Dos agentes uniformados lo habían sacado de su tienda para llevarlo a comisaría. Su mono mugriento parecía ser el mismo que llevaba el día que Kovac fue a darle la noticia de la muerte de su hermano. Tenía las manos manchadas de tierra y grasa.
– ¡Por el amor de Dios, mi hermano y mi padre han muerto, y ustedes se dedican a arrastrarme hasta aquí como si fuera un puto criminal! -espetó mientras se paseaba frenético por la reducida sala de interrogatorios, la misma en que Jamal Jackson había golpeado en la cabeza a Kovac-. Sin explicaciones, sin disculpas…
– Usted es un puto criminal -lo atajó Kovac sin inmutarse-. Sabemos lo de la condena por asalto, Neil. ¿Acaso creía que no lo comprobaríamos? Y ahora, ¿qué le parece si usted me da unas cuantas explicaciones y se disculpa?
Kovac se cruzó de brazos y apoyó la espalda contra el espejo de la sala mientras observaba la reacción de Fallon. Liska estaba de pie frente a él, apoyada contra la pared opuesta, y Elwood montaba guardia en la puerta. Ninguno de ellos se sentó en las sillas que rodeaban la tranquilizadora mesa redonda. La luz roja de grabación relucía en la cámara de vídeo.
Fallon le lanzó una mirada furibunda.
– Eso pasó hace mucho tiempo, y además fue una chorrada, un accidente.
– ¿Dejó a un tipo en coma en una pelea de bar por accidente? -replicó Liska-. ¿Eso cómo se come?
– Hubo una pelea; el tipo se cayó y se golpeó la cabeza.
Kovac se volvió hacia Elwood.
– ¿No es eso lo que Caín dijo de Abel?
– Creo que sí.
– ¿Qué tal si se disculpa por haberme mentido ayer, Neil? -propuso Kovac-. ¿Por qué no me explica qué hacía en casa de su padre a la una de la madrugada del día en que murió?
Fallon se detuvo en seco e intentó contener la furia que amenazaba con adueñarse de él. Bajo esa furia se entreveía una capa de desconcierto, suspicacia y temor.
– ¿De qué está hablando? No… no sé a qué se refiere.
– Corte el rollo -le advirtió Liska-. Una vecina de su padre vio su camioneta a la una de la madrugada.
– Ayer me dijo que la última vez que habló con él fue esa noche y por teléfono -le recordó Kovac.
Fallon paseó la mirada por la estancia como si pudiera encontrar la respuesta en algún rincón.
– ¿Por qué me mintió, Neil? ¿Le daba vergüenza no haber convencido a su viejo de que le diera el dinero necesario para comprarle la mitad del negocio a su ex? ¿De eso habló durante la llamada de veintitrés minutos que hizo a su padre desde su bar a las once y siete minutos de la noche?
Fallon jadeó como un asmático al borde de un ataque y se frotó el cuello con la mano gruesa y mugrienta.
Kovac desplazó el peso de su cuerpo con aire indolente.
– Se le está poniendo cara de culo, Neil, ¿no te parece, Tinks?
– Ha llegado la hora de los espasmos de esfínter, Neil -se mofó Liska.
– ¿Acaso creía que no llamaría a la compañía telefónica para pedir el registro de sus llamadas? -preguntó Kovac-. Debe de pensar que soy imbécil, Neil.
– ¿Por qué iba a pedirlo? -replicó Fallon con nerviosismo-. No soy sospechoso de nada. Por el amor de Dios, mi padre se suicidó…
– Estoy hasta las narices de que me lo recuerde. Soy yo quien lo encontró con la cabeza reventada, así que no hace falta que me lo recuerde. No es una estrategia eficaz, Neil. Cuando alguien sufre una muerte violenta, como Mike, se abre una investigación -explicó-. ¿Y sabe a quién investigamos primero? Pues a los parientes, porque nadie tiene mejor móvil para cargarse a alguien que un pariente. Usted mismo me dijo que odiaba a Mike, y a eso se añade que necesita dinero para pagar a su futura ex y que Mike se negaba a dárselo. Eso se llama móvil.
El miedo de Fallon empezó a aflorar a la superficie, y sus movimientos se tornaron espasmódicos. Gotas de sudor perlaban su labio superior mientras retrocedió hasta el rincón donde estaba la librería, de la que habían retirado todos los estantes.
– Pero era mi padre. Nunca le haría algo así. Era mi padre…
– Y se pasó treinta y tantos años diciéndole que no valía usted tanto como su hermano maricón. Eso es lo que llamamos una herida infectada.
– Era un cabrón -admitió Fallon-. Eso no lo niego, pero no lo maté. En cuanto a la zorra de Cheryl, no es asunto suyo de dónde saco el dinero. Le pagaré lo que le debo.
– O perderá el negocio por el que se ha roto los cuernos -añadió Liska-. No existe peor furia que la de una mujer amargada y vengativa. Lo sé muy bien porque soy una de ellas.
– He hablado con su ex -intervino Kovac-. Parece estar a punto de perder la paciencia y lista para machacarlo vivo. ¿Le pidió el dinero a su hermano?
Fallon sacudió la cabeza como si lo hubieran abofeteado, incrédulo ante el giro negativo que había dado su vida. Miró alternativamente a ambos detectives.
– ¿Va a decirme que también maté a mi hermano?
– No estamos diciendo que matara a nadie, Neil, solo le hacemos preguntas sobre el caso… además de explicarle qué aspecto tiene el asunto desde el punto de vista de la policía.
– Pues ya puede meterse su punto de vista por donde le quepa, Kovac. Andy no es su caso. Se acabó, es un asunto muerto y enterrado. Cenizas a las cenizas, polvo al polvo.
– ¿Y puedo preguntarle por qué razón me lo restriega por las narices?
– Solo digo que se acabó.
– Pero da la casualidad de que tenemos que examinar cierto patrón de conducta, Neil. Que un miembro de una familia se suicide es una cosa, pero ¿dos en una semana? Eso ya es otra historia. Usted los odiaba a los dos y además está pasando por apuros tanto emocionales como económicos. Son lo que denominamos factores de estrés desencadenantes, capaces de empujar a una persona al abismo. Usted tiene un historial de conducta violenta…
– No he matado a nadie.
– ¿Qué hacía en casa de Mike a esas horas de la noche?
– Fui a ver cómo estaba -repuso Fallon, apartando la vista y tocándose con aire ausente el cardenal de la mejilla-. Había hablado con él por teléfono y no me había quedado tranquilo.
– ¿Por su estado de ánimo o por lo que le había dicho? -quiso saber Kovac-. Sabemos que usted había bebido, porque me lo dijo. Me contó que estaba lo bastante borracho para enzarzarse en una pelea con un cliente, un tipo que le pareció policía. ¿Le dijo su padre algo que lo cabreó?
– No es eso.
– ¿En qué sentido? ¿Pretende decirme que su familia era un prodigio de armonía?
– No, pero…
– Me dijo que Mike no paraba de meterse con usted. ¿Qué le dijo? ¿De qué hablaron?
– Ya se lo conté ayer… de a qué hora quería ir a la funeraria.
– Sí, eso fue lo que me contó ayer. ¿Por qué no me dijo entonces que no se había quedado tranquilo tras hablar con él? No mencionó que estuviera preocupado. De hecho, si la memoria no me falla, lo llamó viejo cabrón. ¿Por qué no me dijo que había ido a su casa a ver cómo estaba?
Fallon giró sobre sí mismo muy despacio, masajeándose la frente con la mano izquierda mientras apoyaba la derecha en la cadera.
– Se suicidó después de que me fuera -murmuró-. Eso significa que no supe satisfacer sus necesidades, ¿verdad? Su único hijo vivo…
– ¿Qué necesitaba? ¿Qué le dijo?
Kovac esperó mientras Neil Fallon reanudaba su paseo por la sala con los hombros encogidos como si intentara paliar un dolor de estómago. Tenía el rostro enrojecido y respiraba con dificultad. En un momento dado metió la mano en el bolsillo del mono y sacó un paquete de Marlboro.
– Lo siento, señor Fallon -se disculpó Elwood-, pero aquí no se puede fumar.
Fallon le lanzó una mirada fulminante y sacó un cigarrillo del paquete.
– Pues écheme.
Kovac se acercó a él lentamente.
– No creo que la conversación girara en torno a lo que necesitaba Mike, Neil -observó con suavidad, cambiando de táctica-. Creo que giró en torno a lo que necesitaba usted. Creo que estaba borracho y cabreado cuando lo llamó, que discutieron por el dinero que necesita. Y después de esa conversación, se fue enfureciendo usted cada vez más mientras pensaba en la pasta, en que su viejo no quería proporcionársela y en que se pasaba la vida cantando las alabanzas de Andy y pisoteándolo a usted. Y se cabreó de tal forma que subió a la camioneta y fue a darle su merecido.