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– He dicho… -comenzó Bram Flora lo interrumpió.

– No necesito que hagas mi trabajo -dijo, decidida a no caer en una provocación tan clara-. Sólo quería evitar que te aburrieras. Si quieres hacerte con el control de la empresa, llegará un momento en que tendrás que implicarte en el trabajo diario.

Flora sabía que estaba siendo injusta. Ella misma no hacía casi nada por la empresa y si había aceptado la oferta de Tipi Myan, había sido movida por el deseo de librarse de Bram Gifford. Para no tener que comportarse como si supiera cómo actuaba el directivo de una gran empresa o qué debía hacer. Tenía que justificar el salario que su padre había comenzado a pagarle cuando, incluso antes de acabar la carrera de Arte, empezó a diseñar joyas para la tienda.

Flora habría estado dispuesta a diseñarlas aunque sólo fuera por verlas convertidas en realidad. Pero su padre se había reído ante la sugerencia y había dicho que prefería atarla con un contrato antes que permitir que la competencia se la robara.

No era frecuente que su padre les dedicara demasiada atención, así que Flora se había sentido especial en un momento de su vida en el que necesitaba ser querida.

Poco a poco había quedado atrapada por la historia y el misterio que rodeaba a los metales y piedras preciosas con los que los ricos y poderosos se hacían enterrar.

El viaje a Saraminda se había presentado como un regalo para ella. Pero en esos momentos veía lo equivocada que estaba.

De haberse quedado en Londres, sólo habría tenido que estar con Bram de nueve a cinco y él habría tenido que atender otros asuntos. Aunque Bram hubiera tomado días de vacaciones para estar con ella, siempre habría habido distracciones femeninas a las que dedicar su tiempo. Pero en medio de la nada no iba a haber manera de escapar de él.

Recordó la actitud suplicante de India y trató de ponerse en el lugar de su hermana. ¿Cómo se sentiría ella si alguien llegara y le dijera que debía abandonar su carrera, que tenía renunciar a aquello por lo que llevaba tanto tiempo luchando porque otra persona iba a quitarle el puesto? Y ni siquiera porque se tratara de alguien con más talento o capacidad, sino exclusivamente porque era un hombre.

Flora consideró la posibilidad de invitar a la rubia a su mesa. Eso conseguiría distraer a Bram. Pero él no era tonto y sabría cuáles eran sus intenciones, así que en lugar de llamar a la mujer, miró a Bram a los ojos.

– ¿Realmente os interesa la empresa o los Farraday estáis obsesionados con demostrar vuestro poder de machos? Yo estoy aquí para trabajar. ¿Tú?

– ¿Qué trabajo te importa más? -replicó él, sin responder las preguntas y atacándola a su vez-. ¿El intelectual o el comercial?

Flora esperaba aquella pregunta desde el primer momento que vio a Bram y tenía la respuesta preparada. Para disimular, dejó pasar unos segundos, como si considerara qué responder.

– Uno y otro se complementan. La tienda financia mis viajes y mis investigaciones. Y unos y otros inspiran mis diseños.

– Así que los informes para el departamento de viajes no son más que un extra -Bram escondía una mente afilada tras su aparente actitud relajada.

– Les proporciono un comentario personal desde la perspectiva del viajero. No pretendo nada más. Al departamento de viajes le viene bien tener una opinión objetiva.

– Entonces ya sabes lo que vas a tener que hacer hasta que abran los museos.

En lugar de preguntar a qué se refería, Flora esperó a que Bram continuara.

– Vas a tener que hacer de turista.

– Sólo hay un lugar que me interese visitar.

– El señor Myan te dijo que no se puede acceder a él -replicó Bram en tono de advertencia-. Dijo que era peligroso. Seguro que se pueden visitar otros sitios.

– ¿Qué pasa, Bram, tienes miedo a no resistir la escalada?

– No he traído mis botas de montaña -le recordó él.

– Es cierto -Flora no iba a darse por vencida. Estaba decidida a ver la tumba aunque no contara con el apoyo de Bram, pero se encogió de hombros para quitarle importancia-. Supongo que tienes razón. Hay muchas otras cosas para ver.

– ¿Por qué no empiezas esta misma tarde? Puedes ir a Minda en taxi y empaparte de la atmósfera local. Incluso probar algún restaurante.

Flora se dio cuenta de que Bram no se incluía en los planes y pensó que por fin había decidido buscar sus propias distracciones.

– ¿No quieres venir conmigo a tomar notas? -preguntó ella.

– Ya te he visto comer. Lo haces muy bien y muestras destreza con los cubiertos, pero no compraría entradas para verte.

Flora tenía lo que se merecía. Había insistido en que él hiciera lo que quisiera y no podía enfadarse porque aceptara la sugerencia. Lo cierto era que la idea de pasearse sola por una ciudad desconocida en la oscuridad no le resultaba muy sugerente. Pero como no iba a admitir sus temores, se encogió de hombros.

– De acuerdo -dijo.

Dirigió su mirada al horizonte y vio un barco de carga alejándose de la costa. En la bahía se divisaban un par de barcas de pesca. Luego, sus ojos se detuvieron en la mujer rubia y Flora se preguntó si Bram no la conocería de antes y habría quedado en la isla con ella.

– ¿Tú cenarás aquí? -preguntó.

– No creo -dijo Bram-. No parece que haya demasiado ambiente.

– ¿No? Pues si quieres compartir un taxi hasta la ciudad no tienes más que decírmelo. Estoy segura de que hay más de un restaurante.

– Seguro que sí.

– Y que allí encontrarás toda la «atmósfera» que desees -insinuó Flora volviendo la mirada hacia la rubia. Las gafas de sol ocultaban los ojos de Bram y era imposible adivinar hacia dónde miraba.

– Tienes razón. Y ya que vas a tener que dedicarte a Claibourne y Farraday…

– Siempre intento combinar los negocios con el placer -dijo Flora.

– … quizá debería ir contigo.

¿La única intención de Bram había sido ponerla nerviosa?

– No se preocupe, señor Gifford -dijo Flora con retintín-. Tomaré notas para que pueda verlas en su tiempo libre. Mientras tanto, puede buscarse otros entretenimientos.

– Bram -dijo él-. No olvides que somos colegas, Flora.

– No te preocupes, Bram -dijo ella, pasando por alto el énfasis que él había puesto en la palabra «colegas». Tratarlo de usted había sido su pequeña venganza para intentar irritarlo, y todavía estaba decidida a conseguirlo-. Puedes buscar un bar y encontrar compañía agradable. Haz lo que te apetezca y pásalo bien.

– No creo que lo pase bien, pero tendré que pegarme a ti.

Flora lo miró fijamente. Una cosa era ser impertinente y otra, ser abiertamente desagradable.

– Después de todo -siguió Bram-, una vez que los Farraday recuperen el control de la compañía -sonrió con frialdad-, seré yo quien informe al departamento de viajes.

Flora fue a responderle que, como eso no iba a suceder, no tenía por qué esforzarse, cuando acudió a su mente una idea tan brillante que no tuvo que fingir la sonrisa que iluminó su rostro.

– De acuerdo, si insistes… -se encogió de hombros como si no le diera importancia-. A partir de mañana debería empezar a tomarme en serio la exploración de la isla -ahuyentó un insecto-. Ya que no puedo hacer nada más, tendré que alquilar un coche o algo así.

– ¿O algo así?

– Un Jeep sería más adecuado -la expresión de Bram pareció indicar que prefería un coche con aire acondicionado-. Necesitamos un coche duro. No creo que las carreteras estén en muy buen estado -Flora se sonrojó al presentir que Bram la miraba fijamente, pero como no podía verle los ojos, era imposible estar segura.