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– Flora…

– Chist -insistió ella, y Bram obedeció. Su recompensa fue la delicada caricia de los labios de Flora sobre los suyos, el suave roce de los pechos de ella contra su piel-. Prométeme que vas a mantenerlos cerrados.

– Lo prometo.

Bram oyó que Flora se alejaba. Al cabo de un momento oyó un tintineo y el sonido del sillón de mimbre que había en la habitación cuando ella se sentó.

– Ya puedes abrirlos.

La diadema estaba sobre la cabeza de Flora. Su pelo caía suelto y ligeramente ondulado sobre sus pechos desnudos. Entre estos había un medallón de jade y de su cuello colgaba un magnífico collar de perlas.

Sus brazos estaban rodeados de oro y llevaba pulseras en los tobillos.

Cuando por fin pudo hablar, Bram dijo:

– Prométeme que la policía de Saraminda no está a punto de entrar aquí a detenerte.

– Son copias, Bram. Tipi había encargado unas copias para mostrarlas en la tumba cuando se abra al público. Voy a llevarlas a Londres para exponerlas en la tienda.

– ¿No vas a usarlas?

– No. Éste es un espectáculo privado. Sólo para ti.

– Tenía razón. Eres mi princesa -dijo Bram con voz ronca-. Mi reina.

Y él se sintió como un rey cuando la tomó de las manos y la atrajo hacia sí para besarla.

Las mariposas del los jardines botánicos de Saraminda parecieron acercarse con curiosidad a Flora Claibourne y Bram Gifford mientras estos pronunciaban sus votos matrimoniales, tranquilamente y sin alharacas.

– Tenías razón respecto a tu indumentaria -dijo Bram mientras brindaban con champán tras cortar la tarta preparada por la esposa de Tipi Myan.

Flora había elegido el azul y la plata para vestirse. Su chaqueta y sus pantalones, confeccionados en la más fina seda de aquellas tierras, iban a juego con el azul oscuro de los dedos de sus manos y de sus pies. Llevaba unas sandalias de tacón alto. Los pendientes, hechos por un artesano local, eran sus nombres enlazados y escritos en la lengua de Saraminda.

– Va a ser todo un éxito.

– Sólo hay un problema. ¿Cómo vamos a decirles a Jordan y a India que nos hemos… fusionado? -dijo Flora.

– No te preocupes.

– ¿No?

– No ¿Por qué molestarlos? Ambos tienen cosas…más importantes en las que pensar.

Intercambiaron una mirada de complicidad.

– Eso es cierto.

– Jordan empezará a supervisar el trabajo de India dentro de un par de días. Y para cuando regresemos de nuestra luna de miel todo habrá acabado.

– ¿Nos vamos de luna de miel? Tengo la sensación de que ya llevamos semanas de luna de miel. Desde luego, pienso recomendar este destino a nuestro departamento de viajes.

– ¿Luna de miel? Esto no ha sido una luna de miel, cariño. Te he estado supervisando muy atentamente. Esto ha sido trabajo.

Flora rió.

– No sabía cuánto me gustaba ser directora de Claibourne & Farraday. Si Jordan gana, no me hará ninguna gracia tener que renunciar.

– En ese caso, tienes mi palabra de que no tendrás que hacerlo. Ahora eres una Farraday…, además de una Claibourne. Mi apellido y mi puesto en la junta son mi regalo de boda para ti.

– Ése es un regalo de boda extraordinario.

– Tú si que eres una mujer extraordinaria. Te aseguro que te los regalo de todo corazón -Bram se interrumpió para besar a Flora en los labios-. Hasta que la muerte nos separe.

Liz Fielding

***