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– Has dicho que no sabías lo que era el amor, pero estás equivocado, Bram. Dejar que tu hijo se quedara fue el acto perfecto de amor. Gracias por habérmelo contado -Flora lo miró a los ojos-. Por haber confiado en mí.

– Ya era hora de que, en lugar de pelear, confiáramos el uno en el otro.

– ¿Personal o profesionalmente?

– En ambos terrenos -más que verlo, Bram sintió el asentimiento de Flora-. ¿Has visto suficiente? -preguntó a la vez que alzaba la cabeza. El susurro seguía oyéndose por encima de ellos. El viento, las hojas… fuera lo que fuese, hacía que se le pusiera la carne de gallina-. Me gustaría salir de aquí.

– Sólo voy a tomar unas fotos. ¿Puedes enfocar la pared con la linterna para que pueda fotografiarla? Después podemos ir a tomar el picnic a una de las placas por las que hemos pasado.

– No he traído el bañador.

– Yo tampoco.

– Veo que estás empeñada en que nos encierren, Flora Claibourne.

– Estoy segura de que a India le encantaría que yo pudiera encerrarte a ti.

Bram empezó a reír, pero se interrumpió en seco. Y el susurro creció en intensidad. Estaba por encima de ellos, a su alrededor, el aire parecía agitarse… De pronto supo de qué se trataba.

– ¡Flora! -exclamó a la vez que ella alzaba la cámara para tomar una foto-. ¡No!

El destello del flash fue cegador en la oscuridad. A pesar de no poder ver, Bram alargó una mano, tomó el brazo de Flora y tiró de ella hacia la entrada.

– No he terminado -protestó.

En lugar de contestar, Bram la arrastró al exterior, donde permanecieron unos momentos parpadeando a causa de la luz.

– ¿Pero qué…?

– Murciélagos -mientras Bram contestaba, unas pequeñas formas oscuras empezaron a emerger de la entrada de la tumba. Al principio salieron unos pocos, pero al cabo de unos segundos empezaron a surgir del interior a mansalva, como humo negro.

Bram vio la expresión de horror de Flora, que se liberó de él de un tirón y empezó a correr.

– ¡Espera, Flora!

Pero ella no lo estaba escuchando. Las arañas la asustaban y las serpientes la aterrorizaban, pero los murciélagos… Se cubrió la cabeza con los brazos, temiendo que pudieran enredarse en su pelo. Todo el mundo le había dicho que aquello no pasaba, que eran tonterías, pero le daba lo mismo. El cangrejo la había asustado. Aquello era auténtico terror.

– Tranquila, Flora… -Bram alargó la mano para sujetarla, pero ella sólo pensaba en huir hacia el Jeep-. ¡Cuidado!

Demasiado tarde. Flora se tambaleó y cayó por el empinado promontorio hasta el sendero. Aterrizó sobre sus rodillas, pero nada iba a detenerla, ni siquiera el dolor. Se puso en pie con los brazos aún en tomo a la cabeza y echó a correr, pero en aquella ocasión Bram logró sujetarla por detrás de la camisa. Por unos momentos ella siguió luchando y se oyó el sonido de tela desgarrada.

– Quieta -el tono imperativo de Bram logró alcanzar la mente de Flora cuando la hizo volverse y la estrechó entre sus brazos-. No dejaré que te suceda nada malo -dijo a la vez que le acariciaba el pelo-. Estás a salvo, estás a salvo.

– Lo siento -susurró ella al cabo de un momento, más relajada-. Me he asustado…

– Lo sé.

Flora alzó la mirada, sintiendo de pronto más miedo de que Bram se estuviera riendo de ella que de los murciélagos.

– Han sido los murciélagos -dijo tratando de mostrarse digna.

Bram la besó en los labios como si fuera lo más natural del mundo.

– Murciélagos y cangrejos -dijo, y su boca se curvó en una semisonrisa.

Pero no se estaba burlando de ella, sólo le estaba tomando un poco el pelo. Y Flora descubrió que le gustaba que Bram le tomara el pelo.

– ¿Qué harás si nos topamos con algo realmente peligroso? -continuó él-. Por ejemplo una serpiente, o una araña del tamaño de un plato… -Flora gimió-. De acuerdo. Bueno, supongo que ya sabemos con exactitud lo que sientes respecto a los bichos. Auténtico terror.

– No es cierto -protestó ella. Luego, con un ligero encogimiento de hombros, añadió-: Al menos en teoría.

– No estoy seguro de que la teoría cuente para eso.

– Supongo que no. Pero no me asustan los ratones.

– ¿Te refieres a los de caramelo?

– ¡Hablo en serio! -Flora se apartó e hizo una mueca de dolor al apoyar su peso sobre la pierna izquierda. Bram echó un vistazo a las rodillas desgarradas de sus pantalones y no se molestó en preguntarle si necesitaba ayuda. Se limitó a tomarla en brazos para llevarla al Jeep.

A punto de protestar, Flora cambió de opinión, lo rodeó con los brazos por el cuello, apoyó la cabeza contra su pecho y escuchó el firme latido de su corazón mientras la protegía.

Una vez en el Jeep, Bram le alcanzó una botella de agua y, mientras ella bebía, él sacó el botiquín de primeros auxilios y limpió con un antiséptico sus rodillas.

– Ésta está un poco hinchada -dijo. Flora la flexionó e hizo una mueca de dolor-. ¿Quieres que vayamos a un hospital en Minda?

Ella negó con la cabeza.

– Hasta dentro de un par de semanas no voy a correr el maratón, y me pondré bien si no apoyo el peso sobre esa rodilla durante un día o dos.

Bram alzó la mirada.

– ¿Corres maratones?

– Sólo era una forma de hablar -al ver que Bram estaba sonriendo, le alcanzó la botella de agua-. Toma, mantén tu boca ocupada con esto -mientras él se llevaba la botella a los labios y echaba la cabeza atrás para dar un trago, Flora dijo-: Gracias, Bram -hizo un vago gesto en dirección a la tumba-. Por haberme sacado de ahí y haber aguantado mi histerismo.

– De nada -él se irguió y por un momento se miraron a los ojos. Ambos estaban recordando cómo iban las cosas antes de que ella se asustara-. ¿Ya estás bien? -preguntó-. ¿Tu corazón vuelve a latir con normalidad?

«No exactamente», pensó Flora.

El ritmo de los latidos de su corazón le estaba dando problemas.

– No exactamente -dijo en voz alta-. Para serte sincera, me siento bastante estúpida. Lo que quiero decir es que sé que los murciélagos son inofensivos. Al menos en teoría.

– No creas que eres tú la única que se ha asustado. A mí se me estaba empezando a poner la piel de gallina. No puedo decir que lamente haber salido de ahí.

– Es muy dulce por tu parte decir eso, pero…

– Soy muchas cosas, Flora, pero dulce… no.

No. Y probablemente estaba haciendo en aquellos momentos una lista mental de sus defectos, pensó Flora. Una temeraria falta de atención hacia su propia seguridad, histerismo… Jordan Farraday estaría orgulloso de él. Volvió a estremecerse.

– Supongo que los murciélagos son la explicación de que los habitantes de la isla tengan miedo a este lugar.

– Es posible, aunque eso no explica por qué Tipi Myan estaba tan empeñado en mantenerte alejada de aquí.

– A menos que estos murciélagos sean de una especie en peligro de extinción y no deban ser molestados.

– Te lo habría dicho. No, estoy seguro de que hay algo más y creo que lo mejor será que nos vayamos de aquí cuanto antes -dijo Bram, y ayudó a Flora a meter las piernas en el Jeep antes de cerrarle la puerta. Luego se sentó tras el volante y puso el vehículo en marcha.

– Bram…

– ¡Qué!

Ella tragó saliva.

– Sólo quería darte las gracias. Adecuadamente. Por… bueno… por haberme llevado todo ese trayecto en brazos.

Él sonrió.

– Estoy empezando a acostumbrarme, aunque, si va a convertirse en una costumbre, creo que estaría bien que perdieras un poco de peso.

– ¡Uy, qué encantador! -a Flora le gustó más aquello que el típico cumplido de que era «ligera como una pluma». Al menos así sabía que Bram estaba diciendo la verdad.

– Aunque, si estás dispuesta a utilizar tus propias piernas como medio de transporte, yo estoy deseando a admitir que eres perfecta tal y como eres.