Ella se volvió. Estaba sentada delante del ordenador, conectada a Internet. Y Bram tuvo la seguridad de que no padecía insomnio, como él, sino que estaría escribiendo a su hermana, informándola de que tenía a su «sombra» bajo control.
– ¿Bram? ¿Te pasa algo?
Él la contempló largamente antes de contestar.
– No me pasa nada.
Lo único que pasaba era que también él debía estar escribiendo a Jordan. Pero ¿qué podía decirle? ¿Que Flora era un enigma? ¿Que tenía unos labios llenos y carnosos que no necesitaban pintalabios? ¿Que cuando usaba pendientes largos su cuello se convertía en una tentación que cualquier hombre querría acariciar con sus manos, con su boca? ¿Que cualquier hombre desearía enredarse en su cabello?
Como si hubiera leído su pensamiento, Flora hizo ademán de recogérselo.
– No lo hagas.
Flora se quedó con las manos levantadas. Las mangas de la túnica se deslizaron hacia abajo, dejando sus brazos al descubierto.
– Deberías tirar las peinetas a la basura -continuó Bram.
– ¿Me estás dando un consejo de belleza?
Bram recordó al hombre que le había pedido que no se cortara el cabello.
– Lo siento. No tengo derecho a entrometerme.
Flora dejó caer el cabello y Bram contuvo la respiración. Realmente era su atributo más hermoso. Pero no creía que Jordan fuera a estar satisfecho con un listado de las virtudes de Flora.
– Iba a bajar a refrescarme a la playa. He visto tu luz encendida y he querido asegurarme de que estabas bien. Pero veo que estás trabajando.
Por un instante, Flora pensó que había llegado el momento en el que Bram le abriría su corazón y compartiría su dolor con ella. Estaba segura que tenía relación con la fotografía que llevaba en la cartera. Y ella quería saber más.
– Estaba mandándole un correo a India para decirle que habíamos llegado bien -dijo para ocultar su nerviosismo.
– No quiero molestarte. Continúa -las sombras ocultaban los ojos de Bram y su expresión era ilegible, pero la dulzura de su voz acarició la piel de Flora.
– ¿Molestarme? -replicó ella luchando contra la atracción que sentía-. Me molestas incluso cuando respiras.
– ¿De verdad? Lo siento.
– No te creo.
– Tengo la impresión de que tu intranquilidad no tiene nada que ver conmigo -un pitido del ordenador avisó a Flora de que había recibido un correo electrónico-. Tu hermana está impaciente. Tienes muchas cosas que contarle.
Flora temió que Bram creyera que iba a chismorrear con India sobre la fotografía de la cartera. Si Bram guardaba en secreto que tenía un hijo, ella jamás lo revelaría. Rora quiso dárselo a entender volviéndose hacia el ordenador y apagándolo.
– Espérame. Voy contigo -pero al darse la vuelta, Bram había desaparecido.
Flora se aproximó a la puerta y lo vio descender por el sendero que conducía a la playa. Caminaba deprisa para alejarse de ella. La luna iluminaba su cabello y sus hombros.
También ella necesitaba refrescarse. No tanto su cuerpo como su imaginación.
Frunció el ceño. ¿Qué quería decir Bram con «refrescarse»? No sería tan insensato como para darse un baño solo y en la oscuridad…
Bram se detuvo en la orilla. El agua le bañaba los tobillos y su dedo pulgar rasgaba los dientes de la peineta de Hora que llevaba en el bolsillo. Se había quedado con ella como si fuera la clave de un secreto que debía desvelar.
Era evidente que Flora escondía muchos secretos, asuntos personales que guardaba para sí. Nadie mejor que él podía entender su comportamiento.
Y sin embargo, no podía evitar querer quitarle la armadura. El sufrimiento formaba parte de la vida y Flora no parecía el tipo de mujer que se diera por vencida sólo por una mala experiencia. Era mucho más fuerte que todo eso. La única respuesta posible era que el dolor causado fuera de una magnitud inimaginable.
También él conocía esa sensación. Por un instante se arrepintió de no haberse quedado para comprobar si la quietud de la noche lograba que Flora contara algo de sí misma.
Tal vez la única forma de conseguir que ella bajara sus barreras era analizarse a sí mismo y descubrir la manera de compartir su propio dolor.
Para no tener que encontrar una respuesta, Bram se quitó los pantalones y se adentro en el agua.
Flora se quedó paralizada al llegar al borde de la playa y ver el cuerpo de Bram desnudo, bañado por la luz de la luna.
Era muy bello, pero también muy estúpido. Nadar en la oscuridad podía ser peligroso.
– Bram -su llamada susurrante apenas fue audible rara sí misma. Avanzó por la arena y logró subir el volumen de su voz-. ¡Bram!
Demasiado tarde. Bram desapareció, absorbido por el agua.
Flora esperó unos segundos con el corazón en la garganta hasta que lo vio emerger y nadar.
– ¡Idiota! -masculló sin saber si se refería a Bram o al deseo que la dominaba de estar junto a él y sentir su mano en la espalda, con el agua como única barrera entre ellos.
Con un gemido se tumbó sobre la arena y se cubrió los ojos con el brazo. Sólo así lograría resistir la tentación de bañarse con él.
Bram no solía dejarse asaltar por sus demonios personales. Sabía como contenerlos. La terapia consistía en estar tan ocupado que ningún mal recuerdo lograra asaltarlo por sorpresa.
Nadó con fuerza para ahuyentar los pensamientos no deseados.
Pensar en el pasado de Flora había removido el suyo. Nadó un rato más y finalmente se dirigió hacia la orilla. Allí la vio, tumbada con el brazo sobre la cara.
Bram se quedó paralizado al ver a la mujer que se ocultaba bajo distintos camuflajes. La realidad era aún más impactante de lo que había imaginado. La brisa del mar ceñía la túnica a cada curva de su cuerpo; era más insinuante de lo que resultaría si estuviera desnuda. Parecía la escultura de una diosa griega.
Para no perturbarla, Bram caminó sigilosamente hasta sus pantalones.
– Has hecho una estupidez, Bram -lo sobresaltó Flora, sin mover el brazo-. Podía haberte comido un tiburón.
– Si me hubiera atacado un tiburón -dijo él a la vez que se ponía los pantalones-, tus problemas se habrían acabado -se abrochó el pantalón-. Ya puedes abrir los ojos.
– No los tenía cerrados.
A Bram se le puso la carne de gallina y comprendió por qué las mujeres se ruborizaban. Pero su reacción no se debía a un sentimiento de vergüenza ni mucho menos.
– Por cierto, la respuesta a tu comentario de antes es que el nudismo está prohibido en Saraminda -comentó Flora.
– ¿Cómo lo sabes?
– Lo he leído en la guía -Flora se incorporó y se sacudió la arena. Bram le ofreció la mano para levantarse. Ella titubeó pero la aceptó.
Bram se la retuvo unos segundos y ella la retiró para acabar de sacudirse la arena. La túnica caía suelta en tomo a su cuerpo. El disfraz volvía a su lugar. Pero Bram ya sabía lo que se ocultaba debajo de él. Lo que seguía siendo un misterio era la necesidad de llevarlo.
Flora se volvió y comenzó a alejarse con aire digno, pero un cangrejo que se acercó hacia ella a toda velocidad le estropeó el efecto. Se le escapó un grito y, de un salto, se cobijó en los brazos de Bram, como hubiera hecho cualquier mujer asustada por un ser con demasiadas patas.
– No es más que un cangrejo, Flora -dijo él, abrazándola para que dejara de temblar. Ella intentó separarse, pero Bram la sujetó por los brazos para que no se cayera.
Flora parecía haber perdido la voz. Bram se quedó mirándola y sintió un peligroso deseo de besarla. El impulso fue tan fuerte que tuvo que dar un paso hacia atrás para vencerlo.
– Casi aplastas al pobre cangrejo -bromeó.
– De pobre nada -protestó Flora, al tiempo que se sacudía para que Bram la soltara.
Dio un paso vacilante y Bram le tomó la mano.
– ¿Seguro que estás bien?