Выбрать главу

– De momento servirá.

– ¿Para qué?

– Alguien me ha roto la ventanilla del coche, y la verdad es que se pasa bastante frío.

– Malditos yonquis -masculló Speed-. ¿Te han robado algo?

– No.

– ¿Solo te han roto la ventanilla?

– Y han revuelto el correo comercial que tenía acumulado.

– ¿Seguro que solo era correo comercial? ¿No había recibos de la tarjeta de crédito ni nada parecido? ¿Facturas del móvil quizá?

– No.

– Y no se han llevado el equipo de música.

– Ya ves, ¿quién iba a querer la radio de un Saturn?

– No me hace gracia que no se llevaran nada -comentó Speed con el ceño fruncido.

– A mí tampoco -convino Liska mientras abría el cajón de los trastos en busca de un rollo de cinta adhesiva-. Ojalá se hubieran llevado el coche. Se me ha encendido la luz del motor. Con un poco de suerte, el pobre sufre alguna enfermedad terminal.

– ¿Estás trabajando en algo que pueda haber molestado a alguien? -inquirió su ex, rodeando el mostrador hasta donde Liska estaba doblando compulsivamente la bolsa de basura para dejarla reducida al cuadrado más pequeño posible.

Liska pensó en Fosforito, Cal Springer, Asuntos Internos, Ogden y los dos policías muertos. Meneó la cabeza con la mirada clavada en la bolsa.

– Nada en especial.

Está demasiado cerca, pensó. No quiero que se acerque tanto; esta noche no.

– Tengo entendido que el forense ya ha presentado su informe sobre el tipo de Asuntos Internos -señaló Speed-. Accidente, ¿eh?

Liska se encogió de hombros y tocó un rollo de cinta.

– De esa forma se puede cobrar el seguro.

– ¿No estás de acuerdo?

– Eso da igual. Leonard dice que el caso está cerrado.

– No da igual si vas a seguir investigando. ¿Qué piensas? ¿Que la palmó por culpa de una investigación? ¿Crees que algún poli corrupto lo linchó? Eso es muy descabellado, Nikki ¿Qué podría estar sucediendo en el departamento de policía de Minneapolis para que alguien se la jugara tanto?

– No pienso nada -aseguró Liska, impaciente-. Y no sé qué pasa en Asuntos Internos. En cualquier caso, no importa. El teniente ha cerrado el caso.

– Muy bien, está cerrado Estás fuera. Deberías de estar aliviada.

– Claro -suspiró Liska sin convicción alguna, sabedora de que Speed la observaba, a la espera de oír lo que callaba.

– Nikki…

En la voz de Speed se detectaba frustración y tal vez cierto anhelo… o algo más. O quizá era lo que Liska quería creer. Speed le rozó la barbilla, y ella alzó la mirada hacia él, conteniendo el aliento.

Muchos aspectos de su relación se habían ido al garete en los últimos años, pero no el físico. Speed siempre la había excitado, y para su eterna desesperación, siempre la excitaría probablemente. A la química se le daban un ardite los celos, las rivalidades y la infidelidad.

– ¿Os vais a besar?

– R. J. -dijo Liska mientras Speed lanzaba un suspiro-. Esas cosas no se preguntan. Es de mala educación.

– ¿Y?

El chiquillo no se había limpiado toda la pintura de la cara. Liska se inclinó y le besó una mancha de la frente.

– Y nada, que te quiero y que te vayas a la cama.

– Pero papá…

– Papá ya se iba -lo atajó Liska, lanzando una mirada significativa a Speed.

R. J. adoptó una expresión mohína.

– Siempre haces que se vaya

– Vamos, Rocket -dijo Speed antes de levantar a su hijo sobre el hombro-. Te arroparé y te contaré lo de aquella vez, cuando detuve a Big Ass Baxter.

Liska los siguió con la mirada, en parte deseosa de seguirlos, no porque pretendiera dar la impresión de que llevaba una vida familiar normal, sino porque estaba celosa de la relación que Speed mantenía con los chicos. No obstante, no le parecía una actitud saludable, como tampoco se lo parecía su necesidad de contacto con su ex.

Cogió la cinta adhesiva y la bolsa de basura, y salió por la puerta de la cocina, contenta al percibir el golpe de aire frío.

– Qué bonito queda -masculló al fijar la bolsa de basura a la ventanilla rota.

No había nada como un buen pedazo de cinta adhesiva para embellecer un coche.

El barrio estaba en silencio. Era una noche clara y fría, con un cielo salpicado de más estrellas de las que ella podía ver desde aquella zona de la ciudad. Su vecino trabajaba para United Way. Los del otro lado, un matrimonio, habían trabajado treinta y pico años juntos en 3M. Ninguno de ellos había visto jamás un cadáver ahorcado de una viga.

En medio de aquel barrio, de repente Liska se sintió muy sola, aislada de los seres humanos normales por culpa de las experiencias que había vivido y viviría. Aislada por la violencia de que había sido objeto.

Alguien a quien no conocía y no podía identificar tenía su dirección. Se volvió hacia la calle. Cualquier coche que pasara por allí… Cualquier par de ojos que la vigilara entre las sombras… Cualquier sonido inesperado delante de la ventana de su habitación…

La vulnerabilidad no era una sensación conocida ni agradable para ella, pero en aquel instante la acometió como un escalofrío de fiebre. La anticipación del miedo. Debilidad. Sensación de impotencia, de aislamiento.

Sintió deseos de pegar a alguien.

– Al fin solos.

Con un sobresalto, Liska giró sobre sus talones, reconociendo la voz una fracción de segundo antes de ver el rostro que la acompañaba.

– ¡Maldita sea, Speed! ¡No entiendo cómo aún sigues vivo a estas alturas!

– Yo tampoco. La verdad es que creía que me matarías mucho antes -repuso su ex con una sonrisa que relució en la oscuridad.

– Tienes suerte de que no llevara la pistola -refunfuñó Liska.

– Si la llevaras, aún estarías a tiempo de usarla.

Embutió las manos en los bolsillos de la vieja chaqueta que llevaba, sacó un paquete de Marlboro y encendió uno.

– No te dispararía ahora por nada del mundo -aseguró Liska-. Quiero que esta noche acabe cuanto antes, y si te disparara, me pasaría toda la noche en vela porque me detendrían, me ficharían y todo el rollo. No merece la pena.

– Vaya, muchas gracias.

– Estoy cansada, Speed. ¿Te importaría marcharte?

Speed dio una larga chupada al cigarrillo, exhaló el humo y contempló la calle mientras un sedán oscuro anodino pasaba de largo a escasa velocidad. Liska lo miró por el rabillo del ojo y se arrebujó en su abrigo.

– ¿Llamarás al taller mañana para que te arreglen la ventanilla? -quiso saber Speed, señalando el coche con el cigarrillo.

– No veo el momento de coger el teléfono.

– Porque lo de la bolsa de basura queda cutrísimo.

– Gracias por preocuparte tanto por mi seguridad.

– Eres la madre de mis hijos.

– Lo cual no habla precisamente a favor de mi buen juicio.

– Eh, no me dirás que te arrepientes de haberlos tenido -espetó Speed al tiempo que arrojaba la colilla a la nieve y la miraba de hito en hito.

– No me arrepiento de haber tenido a los chicos -repuso Liska, sosteniendo su mirada-. No me arrepiento en absoluto.

– Pero te arrepientes de lo nuestro.

– ¿Por qué me haces esto? -suspiró Liska, exhausta-. Me parece que es un poco tarde para lamentos y negociaciones, Speed. Nuestro matrimonio lleva mucho tiempo muerto.

Speed sacó las llaves del bolsillo y seleccionó la que necesitaba.

– Lamentarse es una pérdida de tiempo. Vive el momento; nunca se sabe cuál será el último.

– Y después de tan alegres palabras… -se burló Liska, volviéndose hacia la casa.

Speed la asió del brazo al pasar. Estaba contemplando la posibilidad de besarla, Liska lo veía en su mirada y lo percibía en la tensión de su cuerpo. Sin embargo, ella no quería y suponía que su ex se daba cuenta de ello.