Pereira pensó: Inutilizable, absolutamente inutilizable. Cogió la carpeta de las «Necrológicas» e introdujo en ella la hoja. No sabe por qué lo hizo, hubiera podido tirarla, pero en cambio la conservó. Después, para apagar la irritación que le había entrado, pensó en abandonar la redacción y en dirigirse al Café Orquídea.
Cuando llegó al café, lo primero que vio, sostiene Pereira, fue el cabello rojizo de Marta. Estaba sentada a una mesa de una esquina, cerca del ventilador, dando la espalda a la puerta. Llevaba el mismo vestido que le había visto la noche de la fiesta en la Praça da Alegria, con los tirantes cruzados sobre la espalda. Sostiene Pereira haber pensado que Marta tenía unos hombros bellísimos, dulces, bien proporcionados, perfectos. Se acercó y se colocó delante de ella. Ah, señor Pereira, dijo Marta con naturalidad, he venido yo en lugar de Monteiro Rossi, él no ha podido venir hoy.
Pereira se sentó a la mesa y preguntó a Marta si le apetecía un aperitivo. Marta contestó que tomaría con mucho gusto un oporto seco. Pereira llamó al camarero y pidió dos oportos secos. No debía tomar alcohol, pero, total, al día siguiente iba a ir a la clínica talasoterápica a hacer una dieta durante una semana. ¿Qué me cuenta?, preguntó Pereira cuando el camarero les hubo servido. Le cuento, respondió Marta, que éste es un periodo difícil para todos, creo, él se ha marchado al Alentejo, y por ahora se quedará por allí, es conveniente que permanezca algunos días fuera de Lisboa. ¿Y su primo?, preguntó incautamente Pereira. Marta le miró y sonrió. Sé que usted ha sido de gran ayuda para Monteiro Rossi y su primo, dijo Marta, señor Pereira, ha estado usted realmente magnífico, debería ser de los nuestros. Pereira sintió una leve irritación, sostiene, y se quitó la chaqueta. Escuche, señorita, replicó, yo no soy ni de los de ustedes ni de los de los otros, prefiero actuar por mi cuenta, por otra parte, no sé quiénes son los suyos y no quiero saberlo, yo soy un periodista y me encargo de la cultura, acabo de terminar una traducción de un cuento de Balzac, de sus historias prefiero no estar al corriente, no soy un cronista. Marta bebió un sorbo de vino de oporto y dijo: Nosotros no hacemos la crónica, señor Pereira, eso es lo que me gustaría que entendiera, nosotros vivimos la Historia. Pereira bebió a su vez de su vaso de oporto y replicó: Escuche, señorita, eso de la Historia son palabras mayores, yo también leí a Vico y a Hegel en su momento, no es una bestia que se pueda domesticar. Pero tal vez no haya leído usted a Marx, objetó Marta. No lo he leído, dijo Pereira, y no me interesa, estoy harto de la escuela hegeliana, y además escuche, deje que le repita algo que ya le he dicho antes, yo pienso sólo en mí y en la cultura, ése es mi mundo. ¿Un anarcoindividualista?, preguntó Marta, me gustaría saber si es eso. ¿Qué entiende por ello?, preguntó Pereira. Bueno, dijo Marta, no me diga que no sabe qué quiere decir anarcoindividualista, España está repleta de ellos, los anarcoindividualistas han dado mucho que hablar en estos tiempos y se han comportado incluso heroicamente, aunque tal vez les hiciera falta un poco de disciplina, eso es por lo menos lo que yo pienso. Escuche, Marta, dijo Pereira, yo no he venido a este café para hablar de política, como ya le he dicho, no me interesa la política, porque me ocupo principalmente de cultura, yo tenía una cita con Monteiro Rossi y usted me sale con que está en el Alentejo, ¿qué es lo que ha ido a hacer al Alentejo?