– ¡Claro que sí! -exclamó ella, humillada.
Su voz quebradiza, el rubor de sus mejillas, su boca llena y sensual… no podían deberse exclusivamente al cangrejo. Bram le sujetó la mano con fuerza, le rodeó la cintura con el brazo y la atrajo hacia sí con un movimiento decidido. Sólo la seda separaba su piel de la de ella, su palpitante corazón de los dulces senos de Flora.
– Bram… -Flora separó suavemente los labios para pronunciar su nombre.
¿Su tono era de amenaza o de súplica? Él decidió arriesgarse a comprobarlo. La estrechó contra sí, le sujetó la nuca con la mano y deslizó sus labios sobre los de ella. Ella susurró su nombre y Bram dejó de dudar.
Besar a Flora era como la lluvia en el desierto: fresca, dulce e inesperada. Ella le devolvió el beso como si fuera el primer hombre sobre la tierra y ella la primera mujer, con labios temblorosos y asustados.
Bram percibió su inseguridad y supo que Flora quería que él tomara la iniciativa. Sintió la necesidad urgente de que ella se entregara libremente y la besó con una dulce intensidad, como si fuera una princesa que llevara dormida siglos y a la que quisiera despertar. Con delicadeza, refrenó el ardor de su cuerpo para no profundizar el beso y para evitar tocarla más íntimamente. No quería asustarla.
Bram siguió conteniéndose incluso cuando Flora abrió la boca, decidido a que fuera ella quien, arrastrada por su propio deseo, exigiera más. Sabía que cuanto más la hiciera esperar, más urgente sería la necesidad de Flora, más violenta su respuesta al deseo de él.
Durante unos segundos permanecieron unidos, sin moverse, hasta que con un gemido desgarrado, la lengua de Flora se adentró en la boca de Bram buscando la de él ansiosamente, exigiéndola.
Bram había estado equivocado al creer que Flora desconocía para qué tenía el cuerpo. Su boca era un líquido ardiente y su cuerpo se fundía contra el de él. Y Sí hecho de haber tenido que vencer su resistencia, hacía aquel encuentro mucho más valioso.
Todo el tiempo su cerebro le decía que había vencido, que había «igualado el marcador» para Jordan, que sólo tenía que llevar a Flora a la cama y reclamar su premio.
Su corazón reaccionó asqueado ante tal prueba de cálculo y premeditación. Flora Claibourne valía mucho más que eso. Bram no había ganado nada. Ella no estaba jugando ningún juego, sino rendida, temerosa de ser herida. Flora estaba entregándole su corazón y su confianza.
La conciencia de la importancia del momento que estaba viviendo sobrecogió a Bram. Despegó su boca de la de Flora para poder ver en la expresión de ella lo que verdaderamente sentía.
Su rostro estaba sofocado por el deseo, pero también por algo más que Bram no sabía descifrar.
De pronto una idea cruzó su mente: la posibilidad de que Flora no hubiera actuado inocentemente, sino siguiendo una estrategia tramada entre ella y su hermana India. Después de todo, ya les había funcionado con Niall.
Eso explicaría su desastrosa indumentaria y el desorden de su cabello. Si Flora hubiera hecho un esfuerzo por resultar atractiva, habría alertado a Bram. En lugar de eso, había esperado la ocasión perfecta para aparecer con la túnica de seda y el cabello flotando al viento.
– Será mejor que te vayas a la cama, Flora -dijo con aspereza.
Ella dejó escapar un suspiro que podía ser tanto de desilusión como de alivio. Bram sintió deseos de tomarla en sus brazos y olvidarse del mundo que los rodeaba, pero se reprimió y posó un delicado beso en la frente de Flora.
– Gracias por haberte preocupado por mí -dijo. Y tras soltarla, se separó de ella.
Flora titubeó, indecisa entre huir o alimentar la llama que amenazaba con quemarla. Finalmente, también ella se echó atrás.
– Lo habría hecho por cualquiera -dijo con una pretendida indiferencia que contradijo al instante-. No volverás a hacerlo, ¿verdad?
– No te preocupes -la tranquilizó él-. Hasta mañana.
– Bram…
El sabía lo que iba a preguntarle: por qué la había besado. Y por qué había parado.
– Ya hablaremos mañana -se anticipó él, cortante.
Flora se quedó paralizada. Sólo sus dedos se movían, cerrándose en dos puños apretados. Lentamente, volvía dentro de su concha. Finalmente, inclinó la cabeza levemente, en un saludo formal.
– De acuerdo -dijo. Se encaminó hacia el bungaló, subió las escaleras y cerró la puerta de su dormitorio sin mirar atrás.
Bram se quedó donde estaba. Necesitaba calmar su excitación física y tratar de comprender el extraño caso de Flora Claibourne, la mujer que ocultaba un cuerpo exquisito bajo ropa holgada, y un volcán interior tras una fachada de frialdad.
Tuvo que sonreír al recordar la transformación que había sufrido al ver el cangrejo. Ella, que fanfarroneaba de no tener miedo a los insectos. Bram pensó que si había fingido, se merecía un Oscar.
La sonrisa abandonó su rostro al recordar que Flora tenía otras debilidades. Por ejemplo, una curiosidad insaciable que no admitía un «no» como respuesta.
Estaba decidida a encontrar la tumba. También él sentía curiosidad, pero el instinto le decía que debían olvidarla. No creía que, tal y como les había dicho el señor Myan, fuera peligroso visitarla. Pero por algún motivo, el ministro no quería que se acercaran a ella.
Bram supo súbitamente por qué Flora le había pedido las llaves del Jeep. ¿A qué extremos era capaz de llegar para alcanzar sus fines?
Por la tarde, al dejar a Flora junto a la piscina, Bram había pasado por la tienda para pedir un mapa más detallado que el que ella había comprado.
– Sólo tenemos los dos que se ha llevado la señorita Claibourne -le había anunciado la dependienta.
– ¿Dos?
La chica se los había enseñado. Un mapa turístico como el que Bram ya había visto y otro, a gran escala. La sorpresa lo había enmudecido por unos segundos.
– Me llevaré el grande. A la señorita se le ha caído café encima y lo ha estropeado -había dicho tras reaccionar. Y siguiendo un impulso, había añadido-: ¿Le importa volver a marcar con una cruz la ubicación de la tumba?
La joven se había puesto nerviosa.
– No debería haberlo hecho. Por favor no se lo diga a nadie. Sólo he pretendido ayudarla con su artículo. Le he explicado que no debe visitarla.
– Ya lo sabe -le tranquilizó Bram-. Pero ¿cuál es el problema?
La muchacha se había encogido de hombros. Su rostro mostraba preocupación.
– Es un lugar peligroso. Por favor, no permita que la señorita se acerque.
Bram había hecho todo lo posible por convencerla, pero Flora parecía estar sorda.
La mirada de Bram se posó en los pendientes que había dejado sobre la mesilla de noche. Los cubrió con la mano y recordó la forma en que se balanceaban enmarcando el rostro de Flora, la animación y el entusiasmo con el que ella había hablado. Y Bram supo que nada de eso era fingido.
Como tampoco era fingida su testarudez.
Bram había creído que durante la excursión del día siguiente Flora tenía la intención de convencerlo para ir hacia las montañas. Pero al abrir el mapa, había descubierto que la tumba estaba en el extremo opuesto al refugio para monos que habían planeado visitar.
La intención de Flora no era visitar a los animales, ni pasar el día con Bram. Al igual que ella se había molestado en salvarlo de un posible peligro, él tendría que cuidar de ella.
Flora buscó a tientas el despertador que tenía debajo de la almohada y lo apagó. El sol apenas se elevaba sobre el horizonte cuando se levantó de la cama y, con sigilo, se vistió con la ropa que había dejado preparada en el cuarto de baño la noche anterior.
Con las botas en la mano y una mochila liviana salió del búngalo. No había nadie en las inmediaciones, excepto el recepcionista del tumo de noche que le entregó una bolsa con unos bocadillos y algo de beber.
– ¿Va a viajar sola? -preguntó este, intranquilo.