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Flora sintió que su rostro se acaloraba.

– Sin las peinetas -le recordó. No quería que se pusiera demasiado encantador.

– Sin las peinetas -concedió él.

– ¿Y de las uñas de los pies azules?

– No tengo ninguna objeción a eso.

Bram comprendió que Flora quería que volviera a preguntarle al respecto. Quería compartir sus propios secretos; y él quería oírlos, quería saberlo todo sobre Flora Claibourne. Pero no en aquel momento, no allí.

Hizo girar el Jeep y lo dirigió de nuevo hacia la costa.

Ambos respiraron aliviados cuando volvieron a pisar el asfalto de la carretera, aunque Bram permaneció en silencio, concentrado en la conducción. Flora también permaneció en silencio mientras contemplaba la vista, las pequeñas calas situadas entre formaciones de altas rocas. Obedeciendo a un impulso repentino, Bram salió de la carretera.

Flora lo miró, sorprendida.

– ¿Adonde vamos?

– Nos hemos quedado atrás en nuestra lista de visitas turísticas. Al menos podemos borrar de la lista el picnic en la playa.

– No, Bram… -protestó Flora mientras él salía del vehículo y lo rodeaba para abrirle la puerta. Ya no estaba de humor para un picnic-. Necesito una ducha. Tengo que quitarme el sudor de la selva…

– En lugar de ducharte puedes nadar -dijo Bram, y giró hacia el mar, brillante, azul, vacío hasta donde alcanzaba la vista.

Estaba mucho más cerca que el hotel, y Flora no pudo evitar sentirse tentada.

Bram empezó a desvestirse y se quedó en ropa interior. Luego la miró.

– No es obligatorio, pero puede que quieras quitarte parte de la ropa.

Flora tragó saliva.

– Supongo que sí.

– ¿Quieres que te eche una mano…?

– ¡No! Puedo arreglármelas sola -replicó ella, y empezó a desabrochar los botones de su blusa.

– ¿… con las botas? -concluyó Bram, sonriente.

– Puedo arreglármelas sola -repitió Flora, aunque con la boca pequeña.

Él la ayudó de todos modos. Sus anchos hombros taparon prácticamente el hueco de la puerta cuando se inclinó para soltar los cordones de las botas. Flora se quitó la blusa sin saber muy bien si se sentía agradecida o decepcionada por haber elegido un sujetador deportivo que era al menos tan decente como la parte superior de un biquini normal. Cuando Bram le hubo quitado las botas, alzó su trasero del asiento para quitarse los pantalones y no pudo evitar una mueca de dolor; su rodilla la devolvió de nuevo a la dolorosa realidad.

– Esto es una pérdida de tiempo -dijo-. No voy a poder ir caminando hasta el agua. Lo siento, Bram. Te agradezco el esfuerzo, pero… -se interrumpió cuando él pasó un brazo bajo sus rodillas-. ¿Qué haces?

– Inclínate y pasa un brazo por detrás de mi cuello -dijo él, pero ella no se movió-. Confía en mí, Flora. Soy tu sombra, ¿recuerdas? Somos inseparables -a continuación la alzó y la llevó hasta el agua.

Flotar en el agua fresca, con el pelo tras ella y la mano de Bram sujetándola con firmeza, fue una de las sensaciones más agradables que Flora había experimentado en su vida.

– He de reconocer que sabes elegir una playa, Bram Gifford -murmuró-. Lo tiene todo. Una arena finísima, algunas palmeras, agua fresca de un manantial cercano… Ha sido una gran idea.

– De vez en cuando las tengo.

– Gracias por ser tan listo, Bram.

– Si fuera listo, te habría convencido para que no fueras a la tumba.

– No, eso también ha estado muy bien -dijo Flora, pensando sobre todo en cómo había confiado en ella-. Aparte de los murciélagos.

– Sí, es cierto. Me alegra que hayas visto a la princesa.

Permanecieron unos momentos en silencio.

– Es posible que viniera a nadar aquí con otras doncellas de la corte por las mañanas -dijo Flora.

– O de noche, con su amante.

Flora suspiró.

– Casi me gustaría ser escritora de ficción para poder inventar toda una vida para ella. Tal y como son las cosas, es probable que nunca lleguemos a saber de quién se trataba y por qué fue enterrada de ese modo -volvió el rostro hacia Bram y, por un momento, al ver que la estaba mirando, las palabras se helaron en la garganta-. Gracias por haber sido lo suficientemente listo como para haberme impedido venir sola, Bram, y por haberme acompañado.

– Para eso están las sombras. Recuerda que no puedes ir a ningún sitio sin mí -y como para demostrar que así era, volvió a tomarla en brazos y se encaminó hacia la orilla.

– Esto empieza a ser un poco absurdo -dijo Flora-. Me he torcido la rodilla, no se me ha roto una pierna.

– No quiero correr riesgos -dijo Bram mientras la dejaba con delicadeza sobre la arena. Por un momento siguió reteniéndola contra sí, y ella contuvo el aliento.

– Estoy en deuda contigo, Bram -dijo-. Nunca olvidaré cuánto.

– ¿Significa eso que he ganado este asalto en la disputa Claibourne Farraday?

Flora lo miró un momento, desconcertada. Había olvidado por completo aquella maldita disputa.

– ¿Es eso lo único que te importa? ¿Has estado tomando notas de todas las estupideces que he hecho hoy? -dio un paso atrás y la rodilla se le dobló.

Al instante, Bram la sujetó por la cintura.

– ¿Por qué iba a tomar notas? -preguntó-. Cada momento de este día ha quedado indeleblemente grabado en mi memoria -Flora pensó que a ella le había pasado lo mismo, pero no por el mismo motivo-. Sólo hay una cosa que no entiendo -añadió Bram.

– Pregunta lo que quieras -dijo ella en tono despreocupado. A fin de cuentas, estaba en deuda con él.

– ¿Lo que quiera? -repitió él y, al instante, la mente de Flora volvió a la oscuridad de la tumba, al momento en que Bram había desnudado su alma para ella, dejándole ver todo lo que, aturdida por su imagen dorada, no había sido capaz de ver a la luz del día.

Bram Gifford no era un mujeriego desaprensivo al que lo único que le preocupaba era su propio placer. Era un hombre que en el pasado se había enamorado de una mujer que lo había utilizado y estaba decidido a no volver a cometer la misma equivocación.

Estaba en deuda con él. Había encontrado la tumba para ella y la había protegido cuando se había asustado. Preguntara lo que le preguntase, debía contestarle. Y si simplemente la estaba utilizando para superar su dolor, podía asumirlo. Tal vez algún día lo reconocería por lo que era. Amor incondicional. Y tal vez aquello acabara por liberarlo. Y también a ella.

– ¿Qué quieres saber? -preguntó, y contuvo el aliento mientras esperaba que Bram le pidiera que traicionara a su hermana.

Capítulo Diez

– ¿Por qué te has pintado de azul las uñas de los pies?

La pregunta de Bram estaba tan alejada de los confusos pensamientos de Flora que por un momento creyó no haberla entendido.

– ¿Qué?

– Las uñas de los pies. No te pintas las de las manos, pero sí las de los pies. ¿Por qué?

El corazón de Flora necesitó unos momentos para volver a latir con normalidad.

– ¿Las uñas de los pies? -repitió-. ¿Quieres saber por qué me las he pintado?

– Ibas a decírmelo, pero nos distrajimos.

– ¿Y eso es todo? -preguntó Flora, que aún no sabia adonde los iba a llevar aquello.

– Tal vez. Dependiendo de tu respuesta, puede que haya una pregunta suplementaria.

– Ah, comprendo.

Por unos instantes, Flora había pensado que el mundo había vuelto a ser creado sólo para ella. Al parecer, se había equivocado. En lugar de ser su caballero andante, Bram era sólo su sombra y lo único que pretendía era sumar equivocaciones, contar errores.

Al parecer, el único fenómeno sin explicación eran sus uñas azules. La noche anterior no habría supuesto ningún problema. Se lo habría contado y probablemente se habrían reído. Pero en aquellos momentos sí era un problema…

– ¿Y bien? -dijo Bram, aparentemente impaciente por oír su respuesta.