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– Lo han aplazado -informó Gavin-. Algún problema con el equipo.

– Ah, el famoso problema técnico DFJ, o sea, «demasiado frío, joder». Perdone mi lenguaje, teniente -se disculpó con infinita dulzura.

– No creo que tenga usted perdón, sargento Kovac -espetó Savard con sequedad-. Y ahora sí me despido, caballeros.

Alzó la mano a modo de saludo y huyó por el aparcamiento nevado. Kovac la dejó marchar, percibiendo que si intentaba retenerla en presencia de testigos cruzaría una frontera a la que, de todos modos, ya se había acercado demasiado. Sin embargo, se permitió seguirla con la mirada un instante.

– No creerás en serio que Mike fue asesinado -dijo Wyatt.

– Trabajo en Homicidios -le recordó Kovac mientras se ponía el sombrero-, así que creo que todo el mundo es asesinado. Forma parte de mi mentalidad. ¿A qué hora dejaste a Mike en su casa?

– Capitán, si quiere ir a la reunión, yo puedo encargarme de este asunto -interrumpió Gavin.

– ¿También come su comida y le limpia el culo? -preguntó Kovac, granjeándose una mirada gélida del asistente.

– El capitán tiene una reunión muy importante, sargento Kovac -le recordó Gaines mientras se colocaba sutilmente entre él y Wyatt-. Yo acompañé al capitán a casa del señor Fallon, así que puedo responder a sus preguntas tan bien como él.

– No es necesario, Gavin -le aseguró Wyatt-. Sam y yo zanjaremos este asunto mientras vas a buscar el coche.

– Eso, guaperas, ve a poner en marcha el coche -añadió Sam con expresión satisfecha-. Tú y yo podemos quedar más tarde para tomar un café y así me puedes exponer todas las opiniones que quieras, ¿vale? Estarás contento…

A Gaines no le hacía gracia que lo despacharan de esa forma, como se advertía en la expresión gélida de sus ojos azules y en la posición de su mandíbula cuadrada. Sin embargo, acató la orden de Wyatt y se dirigió hacia un Lincoln Continental de color negro.

– Debo reconocer que te has agenciado un perro guardián muy elegante, Ace -comentó Kovac.

– Gavin es mi mano derecha. Es ambicioso, tenaz y extremadamente leal; no habría llegado hasta aquí sin él. Le espera un futuro brillante. A veces muestra un celo excesivo, pero lo mismo podría decirse de ti, Sam. A menos que me haya perdido algo, y no lo creo, no hay nada en la muerte de Mike que haga sospechar que se tratara de un asesinato.

Kovac embutió las manos en los bolsillos del abrigo y suspiró.

– Era uno de los nuestros, Ace. Mike era especial. Por supuesto, es posible que la leyenda fuera más especial que él, más importante, pero aun así… Le debo una investigación concienzuda, ¿me comprendes? Deberías comprenderlo, teniendo en cuenta lo que os une.

– Cuesta hacerse a la idea de que acabe de cerrarse la puerta de ese capítulo de nuestras vidas. Cuesta creer que Mike ya no está -murmuró Wyatt con la mirada fija en el humo que salía del tubo de escape del Lincoln.

Kovac estaba convencido de que, para Wyatt, aquel desenlace era en parte un alivio. La noche del asesinato de Thorne, hacía ya tantos años, había sido el momento más decisivo en la vida de Ace Wyatt y Mike Fallon. Aquella noche había marcado un punto de inflexión; sus vidas nunca volverían a ser las mismas y siempre quedarían vinculadas por el instante en que Mike había quedado inválido y Ace Wyatt se había convertido en un héroe. La desaparición de Mike sin duda quitaba a Wyatt un peso de encima, produciéndole una sensación a caballo entre el alivio y el desconcierto. ¿Cómo podía existir Ace Wyatt sin el contrapeso de Mike Fallon?

– Me fui de casa de Mike hacia las diez y media -repuso Wyatt por fin-. Estaba muy callado, absorto en el dolor. No tenía idea de lo que le rondaba por la cabeza, de lo contrario se lo habría impedido. -Sus labios se curvaron en una mueca irónica cuando el coche se detuvo ante ellos-. O tal vez eso habría sido una tragedia aún mayor. Sufrió durante muchos años, pero ahora todo ha terminado. Déjalo descansar en paz, Sam.

Gaines se apeó del coche y lo rodeó para abrir la portezuela derecha. Wyatt subió sin añadir palabra, y el Lincoln se alejó entre los vapores del tubo de escape. El llanero solitario y Tonto cabalgando hacia la puesta de sol.

Kovac permaneció inmóvil unos instantes, el único que quedaba de todas las personas que habían acudido a dar el último adiós a Andy Fallon. Incluso el sacerdote se había volatilizado.

– Llanero solitario -masculló mientras echaba a caminar por el aparcamiento helado, con las manos en los bolsillos y los hombros encogidos para protegerse del frío.

Capítulo 18

– Neil Fallon tiene antecedentes.

Kovac quedó paralizado con el abrigo a medio quitar.

– Vaya, qué rapidez.

– A tu servicio -intervino Elwood, asomando la cabeza por encima del tabique divisorio.

Liska estaba sentada en su silla con una expresión radiante que iluminaba su carita de duende. Era la hostia cuando encontraba una pista, pensó Kovac, como una adicta ante la mejor droga. Le producía una excitación tan intensa que casi era sexual. Kovac no recordaba haber experimentado semejante sensación en ningún momento de su carrera, y eso que el trabajo era el amor de su vida. Tal vez le conviniera someterse a un tratamiento hormonal.

– Tiene antecedentes como menor, un expediente sellado, por supuesto, aunque he presentado una solicitud para echar un vistazo -explicó Liska-. Pasó siete años en el ejército, y también he pedido su expediente militar. El año que salió lo metieron en la cárcel por asalto. Le cayeron de tres a cinco años, pero solo cumplió dieciocho meses.

– ¿Qué hizo?

– Se metió en una pelea en un bar, y el otro estuvo una semana en coma.

– Vaya, Neil, qué carácter.

Kovac acabó de quitarse el abrigo y lo colgó del perchero sin dejar de pensar. La oficina era el típico hervidero de actividad discreta. Sonaban los teléfonos, de vez en cuando se oía una carcajada. Dos agentes llevaban esposado a un desgraciado de veintitantos años con tropecientos piercings, el pelo en punta decolorado y los pantalones colgándole culo abajo hacia una sala de interrogatorios. En tiempos de Mike Fallon, alguien le habría propinado una paliza por su aspecto.

– ¿Y cómo consiguió una licencia para vender bebidas alcohólicas si tenía antecedentes? -preguntó Kovac mientras se dejaba caer en su silla.

– No la consiguió -repuso Elwood.

– ¿Quieres hacer el favor de venir, Elwood? -refunfuñó Kovac-. Me va a dar un ataque de tortícolis.

Liska sonrió y empujó su silla con la puntera de la bota.

– Deberías estar agradecido por la sensación -comentó.

– Muy graciosa.

Elwood rodeó el tabique con un fax en la mano.

– El ayuntamiento de Excelsior expidió la licencia a nombre de Cheryl Brewster, que al cabo de unos meses se convirtió en Cheryl Fallon.

– Ah, la esposa ausente -comentó Kovac.

– La futura ex esposa -corrigió Liska-. La llamé a su casa. Es enfermera y trabaja de noche en Fairview Ridgedale. Dice que va a divorciarse de él y que cuanto antes mejor. Bebe demasiado, es un cabrón… por mencionar dos de los encantadores piropos que le echó.

– Vaya, y a mí que me parecía un tipo tan agradable -suspiró Kovac-. En fin, así que es la mujer quien tiene la licencia. ¿Y qué pasó cuando dejó a Neil?

– Neil es un desgraciado -sentenció Liska-. Pueden vender el bar con la licencia, quedando pendiente que el ayuntamiento de Excelsior dé su aprobación al nuevo propietario. Neil podría buscarse otro hombre de paja, pero de momento no tiene a nadie. Cheryl dice que está intentando comprar el resto del negocio y pasar de la licencia, pero por lo visto tampoco consigue reunir pasta suficiente para eso. Aun cuando pudiera, Cheryl dice que no podría vivir del establecimiento sin el bar, así que… Le pregunté si creía que intentaría pedir prestado dinero a su familia. Se echó a reír y me dijo que Mike no daría a Neil ni cambio de diez centavos, por no hablar de dinero suficiente para comprar el negocio, aunque afirma saber que Mike tenía mucha pasta.