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El suelo pareció moverse bajo sus pies y una nube de polvo cayó sobre ellos desde el techo.

– Es un temblor…

Bram tiró de Flora justo cuando parte del techo empezaba a desmoronarse sobre ellos.

– ¡Bram! ¡Bram! Dios mío, ¿dónde estás? ¡Contesta, por favor!

Flora se arrastró a través de una espesa nube de polvo. Y entonces lo encontró. Estaba totalmente quieto, inerte, con un trozo de techo a su lado. Quiso gritar. Quiso llorar.

Pero no había tiempo para eso. Apoyó la cabeza en su pecho. ¿Se oía el latido de su corazón? Buscó su rostro en la oscuridad, le apartó el polvo con delicadeza y luego tanteó su cabeza con una mano. Cuando la retiró, notó que tenía los dedos llenos de sangre.

Bram la había apartado justo a tiempo. Era ella la que debería estar allí, con la cabeza ensangrentada.

– ¡Socorro! -gritó-. ¿Puede oírme alguien? -tras aguardar un momento sin oír respuesta, miró a Bram-. Escúchame, Bram… No estoy dispuesta a permitir que le mueras aquí, ¿me oyes? No pienso permitirlo. Te daré lo que quieras… -trató de encontrarle el pulso en el cuello. Tal vez no lo estaba haciendo bien. Una cosa era hacerlo durante las lecciones de primeros auxilios otra allí…

Calma. Debía mantener la calma. Pero lo único que quería hacer era zarandearlo para que despertara.

No. Allí estaba. El pulso, fuerte y claro. Pero ¿por cae no despertaba de una vez?

– Maldita sea, Bram. ¡Despierta! -lo aferró por la camisa con ambas manos-. Puedes quedártelo…, ¿me oyes? Todo. Al menos mi parte de la empresa. India lo comprenderá o no, pero me da lo mismo -alzó la voz, desesperada-. ¡Escúchame! Querías enterarte de mis secretos, ¿no? Pues te voy a decir uno: India piensa quitar el apellido Farraday de los grandes almacenes y dejar sólo el de Claibourne, y tú no querrás que eso suceda, ¿verdad? Te ayudaré a impedir que lo haga, pero tienes que regresar conmigo.

Bram gimió y Flora volvió a apoyar la cabeza en su pecho. Respiraba y su corazón latía.

– Simplemente dime lo que quieres, amor mío. Haré lo que sea para recuperarte, te daré lo que sea… incluso un hijo con el que puedas quedarte para siempre…

De pronto, Bram empezó a toser.

– Estoy aquí -dijo, y volvió a gemir-. ¿Se puede saber qué tiene que hacer uno por estos lares para recibir el beso de la vida?

– ¡Bram! -emocionada, Flora se arrojó sobre él para abrazarlo y Bram gritó-. ¿Qué pasa? ¿Qué te duele?

Él pensó un momento antes de contestar.

– Me duele todo el cuerpo. ¿Qué ha pasado?

– Creo que ha habido un terremoto… -Flora empezó a toser a causa del polvo-. Y como eres todo un caballero has decidido ser un héroe en lugar de permitir que la naturaleza borrara del mapa a la oposición.

– Eso no es nada típico en mí.

– Sí, claro. Estate quieto mientras voy a ver si logro que alguien nos oiga.

Bram la sujetó por el brazo.

– No, no te vayas.

– ¿Qué quieres que haga?

– Sólo…

– ¿Qué?

Bram alzó la mano y tocó la corona que, por alguna especie de milagro, seguía sobre la cabeza de Flora.

– Vuelve a decirme cómo puedo conseguirlo todo, princesa…

Decepcionada, Flora tragó saliva. Al parecer, aquello era todo lo que quería Bram.

– De acuerdo. Has ganado.

– ¿Ganado?

– El asalto número dos es para los Farraday. Es un intercambio justo por haberme salvado la vida.

– Flora…

En aquel momento se oyó un ruido de madera al quebrarse cuando alguien trató de abrir la puerta.

– ¡Dense prisa! -exclamó Flora-. Aquí hay un hombre herido -luego se volvió hacia Bram-. ¿Qué querías decirme?

– Cuando has dicho que podía tenerlo todo, sólo he pensado en ti. Y puede que no me esté muriendo, pero ese beso sería muy bienvenido.

Bram durmió el resto del día y toda la noche. Flora no lo abandonó en ningún momento, y cuando sintió que el sueño estaba a punto de vencerla, se tumbó a su lado.

– ¿Flora? -al abrir los ojos, Flora vio a Bram apocado sobre un codo, mirándola.

– Hola -saludó.

– Hola -respondió él-. Dime una cosa, princesa, ¿he muerto y he ido al cielo?

– El médico ha dicho que debía mantenerte vigilado por si sufrías una conmoción.

– Excelente médico. ¿Y cuál es el pronóstico?

– Algunas rozaduras y moretones en el cuero cabelludo. Sobrevivirás. ¿Cómo te sientes?

– Puede que no quieras escuchar la respuesta a esa pregunta.

– Deduzco por tus palabras que no te duele precisamente la cabeza -dijo Flora, y se levantó.

– ¿Adónde vas? -protestó Bram-. Necesito una enfermera constantemente a mi lado.

– ¿No quieres comer y beber algo?

– Lo único que quiero lo tengo aquí mismo.

– Pero…

– Dijiste «cualquier cosa». Cualquier cosa que quisiera -Bram giró hasta quedar de espaldas sobre la cama y sonrió-. Puedes empezar por un baño de cama.

– Olvídalo. No tienes ningún problema que te impida utilizar la ducha.

– He recibido un golpe en la cabeza. A lo mejor me mareo…

– En ese caso, supongo que tendré que quedarme contigo para asegurarme de que no te pase nada.

– Flora… -Bram alargó una mano para tomar la de ella-. No tienes por qué hacerlo. No me debes nada.

– Te debo mi vida.

– No hay deudas en esta relación. Cuando todo esto haya acabado, y pase lo que pase con la empresa, quiero que seamos socios. En todo el sentido de la palabra.

– Escuchaste todo lo que dije, ¿verdad? -dijo Flora-. No estabas inconsciente.

– Sólo estaba aturdido -reconoció Bram-. Momentáneamente. Pero tienes razón: lo oí todo. Al menos lo suficiente.

– ¿Y por qué no me hiciste callar?

– Si yo te estuviera abriendo mi corazón, ¿habrías querido detenerme? -al ver que Flora negaba con la cabeza, Bram continuó-. Dijiste que renunciarías a la empresa si me recuperaba, pero yo no quiero que hagas eso. Soy abogado y no podría sustituirte; nunca podría sentir el entusiasmo que sientes tú por lo que haces.

– Es extraño, pero hace una semana no sabía con certeza lo que la tienda significaba para mí. Pensaba que no me importaba, pero tú me has hecho abrir los ojos.

– Y sin embargo, ¿estarías dispuesta a renunciar a ella por mí?

– Sí. Renunciaría a ella por ti. Te daría cualquier cosa…

– Lo sé. Lo oí. Pero lo único que quiero eres tú. En cuanto a los grandes almacenes…, ¿por qué no dejamos que India y Jordan lo resuelvan entre ellos? -Bram sacó las piernas de la cama y se levantó-. Tenemos cosas más importantes que hacer.

– ¿Como qué? -susurró Flora.

– Primero tomaremos esa ducha. Luego empezaremos por «cualquier cosa»…

A pesar de sus bravatas, Flora estaba temblando cuando entró en la ducha con Bram. Aquello era nuevo para ella. Una sociedad de iguales. Algo que nunca habría esperado, que nunca habría creído posible.

– ¿Quieres que te lave? -susurró mientras el agua caía sobre ellos.

Sin decir nada, Bram le alcanzó una esponja con gel. Con la boca seca, Flora empezó a frotarle el cuello con delicadeza y besó cada moretón producido por los escombros que deberían haber caído sobre ella. Luego él tomó la esponja e hizo lo mismo con ella, y ni siquiera se detuvo cuando los pezones de Flora lo retaron y su piel resplandeció con evidente deseo.

Cuando su propia excitación se hizo evidente.

– Bram -susurró ella, pero el siguió tomándose su tiempo.

– No hay prisa, princesa mía. Tenemos todo el tiempo del mundo. El resto de nuestras vidas.

– ¿Tiempo para algo especial?

– Tiempo para todo lo que siempre has querido.

Flora cerró el agua, tomó una toalla, envolvió con ella a Bram y lo condujo de vuelta a la cama.

– Quédate ahí sentado, cierra los ojos y no los abras hasta que yo te diga.