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La carretera de las termas atravesaba una hilera de colinas llenas de vegetación y no tenía más que curvas. Pereira bajó la ventanilla porque comenzó a sentir náuseas, y el aire fresco le sentaba bien, sostiene. Durante el trayecto hablaron poco. ¿Qué tal te van las cosas?, le preguntó Silva. Así, así, respondió Pereira. ¿Vives solo?, le preguntó Silva. Vivo solo, respondió Pereira. En mi opinión, no te sienta bien, dijo Silva, deberías buscarte una mujer que te hiciera compañía y que te alegrase la vida, comprendo que estés muy unido al recuerdo de tu mujer, pero no puedes pasarte el resto de tu vida cultivando recuerdos. Soy viejo, respondió Pereira, estoy demasiado gordo y sufro del corazón. No eres nada viejo, dijo Silva, tienes mi edad, y respecto a lo demás podrías seguir una dieta, concederte unas vacaciones, pensar más en tu salud. Ya, ya, dijo Pereira.

Pereira sostiene que el hotel de las termas era espléndido, un edificio blanco, una villa inmersa en un gran parque. Subió a su habitación y se cambió de ropa. Se puso un traje claro y una corbata negra. Silva le estaba esperando en el vestíbulo saboreando un aperitivo. Pereira le preguntó si había visto a su director. Silva le guiñó un ojo. Cena siempre con una señora rubia de mediana edad, respondió, una clienta del hotel, parece que ha encontrado compañía. Mejor así, dijo Pereira, eso me exime de conversaciones formales.

Entraron en el restaurante. Era un salón decimonónico, con frescos de festones de flores en el techo. El director estaba cenando en una mesa central en compañía de una señora con un vestido de noche. El director levantó la cabeza, y le vio, en su rostro se dibujó una expresión de sorpresa y le hizo un gesto con la mano para que se acercara. Pereira se acercó mientras Silva se dirigía hacia otra mesa. Buenas noches, señor Pereira, dijo el director, no esperaba verle aquí, ¿ha abandonado la redacción? La página cultural se ha publicado hoy, dijo Pereira, no sé si habrá podido verla ya porque el periódico quizá no haya llegado a Coimbra, lleva un cuento de Maupassant y una sección de la que me he hecho cargo titulada «Efemérides», de todos modos me quedaré sólo un par de días, el miércoles estaré de nuevo en Lisboa para preparar la página cultural del próximo sábado. Señora, disculpe, dijo el director dirigiéndose hacia su comensal, le presento al señor Pereira, un colaborador mío. Y después añadió: La señora Maria do Vale Santares. Pereira hizo una inclinación con la cabeza. Señor director, dijo, quería comunicarle una cosa, si usted no tiene nada que objetar he decidido contratar a un ayudante que me eche una mano precisamente para preparar las necrológicas anticipadas de los grandes escritores que pueden morir de un momento a otro. Señor Pereira, exclamó el director, estoy aquí cenando en compañía de una amable y sensible señora con la que estoy manteniendo una conversación de cosas amusantes y usted me viene a hablar de personas a punto de morir, me parece poco delicado por su parte. Disculpe, señor director, sostiene haber dicho Pereira, no quisiera caer en una conversación profesional, pero en las páginas culturales hay que estar preparados por si desaparece algún gran artista, y si alguno desaparece de repente, resulta un problema confeccionar una necrológica de un día para otro, por lo demás, usted recordará cómo, hace tres años, cuando murió T. E. Lawrence, ningún periódico portugués pudo hablar de él a tiempo, todos publicaron necrológicas una semana más tarde, y si queremos ser un periódico moderno, no tenemos más remedio que ser rápidos. El director masticó lentamente el bocado que tenía en la boca y dijo: De acuerdo, de acuerdo, señor Pereira, además le he dejado plenos poderes para la página cultural, me gustaría saber únicamente si el ayudante nos va a costar mucho y si es una persona de confianza. Si es por eso, respondió Pereira, me parece una persona que se contenta con poco, es un joven modesto, y además se ha licenciado con una tesina sobre la muerte en la Universidad de Lisboa, de muerte entiende bastante. El director hizo un gesto perentorio con la mano, bebió un sorbo de vino y dijo: Escuche, señor Pereira, no nos hable usted más de la muerte, por favor, si no, va a acabar estropeándonos la cena, en cuanto a la página cultural, haga lo que le parezca mejor, de usted me fío, ha sido cronista durante treinta años, y ahora, buenas noches y buen provecho.

Pereira se dirigió a su mesa y se sentó frente a su compañero. Silva le preguntó si quería un vaso de vino blanco y él negó con un gesto de la cabeza. Llamó al camarero y pidió una limonada. El vino no me sienta bien, explicó, me lo ha dicho el cardiólogo. Silva pidió una trucha con almendras y Pereira un filete de carne a la Strogonoff, con un huevo escalfado encima. Empezaron a comer en silencio, luego, al cabo de un rato, Pereira preguntó a Silva qué pensaba de todo esto. ¿Qué es todo esto?, preguntó Silva. Pues todo esto, dijo Pereira, lo que está sucediendo en Europa. Oh, no te preocupes, replicó Silva, aquí no estamos en Europa, estamos en Portugal. Pereira sostiene que insistió: Sí, añadió, pero tú lees los periódicos y escuchas la radio, sabes bien lo que está pasando en Alemania y en Italia, son unos fanáticos, quieren ahogar el mundo a sangre y fuego. No te preocupes, respondió Silva, están lejos. De acuerdo, continuó Pereira, pero España no está tan lejos, está a dos pasos, y tú ya sabes lo que está pasando en España, es una carnicería, y sin embargo había un gobierno constitucional, todo por culpa de un general mojigato. España también está lejos, dijo Silva, aquí estamos en Portugal. Será así, dijo Pereira, pero aquí tampoco van bien las cosas, la policía campa por sus respetos, mata a la gente, hay registros, censuras, éste es un estado autoritario, la gente no cuenta para nada, la opinión pública no cuenta para nada. Silva le miró y dejó el tenedor. Escúchame con atención, Pereira, dijo Silva, ¿tú crees aún en la opinión pública?, pues bien, la opinión pública es un truco que han inventado los anglosajones, los ingleses y los americanos, son ellos los que nos están llenando de mierda, perdona la expresión, con esa idea de la opinión pública, nosotros no hemos tenido nunca su sistema político, no tenemos sus tradiciones, no sabemos qué son los trade unions, nosotros somos gente del Sur, Pereira, y obedecemos a quien grita más, a quien manda. Nosotros no somos gente del Sur, objetó Pereira, tenemos sangre celta. Pero vivimos en el Sur, dijo Silva, el clima no favorece nuestras ideas políticas, laissez faire, laissez passer, es así como estamos hechos, y además escucha, te voy a decir una cosa, yo enseño literatura y de literatura entiendo bastante, estoy haciendo una edición crítica de nuestros trovadores, las canciones de amigo, no sé si te acuerdas de cuando la universidad, pues bien, los jóvenes partían para la guerra y las mujeres se quedaban en casa llorando, y los trovadores recogían sus lamentos, mandaba el rey, ¿comprendes?, mandaba el jefe, y nosotros siempre hemos tenido necesidad de un jefe, todavía hoy necesitamos un jefe. Pero yo soy un periodista, replicó Pereira. ¿Y qué?, dijo Silva. Que tengo que ser libre, dijo Pereira, e informar a la gente de manera correcta. No consigo ver el nexo, dijo Silva, tú no escribes artículos de política, te encargas de la página cultural. Pereira dejó a su vez el tenedor y colocó los codos sobre la mesa. Eres tú quien tiene que escucharme con atención, replicó, imagínate que mañana muere Marinetti, sabes a quién me refiero, ¿no? Vagamente, dijo Silva. Pues bien, dijo Pereira, Marinetti es una alimaña, empezó cantando a la guerra, ha hecho apología de las carnicerías, es un terrorista, ha festejado la marcha sobre Roma, Marinetti es una alimaña y es necesario que yo lo diga. Vete a Inglaterra, dijo Silva, allá podrás decirlo cuantas veces quieras, tendrás un montón de lectores. Pereira se terminó el último bocado de su filete. Me voy a la cama, dijo, Inglaterra está demasiado lejos. ¿No tomas postre?, dijo Silva, a mí me apetece un trozo de tarta. Los dulces me sientan mal, dijo Pereira, me lo ha dicho el cardiólogo, y además estoy cansado del viaje, gracias por haber ido a recogerme a la estación, buenas noches y hasta mañana.