– Haremos la prueba de activación de neutrones -dijo Kovac a Leonard y Wyatt-. A ver si con eso lo asustamos y nos cuenta algo más.
– ¿Y si no? -preguntó Leonard.
– Entonces me disculparé por las molestias y probaremos otra cosa.
– ¿Por qué no esperar hasta que tengamos los resultados de Stone? -terció Wyatt con el ceño fruncido-. No tiene sentido atormentar a ese hombre innecesariamente. Mike era uno de los nuestros…
– Y merece que no nos limitemos a seguir el procedimiento rutinario -lo atajó Kovac, a punto de perder la paciencia-. ¿Acaso quieres que pase del tema, Ace? ¿Quieres ir a ver a Maggie Stone para convencerla de que dictamine que también esto fue un accidente? ¿Mantenerlo todo en secreto para que la leyenda de Iron Mike siga intacta? Joder, ¿y si este desgraciado se lo cargó?
– Kovac -espetó Leonard.
Kovac se volvió hacia él con mirada furiosa.
– ¿Qué? Estamos en la brigada de Homicidios. Investigamos muertes violentas. Mike Fallon sufrió una muerte violenta, ¿y nosotros vamos a hacer la vista gorda porque creemos que se suicidó, porque los de las fotos podríamos ser nosotros dentro de cinco años? El suicidio tiene mucho más sentido para nosotros porque sabemos qué puede provocar el trabajo en un hombre, sabemos que puede dejarlo sin nada.
– Y puede que por eso quieras creer que fue otra cosa, Sam -señaló Wyatt-. Porque si Mike Fallon no se suicidó, puede que tú tampoco lo hagas.
– No. Yo no quería reconocerlo; fue Liska quien me lo hizo ver. De ser por mí, quizá lo habría dejado correr, pero Liska hizo lo correcto al seguir indagando, al plantearse el caso como cualquier otro. Están pasando demasiadas cosas para que nos limitemos a decir que es una lástima.
– Solo pretendía mostrar un poco de respeto al único miembro superviviente de la familia -puntualizó Wyatt-. Al menos hasta que la forense nos dé algo más concreto.
– Estupendo, y puede que si tuvieras vela en este entierro, te haría caso. Pero a menos que fuera un sueño, yo estuve en tu fiesta de jubilación, Ace, y lo que pienses de mi investigación es mierda y compañía.
Wyatt se puso pálido.
– Eso ha estado fuera de lugar, Kovac -recriminó Leonard, acercándose a él.
– ¿De qué lugar? ¿Del lugar donde se lamen culos? -masculló Kovac entre dientes al tiempo que se alejaba de ellos.
Gaines, el sicario de Wyatt, estaba en un rincón de la habitación, mirándolo con una sonrisilla como el chivato de la clase. Kovac le lanzó una mirada asqueada y se concentró de nuevo en la ventana.
– Si me he pasado, lo siento -se disculpó sin sinceridad alguna-. He tenido una semana espantosa.
– No -suspiró Wyatt-. Tienes razón, Sam. No tengo vela en este entierro; el caso es tuyo. Si quieres castigar a Neil Fallon y provocar una demanda contra el departamento porque en realidad necesitas ir al psicólogo, no me corresponde a mí hacer nada al respecto. Eso sí es una lástima. Ojalá las cosas fueran distintas.
– Ya, bueno, ojalá hubiera paz en el mundo y los Vikings ganen la Super Bowl mientras viva -se burló Kovac-. Ya sabes, Ace, esto de los asesinatos es una putada.
– Si es que esto es un asesinato.
– Exacto. Y si lo es, te aseguro que encerraré al cabrón que lo hizo; me da igual de quién se trate.
Dicho aquello, Kovac se volvió de nuevo hacia la ventana y siguió observando.
– ¿Es usted diestro o zurdo, señor Fallon? -inquirió Elwood.
– Zurdo.
Elwood dispuso varios frascos y bastoncillos de algodón sobre la mesa. Fallon clavó la mirada en los utensilios y se irguió en la silla.
– Pasaremos un bastoncillo empapado en una solución de ácido nítrico al cinco por ciento por el dorso de su dedo índice -explicó Liska-. No duele.
Con ademán brusco, Kovac bajó la cabeza hacia las fotografías del escenario de la muerte de Mike Fallon.
– Dios mío -murmuró mientras iba recogiendo una tras otra para examinarlas con el pulso acelerado.
– ¿Qué? -inquirió Wyatt.
Era lo que sabía que debía encontrar pero que hasta entonces no había visto. Estudió la última foto.
– Levante la mano izquierda, señor Fallon -pidió Elwood, preparando un bastoncillo.
Neil Fallon extendió la mano temblorosa.
Kovac sostuvo la fotografía contra el vidrio. Una doble imagen de padre e hijo. Mike Fallon, un cascarón muerto, ensangrentado, medio decapitado. El arma que había acabado con su vida yacía en el suelo a la derecha de la silla tras deslizarse supuestamente de su mano.
– Señor Fallon…
El tono de Elwood indujo a Kovac a alzar la cabeza.
– Señor Fallon, extienda la mano, por favor.
– No.
Neil Fallon retiró la silla de la mesa y se levantó.
– No pienso hacerlo. No tengo por qué.
– No pasa nada, Neil -intentó tranquilizarlo Liska-, si no lo mató.
Neil retrocedió y derribó la silla.
– No he matado a nadie. Si creen que fui yo, presenten cargos contra mí o váyanse a tomar por el saco. Me largo.
Elwood se volvió hacia el espejo.
Kovac se quedó mirando la fotografía mientras Neil Fallon salía de la sala de estampida.
– Mike Fallon era zurdo -declaró, mirando a Wyatt-. Mike Fallon fue asesinado.
Capítulo 26
– Mike Fallon era zurdo -repitió Kovac-. Si se hubiera suicidado, habría sostenido el arma con la mano izquierda.
Reprodujo los gestos para las personas reunidas en el despacho de Leonard: el propio Leonard, Liska, Elwood y Chris Logan, de la oficina del fiscal del distrito.
– Se aguanta la mano izquierda con la derecha, se mete el cañón de la pistola en la boca y aprieta el gatillo. ¡Bang! Se acabó. Ha muerto. El retroceso aparta los brazos del cuerpo, de modo que el arma puede salir despedida o bien permanecer en la mano en que la sostenía… la izquierda. Pero es imposible que cayera a la derecha de la silla.
– ¿Estás seguro de que era zurdo? -preguntó Logan.
El fiscal parecía haber llegado en volandas del viento ártico, pues tenía el cabello alborotado y las mejillas enrojecidas. Su única ceja le formaba una V oscura sobre los ojos.
– Sí -asintió Kovac-. No sé por qué no me di cuenta al descubrir el cadáver; supongo que porque tenía mucho sentido que Mike se hubiera suicidado.
– Pero su hijo sabía que era zurdo.
– Neil también es zurdo -arguyó Kovac-, de modo que pudo enviar al viejo al otro barrio, apartarse del cuerpo y dejar el arma en el suelo con la mano izquierda, es decir, a la derecha de la silla.
El ceño de Logan se tornó aún más pronunciado.
– Todo es demasiado circunstancial. ¿Tienes alguna otra cosa, como huellas en la pistola, por ejemplo?
– No, en la pistola solo hay huellas de Mike, pero están borrosas, como si alguien hubiera puesto las manos sobre ellas.
– Puede que no se trate de eso. Puede que le sudaran las manos y tuviera que esforzarse por asir el arma con fuerza. Puede que las huellas se difuminaran cuando el arma le resbaló de las manos después de apretar el gatillo.
– Una testigo vio a Neil en el escenario aquella noche -señaló Elwood.
– Y Fallon mintió al respecto -añadió Kovac.
– Pero eso fue dos o tres horas antes de la hora estimada de la muerte, ¿no?
– No se llevaba bien con Mike -aportó su granito de arena Liska-. Albergaba mucho rencor y celos. Mike se negaba a prestarle el dinero que necesitaba, y Fallon reconoce haber discutido con su padre e incluso haberle pegado.
– Pero no haberlo matado.
Kovac masculló un juramento.
– ¿Es eso lo que tenemos que hacer ahora? ¿Servirles a todos los putos delincuentes en bandeja, adornados como pavos de Navidad y con una confesión firmada en el pico?
– Necesito algo más de lo que tiene, o de lo contrario su abogado lo sacará en cinco minutos. Lo único que tiene es el móvil y una oportunidad que no encaja con la opinión de la forense. No tiene pruebas físicas ni testigos. De acuerdo, el tipo le mintió, pero todo el mundo miente a la policía. No tiene suficiente para retenerlo, y yo no tengo suficiente para llevar el caso ante el gran jurado. Si consigue ubicarlo en el escenario de la muerte en el momento en que alguien oyó un disparo, perfecto; o encuentre sangre del viejo en sus zapatos. Algo… lo que sea.