañía, tendrían que contratar a alguien para hacer su trabajo. Pero nadie se comprometería tanto como ella lo hacía.
¡Flora había logrado ponerlo de su parte! ¿Qué extraño poder tenían las hermanas Claibourne?
Niall había caído rendido instantáneamente a los pies de Romana en cuanto la vio. Pero él no corría el mismo riesgo.
Bram recordó la escena con las telas, los movimientos gráciles y femeninos de Flora con el sastre. Bram intentó bloquear la imagen de la curva de su largo cuello y de su piel de marfil. Los pequeños detalles, en contraste con la imagen neutra que pretendía proyectar, destacaban en ella con una fuerza arrebatadora.
Bram se incorporó con brusquedad y saltó de la cama. No iba a lograr conciliar el sueño, así que se puso los pantalones y salió a respirar la brisa del mar.
La luz de la lámpara de Flora se filtraba a través de las puertas abiertas de su dormitorio, señal de que tampoco ella podía dormir. Verla con una túnica de seda azul, con el cabello cayendo como una cascada por su espalda hizo pararse en seco a Bram.