Liska enarcó las cejas.
– ¿Daring? ¿De Daring-Landis?
– Es lo que supuse, y ninguno de los dos lo negó.
Liska emitió un silbido.
– Interesante detalle. ¿Sabes algo de los de las huellas latentes?
– No, pero supongo que encontraremos las de Pierce. Eran amigos.
En aquel momento sonó el teléfono de Liska, quien se volvió para contestar.
Kovac encendió el ordenador, dispuesto a empezar el informe preliminar sobre la muerte de Andy Fallon. Una semana después de la autopsia les entregarían el informe del forense, pero antes de eso llamaría al depósito para conocer los resultados toxicológicos e intentar acelerar el proceso.
De repente, el teniente Leonard apareció en el cubículo.
– Kovac, a mi despacho ya.
Liska mantuvo los ojos bajos mientras seguía hablando por teléfono para no tener que mirar al teniente. Kovac contuvo un suspiro y siguió a Leonard.
Un enorme calendario salpicado de adhesivos redondos de color rojo dominaba una de las paredes del despacho del teniente. El color rojo simbolizaba los asesinatos aún sin resolver, y el negro, los asesinatos ya aclarados. El naranja representaba los asaltos sin resolver, y el azul, los casos de asalto cerrados. La lucha contra el crimen en colorines, todo muy pulcro y ordenado. Era la clase de parida que enseñaban a aquellos tipos en los cursos de gestión.
Leonard fue tras su mesa, puso los brazos en jarras y frunció el ceño. Llevaba un suéter marrón, camisa y corbata. Las mangas del suéter eran demasiado largas, y el aspecto del teniente le recordaba un mono de peluche que tenía de pequeño.
– Hoy mismo recibirán el informe preliminar de la autopsia de Fallon.
Kovac sacudió la cabeza como si le hubiera entrado agua en el oído.
– ¿Qué? Me dijeron que tardarían al menos cuatro o cinco días en practicársela.
– Alguien se cobró un favor invocando el nombre de Mike Fallon -explicó Leonard-. A fin de cuentas, es un héroe en el departamento, y nadie quiere que sufra más de lo estrictamente necesario. Teniendo en cuenta las circunstancias que rodean el suicidio…
Su boca carente de labios se removió como un gusano. Un asunto desagradable el de un suicidio de matices sexuales estrafalarios.
– Ya -masculló Kovac- Qué desconsiderado por su parte matarse de esa forma… si es que fue eso lo que ocurrió. Es una vergüenza para el departamento.
– Eso es un tema secundario, aunque no carente de importancia -señaló Leonard a la defensiva-. A los medios de comunicación les encanta hacernos quedar mal.
– Bueno, pues se lo pondríamos en bandeja. Primero son los agentes que se pasan el turno en clubes de striptease, y ahora esto. Esto se ha convertido en Sodoma y Gomorra.
– Guárdese los comentarios, sargento. No quiero que nadie hable con la prensa acerca de este caso. Hoy mismo haré una declaración oficial. «La precoz muerte del sargento Fallon ha sido un trágico accidente. Lloramos su pérdida y llevamos a sus familiares en nuestros corazones» -recitó las frases que había memorizado, procurando conferirles fuerza.
– Breve y conciso -opinó Kovac-. Suena bien siempre y cuando sea cierto.
Leonard lo miró con fijeza.
– ¿Tiene usted alguna razón para creer que no es cierto, sargento?
– De momento no. Nos vendrían bien algunos días para atar cabos sueltos… Ya sabe, una especie de investigación. ¿Y si fue un juego sexual que salió mal? Ello podría implicar el concepto de culpabilidad.
– ¿Tiene pruebas de que hubiera alguien más en la casa?
– No.
– Y le han contado que estaba deprimido y que iba al psicólogo del departamento.
– Esto… sí -asintió Kovac, suponiendo que al menos sería verdad a medias.
– Tenía ciertos… problemas -comentó Leonard con cierta incomodidad.
– Sé que era homosexual, si se refiere a eso.
– Entonces, no maree la perdiz -espetó Leonard.
De repente pareció muy interesado en los papeles de su mesa, pues se sentó y abrió un expediente.
– No hay nada que investigar Fallon se suicidó adrede o por accidente. Cuanto antes zanjemos este asunto, mejor. Tiene usted otros casos en marcha.
– Ah, sí, mis asesinatos de mañana -replicó Kovac con sequedad.
– ¿Sus qué?
– Nada, señor.
– Cierre este caso y vuelva a concentrarse en el asalto Nixon. El fiscal del condado me está presionando mucho. La violencia de bandas es una prioridad.
Sí, pensó Kovac mientras regresaba a su cubículo; conviene mantener bajas las estadísticas de actividad de bandas para aplacar al ayuntamiento. En comparación, la muerte extraña e inexplicada de un policía carecía de importancia.
Se dijo que debería estar satisfecho. En realidad, le apetecía tan poco como a Leonard que el caso Fallon se prolongara, aunque por motivos distintos. A Leonard se la traía floja Iron Mike; con toda probabilidad, ni siquiera lo conocía. Lo que de verdad le importaba era el departamento. En cambio, Kovac quería cerrar el caso por el bien de Mike, al igual que la persona que había presionado al forense. No obstante, ese puño de tensión del que Kovac quería hacer caso omiso no desaparecía de su estómago, aferrándose a él como una amante. Más aún, teniendo en cuenta el tiempo transcurrido desde su última amante.
Liska le arrojó el abrigo.
– Necesitas un cigarrillo, ¿verdad, Sam?
– ¿Cómo? Pero si lo estoy dejando. Gracias por apoyarme.
– En tal caso, necesitas mucho aire fresco para quitarte la costra de los pulmones.
Se acercó a él y le lanzó una mirada significativa. Kovac la siguió hacia la puerta.
– El caso Fallon se acabó -anunció cuando se ponía el abrigo.
Liska le dedicó la misma mirada que él había dedicado a Leonard, pero más intensa.
– Ya le han practicado la autopsia.
– ¿Qué?
– Todo el mundo espera un dictamen de suicidio, solo que lo llamarán accidental para ahorrarle sufrimientos a Mike. Hoy mismo tendremos el informe preliminar y la bendición de Leonard. Nadie de arriba quiere que Mike… ni el departamento sufra las consecuencias de los detalles sórdidos.
– Claro -musitó Liska, repentinamente pálida.
Guardó silencio hasta que salieron a la calle, y Kovac no le pidió explicaciones. Llevaban juntos tiempo suficiente y había aprendido a leerle el pensamiento. En su profesión, los compañeros desarrollaban una suerte de intimidad no sexual, sino psicológica y emocional. Cuanto más sintonizados estaban, mejor colaboraban en la resolución de los casos. Su experiencia con Liska era de las mejores que había tenido; se comprendían y se respetaban.
Caminó junto a ella por el laberinto de pasillos hasta salir por una puerta poco utilizada en la cara norte del edificio. El sol brillaba cegador sobre la nieve, y el cielo poseía un diáfano color azul claro. Hacía un día engañosamente bonito, pues en realidad la temperatura era bajísima. No se cruzaron con nadie en la escalinata exterior, en la que nunca daba el sol, solo el viento. Por lo general, la gente salía por la cara sur como aves árticas en busca de calor.
Kovac hizo una mueca al exponer el rostro al frío, embutió las manos en los bolsillos y hundió la cabeza entre los hombros para resguardarse del viento.
– Leonard te ha dicho que el caso Fallon está cerrado -constató Liska por fin.
– Me ha ordenado que lo zanje.
– ¿Quién ha conseguido que le hicieran la autopsia tan pronto?
– Alguien más importante que él.
Liska se quedó mirando la calle mientras los músculos de su mandíbula se tensaban. El viento le alborotaba el cabello corto y le humedecía los ojos. Kovac percibió que no le iba a hacer ni pizca de gracia lo que su compañera estaba a punto de decirle.
– Bueno, ¿me quieres explicar de una vez qué te pasa? -preguntó de repente-. Hace un frío de muerte.
– Acabo de recibir una llamada de alguien que afirma saber en qué caso estaba trabajando Andy Fallon.