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– Tampoco me gustan los concursos -murmuró mientras intentaba recordar haberla visto aquella noche, pero había estado demasiado ocupado compadeciéndose-. Dicen que me estoy convirtiendo en un viejo cascarrabias, pero eso es una chorrada. Siempre he sido un cascarrabias.

– Tú no eres viejo, Sam -aseguró Wyatt-. Eres más joven que yo, y mira adonde he llegado. He empezado una segunda carrera profesional, estoy en la cima del mundo.

– Creo que seguiré en la primera carrera hasta que alguien me pegue un tiro -repuso Kovac-. Lo cual me recuerda a qué he venido.

– Has venido por Mike -señaló Wyatt-. ¿Tienes alguna prueba más contra el hijo, Neil?

– De hecho, he venido por Andy.

– ¿Por Andy? -repitió Wyatt con el ceño fruncido-. No lo entiendo.

– Me intriga el porqué de todo este asunto -explicó vagamente Kovac-. Sé que había estado revisando el caso Thorne con miras a que Mike quisiera rememorar el incidente y así acercarse de nuevo a él.

– Ah…

– Habló contigo -dijo Kovac en tono afirmativo, como si hubiera visto las notas, dejando poco espacio a la negación pese a que no sabía nada.

– Sí -asintió Wyatt-. Me lo comentó. Sé que Mike no quería saber nada; eran recuerdos muy dolorosos para él.

– También para ti.

– Cierto, fue una noche espantosa que cambió para siempre las vidas de todos los implicados.

– Y te ató a los Fallon como si fueras de la familia.

– En cierto modo. Es imposible vivir una experiencia así con otro policía sin establecer un vínculo.

– Sobre todo dadas las circunstancias.

– ¿A qué te refieres?

– A que tú vivías enfrente de la casa de Thorne, y te llamaron a ti en petición de ayuda, pero Mike se te adelantó. Debiste de sentir que Mike había recibido el balazo en tu lugar, ¿no? Y lo más probable es que Mike pensara lo mismo.

– Una mala pasada del destino -declamó Wyatt con un suspiro dramático-. Está visto que no me tocaba a mí, sino a él.

– Aun así, seguro que no te libraste de cierto sentimiento de culpabilidad; durante todos estos años has hecho cuanto estaba en tu mano para ayudar a Mike.

Wyatt guardó silencio por un momento. Kovac esperó, preguntándose qué ocultaría el maquillaje. ¿Sorpresa? ¿Enojo?

– ¿Adonde quieres ir a parar, Sam?

Kovac se encogió de hombros y cogió una zanahoria enana de una bandeja.

– Sé que Mike se aprovechó de ti todos estos años, Ace -señaló mientras la partía en dos-. Por eso me pregunto… Puede que al ver que te ibas a Hollywood… y que ganarías un montón de pasta… pues me pregunto si a lo mejor no intentó sacarte un poco más.

De nuevo observó que Wyatt se ruborizaba.

– No me gusta nada lo que insinúas -musitó-. Intenté comportarme como debía con Mike y su familia, y tal vez se aprovechó de la situación y de mi sentimiento de culpabilidad por no ser yo quien acabó en esa silla. Pero eso era entre Mike y yo, y así debe seguir. Ninguno de los dos merece que pienses así de nosotros.

– No pienso nada, Ace. No me pagan por pensar. Me limito a hacerme preguntas… Ya me conoces, me paso la vida desmontando las cosas para ver cómo funcionan.

– Este trabajo te ha convertido en un cínico, Sam. Tal vez haya llegado el momento de que lo dejes.

Kovac entornó los ojos y observó a Wyatt mientras intentaba dilucidar si se trataba de una amenaza. Con un par de sus famosas llamadas, Wyatt podía encargarse de todo y mandar a paseo su carrera o confinarlo para toda la eternidad en Archivo, escuchando la tos flemática de Russell Turvey. ¿Y por qué razón? ¿Por revelar la terrible verdad de que Ace Wyatt se sentía culpable por seguir vivo y entero? Aun cuando Mike hubiera intentado sacarle dinero, la idea de que Wyatt pudiera haberlo matado por eso resultaba ridícula.

A menos que la razón por la que había pagado dinero a Mike Fallon durante todos aquellos años guardara relación con otra clase de culpa del todo distinta.

– ¿Conocía bien a los Thorne?

En aquel momento, Gaines llamó a la puerta abierta y entró mirando a Wyatt con las cejas enarcadas.

– Disculpe, capitán. Kelsey e Yvette han salido a comprarse unas parkas, y todo el mundo se va a comer. ¿Va a hablar con el público o le va a llevar más tiempo este asunto? -preguntó, recalcando «este asunto» mientras lanzaba una mirada significativa a Kovac.

Dicho aquello sacó un cepillito del bolsillo y cepilló en un momento las solapas de la americana de Wyatt.

– No, ya hemos terminado -anunció Wyatt.

Kovac se metió la zanahoria en la boca y la masticó con aire pensativo mientras el capitán se alejaba. Luego se puso a seguirlo a una distancia prudente y lo observó mientras se mezclaba con unas personas que no tenían nada mejor que hacer un sábado que ir a ver semejantes chorradas.

Como yo, pensó Kovac con una mueca antes de irse.

Los archivos en línea del Minneapolis Star Tribune solo se remontaban a 1990. Kovac pasó la tarde en una sala de la biblioteca del condado de Hennepin, examinando microfichas con los ojos entornados, leyendo y releyendo artículos sobre el asesinato de Thorne y el tiroteo que había acabado con la carrera de Mike Fallon. Todos ellos describían el incidente tal como Kovac lo recordaba.

El vagabundo y chico para todo, Kenneth Weagle, había hecho algunos trabajitos para la esposa de Bill Thorne y por lo visto le había cobrado afecto. Aquella noche fue a la casa sabiendo que Bill Thorne estaba de servicio. Llevaba suficiente tiempo en el barrio para conocer las idas y venidas de sus habitantes. Atacó a Evelyn Thorne en el dormitorio, la violó, la pegó y luego procedió a desvalijar la casa. Por pura casualidad, Bill Thorne pasó por casa en aquel momento y entró sin sospechar nada. Weagle le disparó con un arma que había encontrado en la casa. En un momento dado, la señora Thorne llamó a Ace Wyatt, que vivía en la acera de enfrente, pero Mike Fallon llegó primero.

Bill Thorne tuvo un funeral con toda la parafernalia. El artículo que lo cubría incluía fotografías de la larga caravana de coches patrulla, así como una imagen borrosa de la viuda con gafas oscuras y rodeada de familiares y amigos.

Según el artículo, Thorne dejaba esposa, Evelyn, y una hija de diecisiete años cuyo nombre no se mencionaba. En la fotografía, Evelyn Thorne se parecía un poco a Grace Kelly, pensó Kovac. Se preguntó si alguna de las dos seguiría viviendo en la zona y si alguno de los viejos compadres de Bill Thorne lo sabría. Evelyn Thorne había sido una mujer relativamente joven en el momento del incidente. Con toda probabilidad se habría vuelto a casar. Ahora contaría cincuenta y ocho años, y la hija, treinta y siete.

Si Andy Fallon había estado indagando en el caso para intentar comprender mejor a su padre, tal vez ya hubiera hecho todo el trabajo duro. Sin embargo, no había expediente. Kovac se preguntó si podía esperar convencer a Amanda para que le permitiera registrar el despacho de Fallon y husmear en su ordenador. El asesinato de Thorne no era un caso abierto de Asuntos Internos, de modo que quizá no le importaría.

Ni siquiera sabes si volverá a dirigirte la palabra, Kovac.

Cierto.

– Señor.

La voz de la bibliotecaria lo sobresaltó. Se giró bruscamente y la vio de pie, demasiado cerca de él.

– Vamos a cerrar -anunció la mujer en tono de disculpa-. Me temo que tendrá que marcharse.

Kovac recogió las copias que había hecho de varios artículos y salió una vez más al frío. La tarde había dado paso a la noche a pesar de que apenas eran las cinco. Los indigentes que habían pasado el día al calor de la biblioteca habían sido echados de ella como él. Deambulaban por la acera, alejándose instintivamente de él; debía de oler a poli. Con toda probabilidad, la bibliotecaria lo había tomado por uno de ellos. No iba afeitado, se había pasado la tarde mesándose los cabellos y restregándose los ojos. Se sentía como uno de ellos allí en la calle, en aquella parte inhóspita y gris de la ciudad. Solo, desconectado de todo.