Kovac se desplazó hacia el último barril y escudriñó el patio como pudo. No había rastro de Gaines, lo que significaba que podía haberse refugiado en algún edificio de la finca, de forma que aquello podía acabar en tiroteo. De repente, el zumbido penetrante de un motor pequeño surcó el aire, y ya no quedó tiempo para pensar.
La motonieve salió disparada por la puerta trasera del taller de Neil Fallon y se dirigió en línea recta hacia Kovac. Kovac separó los pies, efectuó un disparo que impactó contra el morro del vehículo, se arrojó al suelo, rodó sobre sí mismo y se levantó.
Gaines conducía a toda velocidad en dirección al lago, en concreto hacia la extensión que se abría al este de las cabinas de pesca. La motonieve rebotó sobre los montones de nieve dura que se acumulaban en el camino. Kovac se lanzó en su persecución con la esperanza de no perderlo de vista. Disparó dos veces más, aunque en realidad no esperaba darle a nada.
Al llegar a la orilla, la motonieve dio un salto, y Gaines salió despedido del asiento, aunque sin soltar el manillar. La máquina se inclinó bajo su cuerpo y empezó a caer.
Kovac apretó el paso y vio que Liska se acercaba por la izquierda. La motonieve se estrelló contra el hielo y lo atravesó con un estruendo que recordaba un trueno. Gaines aterrizó junto al vehículo y por un instante permaneció inmóvil.
– ¡Cuidado con el hielo! ¡Cuidado con el hielo! -gritó Liska mientras Kovac corría por el viejo embarcadero.
Gaines ya intentaba incorporarse con la mochila colgada de los hombros. La motonieve empezaba a hundirse a medida que el hielo circundante cedía. Con un último crujido, el vehículo desapareció.
– ¡Ríndete, Gaines! -gritó Kovac-. ¡No tienes adonde ir!
Gaines levantó el arma y disparó. Kovac se arrojó de bruces sobre el embarcadero, pero el grito de Gaines lo indujo a levantar la cabeza.
– ¡Se ha caído al agua! -señaló Liska.
Gaines profirió una exclamación ahogada, agitando un brazo sobre la superficie. Kovac bajó del embarcadero y pisó el hielo con mucho cuidado.
– ¡Aguanta, Gaines! ¡No te muevas!
Pero Gaines era presa del pánico, y su cuerpo aparecía y desaparecía mientras intentaba salir del agua, aunque lo único que conseguía era romper más hielo a su alrededor.
– ¡Estate quieto, Gaines! -ordenó.
Oía los jadeos y gemidos de Gaines. La temperatura del agua no tardaría en producirle un shock, bloqueando sus sistemas vitales. El peso de la ropa mojada tiraría de él hacia abajo como una armadura, y la mochila sería como un yunque atado a su espalda. Los músculos se le agarrotarían, lo que no haría más que intensificar el pánico.
– ¡Déjame cogerte del brazo! -gritó Kovac, alargando la mano mientras percibía que el hielo se agrietaba bajo el peso de su cuerpo.
En lugar de permitir que Kovac lo asiera del brazo. Gaines agito las manos como un loco, pero sin conseguir aferrarse a él. Varios centímetros más de hielo cedieron, y de la garganta del hombre brotó un chillido animal.
– ¡Quieto! ¡Quieto, maldita sea! -se desesperó Kovac. Se concentró en el brazo de Gaines y se lanzó de bruces al tiempo que lo agarraba con fuerza.
El hielo cedió bajo su pecho, y la parte superior de su cuerpo se sumergió en el agua.
Estaba tan fría que fue como chocar contra un ladrillo a toda velocidad. Instintivamente, se puso a darle manotazos como si fuera sólida y pudiera salir de ella dándose impulso. Percibió las manos de Gaines tirando de él en un intento de arrastrarlo al fondo. De pronto, otra fuerza tiró de él desde fuera, asiéndole las piernas.
Kovac levantó la cabeza y la sacó del agua tosiendo mientras intentaba retroceder hacia una capa de hielo más gruesa.
– ¡Sam! -llamó Liska.
Estaba tras él, tendida en el hielo, aferrada a una de sus piernas. Kovac se quedó muy quieto. Ya se le habían entumecido los dedos por el frío. Sin dejar de toser y atragantarse, escudriñó el agujero en el hielo.
Gaines había desaparecido. El agua relucía quieta y negra a la luz de la luna.
Por un instante, Kovac imaginó lo que sería ahogarse, ese brevísimo momento bajo el agua, a ciegas, intentando salir a respirar y sin sentir más que hielo sobre la cabeza.
De inmediato cerró la puerta a esa parte de su mente y se dirigió a gatas hacia el embarcadero.
Capítulo 38
– Y tú que creías que yo era ambiciosa -se maravilló Liska- Nunca he asesinado a nadie para progresar en mi carrera.
Estaban sentados en el coche de Kovac. Los técnicos forenses habían llegado, y Tippen los acompañaba en su ronda. Uno de los ayudantes del sheriff le había prestado a Kovac un jersey seco, y sobre él llevaba una cazadora mugrienta que había encontrado en el taller de Neil Fallon. Las mangas le llegaban a medio antebrazo, y la prenda olía a perro mojado.
– Pero has mencionado la posibilidad -le recordó Kovac.
Alguien le había llevado café. Tomó un sorbo sin percibir el sabor del café ni del whisky que Tippen había sacado de no se sabía dónde-
– Eso no cuenta.
Guardaron silencio durante unos instantes.
– ¿Cuánto crees que sabe Wyatt? -inquirió Liska.
Kovac meneó la cabeza.
– No lo sé. A estas alturas, debe de sospechar. Todo se remonta a Thorne. Lo que está clarísimo es que sabe todo lo que sucedió aquella noche.
– Y ha sido un secreto durante todos estos años.
– Hasta que Andy Fallon empezó a indagar. A eso debía de referirse Mike al decir que no podía perdonar a Andy por lo que había hecho, que Andy lo había estropeado todo, que le había ordenado que lo dejara correr. Creí que se refería al hecho de que Andy hubiera salido del armario… Madre mía, tantos años…
– ¿Crees que Wyatt mató a Thorne? -preguntó Liska.
– Es la conclusión a la que llego. Evelyn Thorne estaba enamorada de él.
– Pero ¿cómo lo descubriría Gaines?
– No lo sé. Puede que Andy llegara a la misma conclusión y hablara de ello con Gaines. Puede que viera las notas de Andy… No lo sé.
– ¿Y dónde encaja el tipo al que cargaron el muerto?
– No lo sé.
Lo que había ocurrido aquella noche tan lejana era un bombazo, se dijo Kovac, y aparte de Ace Wyatt, había otra persona viva que tal vez estuviera al corriente de todo: Amanda.
– ¿Quieres hablar con Wyatt a solas? -inquirió Liska-. Si me necesitas te acompaño…
– No -declinó Kovac en un murmullo-. Necesito hacerlo solo. Por Mike. Fuera lo que fuese, en tiempos significó algo muy positivo para mí.
Liska asintió.
– Volveré al despacho y me pondré con el papeleo.
– ¿Por qué no te vas a casa, Tinks? Es muy tarde.
– Los chicos están en casa de mi madre por lo de Rubel, así que en casa solo me espera un coche patrulla con un par de cabrones para cuidar de mí.
– ¿No hay noticias de Rubel?
– Solo un montón de falsas alarmas. Espero que algo lo haga salir de su escondrijo si es que a estas alturas no está ya en Florida.
– ¿Estás asustada? -le preguntó Kovac, mirándola a los ojos.
– Sí -reconoció Liska, devolviéndole la mirada-. Por mí, por los chicos… No me queda más remedio que convencerme de que lo encontraremos antes de que él llegue a nosotros.
Se hizo de nuevo el silencio entre ellos.
– Me siento viejo, Tinks -suspiró por fin Kovac-. Viejo y cansado.
– No pienses en eso, Sam -aconsejó Liska-. Si te detienes el tiempo suficiente para pensar en ello, no volverás a ponerte en marcha.
– Qué optimista.
– Oye, que he perdido la oportunidad de hacer carrera en Hollywood -replicó ella con fingido enojo-. ¿Qué quieres de mí? ¿Una sonrisa de anuncio las veinticuatro horas del día?
Kovac halló fuerzas suficientes para soltar una risita, a la que siguió otro acceso de tos. Aún le dolían los pulmones por culpa del agua helada.