Выбрать главу

– Gracias -susurró Flora, pero Bram siguió sosteniendo la camisa por el cuello.

– Deberías habérselo contado a alguien, Flora -dijo-. Tal vez a India. O si no podías hablar con ella, a alguien que pudiera aconsejarte. Cualquier persona madura te habría reconfortado y te habría dicho que no habías hecho nada malo.

– No podía… -y sin embargo se lo había dicho a él. Había confiado en él. Como él había confiado en ella.

– No tienes por qué esconderte de mí. Somos socios -Bram la besó en la frente-. No más secretos -la besó en los labios con dulzura, pero el beso acabó casi antes de empezar-. Y se acabaron las peinetas. Prométemelo.

– Lo prometo -susurró ella.

Los dedos de Bram se tensaron en tomo a la tela de la camisa y, por un momento, la tentación de ir más allá fue muy intensa. La deseaba tanto… Quería demostrarle que era la mujer más bella del mundo, que ninguna otra le hacía sombra… Pero ¿por qué iba a creer que él era diferente? A fin de cuentas, estaba trabado de quedarse con algo de lo que ella se enorgullecía, en lo que ella creía.

Le había pedido que confiara en él, pero ¿por qué iba a hacerlo? Y, en realidad, ¿qué sabía él de ella? Habían compartido sus secretos. Él le había contado cosas que nunca le había dicho a nadie. Ella le había abierto su corazón. Habían avanzado mucho en poco tiempo, pero ambos sabían lo fácil que resultaba ser engañado, la facilidad con que podía cometerse una estupidez a causa del deseo.

Sin embargo, a pesar de su reserva, Flora se había arrojado con entusiasmo entre sus brazos la noche anterior. Y la mirada que le estaba dedicando en aquellos momentos estaba calculada para hacer hervir la sangre de cualquier hombre. Y la suya estaba hirviendo, pero de todos modos dio un paso físico y mental atrás para distanciarse de lo que, sólo tres días atrás, habría parecido una imposibilidad. Para distanciarse de la posibilidad del dolor.

– Bien. Ahora que hemos dejado eso aclarado -dijo-, será mejor que comamos algo.

Flora lo miró como si la hubiera abofeteado. Luego dijo:

– Si no te importa, creo que preferiría volver al hotel. Si no hago algo rápidamente con mi pelo, nunca podré volver a peinarlo.

Era una excusa, y ambos lo sabían, pero Bram abrió la puerta del Jeep sin decir una palabra. Hicieron el viaje de vuelta en completo silencio. Cuando entraron en el hotel se encontraron en medio de una celebración con champán. Los empleados del hotel, los huéspedes… Todo el mundo parecía de fiesta. Y entre ellos estaba la rubia misteriosa con Tipi Myan y un hombre alto y robusto que debía tener unos diez años más que Bram.

En cuanto los vio, Tipi Myan se acercó a ellos.

– ¡Señorita Claibourne! ¡Señor Gifford! Me alegra ver que se están divirtiendo. ¿Han estado en alguna de nuestras bellas playas?

– Entre otras cosas -dijo Bram-. ¿Qué están celebrando?

Myan se encogió de hombros.

– No hay motivo para no contárselo ahora. Me temo que, como muchas nuevas naciones emergentes, contamos con una minoría inquieta que quiere alterar el orden establecido y causar problemas.

– ¿Y?

– Un pequeño grupo, empeñado en alejar del poder a nuestra dinastía real, secuestró a un ingeniero que había venido de Australia para asesorarnos sobre el mejor modo de asegurar la tumba, de protegerla. Lo han tenido retenido durante los últimos cinco días.

Bram frunció el ceño.

– ¿Y no se le ocurrió que Flora podía correr peligro si venía? -preguntó.

– Cuando todo sucedió ya era demasiado tarde para alisarla. Ustedes ya se hallaban en camino cuando nosotros nos enteramos de lo sucedido. Por supuesto, no podían ir a la tumba.

– ¿Ha dicho que lo «han tenido» retenido? -preguntó Flora-. ¿En pasado?

– Sí, gracias a Dios. Ha sido rescatado esta mañana. Nuestro servicio de seguridad localizó a los rebeldes en las montañas y logró liberar al rehén sin que sufriera ningún daño. Su pobre esposa ha sido tan comprensiva, tan paciente. Como comprenderán, la necesidad de discreción… -Myan fue distraído por un conocido que se acercó a saludarlo.

– Pobre mujer -dijo Flora-. Había pensado ir a hablar con ella. Ojalá lo hubiera hecho -al mirar a Bram comprendió por qué había estado evitando a la mujer desconocida-. Te recordaba a… -se interrumpió-. Lo siento.

Bram la tomó de la mano.

– Tienes razón, por supuesto, pero yo no debería asumir con tanta facilidad que todo el mundo actúa de manera interesada. Debo tratar de ser más amable.

– Yo no tengo quejas.

– Tú eres demasiado amable -dijo Bram con una sonrisa irónica mientras Tipi Myan volvía a reunirse con ellos.

– Lo siento… ¿Qué estaba diciendo?

– ¿Algo sobre la necesidad de discreción? -sugirió Bram.

– Siempre es mejor mantener estás cosas en secreto. Pero la buena noticia es que ya pueden acudir a ver la tumba. ¿Tal vez mañana? Hay unos grabados en la roca que encontrará realmente interesantes, señorita Claibourne.

– Lo cierto es que ya… -empezó Flora.

– Creo que Flora preferiría que le facilitara algunas fotografías -interrumpió Bram con rapidez antes de que ella terminara de confesar la verdad-. No quiero que corra riesgos innecesarios. Pero estaremos en el museo a primera hora de la mañana. ¿Qué tal a las nueve?

Tipi Myan hizo una inclinación de cabeza.

– Estaré allí, por supuesto.

Bram tiró delicadamente de Flora para alejarla de la celebración.

– No creo que sea necesario explicar a Tipi Myan cómo hemos pasado la mañana, ¿no te parece?

– Nunca seré capaz de guardar un secreto.

Bram movió la cabeza.

– En ese caso, no entiendo cómo has podido mantener tanto tiempo en secreto tu aventura con el profesor de tenis.

– Tal vez porque fue algo excepcional -admitió Flora mientras devolvían la nevera portátil en recepción-. Normalmente soy un desastre para guardar secretos.

– ¿Quieres decir que no voy a tener que torturarte para averiguar qué carta se guarda tu hermana bajo la manga para mantener a los Farraday alejados de la empresa?

– ¿Torturarme?

– Normalmente, las cosquillas funcionan -contestó Bram, sonriente-. Pero está claro que no sabes nada, o a estas alturas ya me lo habrías contado.

Flora se ruborizó al instante.

– ¡Señorita Claibourne! -el recepcionista la saludó casi con alivio-. No esperaba que volvieran hasta más tarde. Tienen visita.

– ¿Visita? -repitió ella, sorprendida.

El recepcionista señaló a un hombre y una mujer joven que se hallaban sentados en un sofá de recepción.

– Han dicho que usted les pidió que vinieran. Yo les he dicho que llegarían tarde, pero han insistido en esperar.

– Bien -dijo Flora, pero no se movió.

Aún estaban atrapados en el secreto no revelado que su rubor había traicionado. Bram dio un paso atrás.

– Sea lo que sea, no quiero saberlo.

– Pero…

– No -Bram cubrió con un dedo los labios de Flora-. Vamos a hablar con tu fabricante de pendientes.

– Ésa ha sido tu buena obra del día -dijo Bram. El hombre que fabricaba las joyas y su esposa, que había acudido para hacer de traductora, se habían ido radiantes del hotel tras acordar con Flora que esta iría a visitar su taller. Bram también sonreía-. Puedes donar las cien libras que me debes a tu asociación benéfica favorita.

– Considéralo hecho.

– O, a cambio, podrías invitarme a cenar.

– Me encantará hacer ambas cosas, pero lo cierto es que aún no hemos comido -le recordó Flora. Miraron hacia la terraza, en la que la celebración se hallaba en pleno apogeo-. No tengo demasiadas ganas de tanta compañía. Llamaré al servicio de habitaciones.

– Buena idea.

– Y luego quiero ir a la tienda de las telas.

– No puedes conducir con la rodilla en ese estado.

– Donde voy yo, vienes tú… ¿No fue eso lo que dijiste? -dijo Flora y, en tono ligeramente irónico, añadió-. ¿O tal vez prefieres quedarte a echar una siesta?