Se le heló la sangre en las venas, y se le puso la piel de gallina en todo el cuerpo. Las manos le temblaban. En una de los fotos se veía a sus hijos haciendo cola para coger el autobús delante de la escuela. En la segunda jugaban con un amigo mientras el autobús se alejaba de la parada, situada a una manzana de su casa. En la tercera caminaban por la acera hacia la casa. En cada una de ellas, alguien había trazado un círculo negro en torno a las cabezas de ambos muchachos.
La tarjeta solo contenía un mensaje en forma de número de teléfono.
Liska dejó las fotos y la tarjeta en el suelo, salió de la bañera, se envolvió en una tolla y cogió el teléfono inalámbrico. Temblaba con tal violencia que se equivocó dos veces al marcar. Al tercer intento lo consiguió. Al cuarto timbrazo saltó el contestador, y la voz grabada la llenó de temor.
– Hola, soy Ken. Estoy haciendo algo tan apasionante que no puedo ponerme…
Sí, estaba tendido en una cama de la unidad de cuidados intensivos. Ken Ibsen.
Capítulo 29
En ese momento me pareció buena idea. Típica frase después de la catástrofe.
Kovac llamó al timbre sin darse ocasión de cambiar de idea. Reparó en que ella lo espiaba por la mirilla de la puerta principal. Percibió su presencia, su mirada escrutadora, su indecisión. Por último, la puerta se abrió, y ella apareció en el umbral.
– Sí, tengo teléfono -empezó Kovac-. De hecho, tengo varios y sé usarlos.
– Pues, ¿por qué no lo hace? -preguntó Savard.
– Podría haberme dicho que no.
– Le habría dicho que no.
– ¿Lo ve?
No lo invitó a entrar, sino que le miró la frente con ojos entornados.
– ¿Se ha peleado con alguien?
Kovac se llevó los dedos a la herida, recordando que no había terminado de limpiarse la sangre.
– He sido víctima inocente de una guerra ajena.
– No lo entiendo.
– Yo tampoco -aseguró Kovac mientras recordaba la escena acaecida en casa de Steve Pierce-. Da igual.
– ¿Por qué ha venido?
– Mike Fallon fue asesinado.
– ¿Qué? -exclamó Savard con los ojos muy abiertos.
– Alguien lo mató Tengo a su hijo Neil entre rejas, reflexionando sobre el poder purificador de la confesión.
– Dios mío -murmuró Savard al tiempo que abría la puerta un poco más-. ¿Tiene alguna prueba contra él?
– A decir verdad, no. Nos tiramos un pequeño farol. Si no fuera fin de semana y él tuviera un buen abogado, ahora mismo estaría de vuelta en su bar -reconoció Kovac-. Por otro lado, tiene móvil, oportunidad y una actitud de mierda.
– Cree usted que fue él.
– Creo que Neil demuestra que alguien debería controlar de forma más estricta el tema de la reproducción. Es una persona mezquina y amargada por el hecho de que la gente no lo quiera pese a ser como es. De tal palo, tal astilla -añadió con una mueca sarcástica.
– Creía que Mike Fallon era amigo suyo.
– Respetaba a Mike por lo que representaba en el departamento. Era un policía de la vieja escuela.
Miró por encima del hombro y vio un coche que pasaba muy despacio por la calle. Una pareja leyendo los números de las casas. Personas normales en busca de otra fiesta navideña. A buen seguro no venían del escenario de un asesinato.
– Puede que sintiera debilidad por él porque me gustaría que alguien la sintiera por mí cuando me convierta en un viejo amargado
– ¿A eso ha venido? -quiso saber Savard-. ¿A buscar compasión?
– Esta noche me conformaría hasta con un poco de compasión -repuso Kovac con un encogimiento de hombros.
– Pues no tengo mucho de eso.
Kovac tuvo la sensación de que la teniente estaba a punto de sonreír. En sus ojos advirtió un destello de suavidad que nunca había visto hasta entonces.
– ¿Y cómo anda de whisky?
– Tampoco tengo.
– Yo tampoco, me limito a bebérmelo.
– Ah, claro, olvidaba que es usted el estereotipo de héroe trágico.
– Policía adicto al trabajo que fuma, bebe y lleva dos divorcios a sus espaldas No sé qué tiene eso de heroico. En mi opinión, apesta a fracaso, pero puede que albergue expectativas demasiado elevadas.
– ¿Por qué ha venido, sargento? No sé qué tiene que ver lo de Mike Fallon conmigo.
– Pues supongo que he venido para poder pasar frío delante de su puerta mientras usted hace trizas mi autoestima con su indiferencia absoluta.
Al atisbo de sonrisa se añadió un destello de diversión en los ojos. -Vaya, no se corta un pelo, ¿eh?
– Las sutilezas me parecen una pérdida de tiempo, sobre todo cuando he bebido. Ya me he tomado un poco de ese whisky que mencionaba antes.
– Así que conduciendo bebido… En fin, supongo que si lo invito a tomar un café prestaré un servicio a la comunidad.
– Me lo prestará a mí. En mi coche, lo único que se calienta es el radiador.
Savard suspiró y abrió la puerta del todo. Kovac aprovechó la ocasión antes de que la teniente cambiara de opinión. Convenía ganar cuanto antes la batalla de agotamiento que estaban librando. La casa estaba caldeada y olía a leña y café. Hogar dulce hogar. Su casa estaba helada y olía a basura.
– Creo que empieza usted a sentir debilidad por mí, teniente.
– En tal caso debe de ser debilidad mental -replicó ella antes de alejarse.
Kovac se quitó los zapatos y la siguió por un pequeño comedor hasta una cocina de estilo rural. Savard llevaba un cómodo y holgado conjunto de color salvia, la clase de atuendo que llevaría una estrella de los tiempos dorados de Hollywood. El cabello le flotaba alrededor de la cabeza en suaves ondas rubias. Una imagen muy seductora a excepción de la rigidez en la espalda y el cuello que indicaban la presencia de un dolor intenso. Pensó de nuevo en su supuesta caída. A todas luces, vivía sola; no había rastro de novio alguno aquel viernes por la noche.
– ¿Cómo se encuentra? -inquirió.
– Bien.
Savard sacó un tazón de una alacena y lo llenó de café. La estancia estaba suavemente iluminada por pequeños focos amarillos instalados bajo los armarios y en el techo.
– Imagino que Neil Fallon no tiene coartada.
– Al menos ninguna que se sostuviera en un juicio -repuso Kovac, apoyándose contra la isla central-. La gente nunca se cree que el sospechoso estuviera solo en la cama. Siempre sospechan que todo el mundo menos ellos está haciendo el amor o cometiendo algún delito.
– ¿Quiere leche y azúcar?
– No, gracias.
– ¿No hay pruebas físicas?
– Ninguna que el laboratorio pueda confirmar, creo.
– ¿No dejó huellas en el arma?
– No.
– Entonces, ¿qué le ha hecho llegar a la conclusión de que fue un asesinato? ¿Algún dato del forense?
– No, el propio escenario de la muerte; la posición del arma. No debería haber caído donde cayó. De hecho, es imposible si fue Mike quien apretó el gatillo.
Savard le alargó el tazón y tomó un sorbo del suyo con aire pensativo.
– Es una lástima que su vida acabara así. Su propio hijo… Imagínese… -Bajó la mirada al suelo-. Lo siento.
– Ya, bueno. Tuvo la oportunidad de reconciliarse con Andy y no la aprovechó. A partir de entonces, todo se fue al garete. -Kovac probó el café y se sorprendió al comprobar que no tenía ningún sabor exótico-. Por lo visto, Andy quería hacer algo con Mike en relación al asesinato de Thorne. Escribir la historia de Mike o algo así.
– ¿En serio? ¿Se lo contó Mike?
– No, un amigo de Andy. Mike se negó. Imagino que amargarse con el recuerdo y compartirlo eran dos cosas muy distintas. ¿Le habló Andy alguna vez del tema?
Savard dejó el tazón y se cruzó de brazos mientras se apoyaba contra el mostrador.
– Que yo recuerde no. ¿Por qué iba a contármelo a mí?
– No sé, creí que a lo mejor se lo habría mencionado de pasada, puesto que es usted amiga de Ace Wyatt y todo eso.