Jason se percató de la ansiedad en la voz de Diane.
—No creo que haya nada que temer —dijo, aunque estaba claramente inquieto.
Diane simplemente le dedicó un fruncimiento de ceño.
—Tengo frío —dijo.
Así que decidimos volver a la Gran Casa y ver si la noticia había llegado a la CNN o a la CNBC. El cielo sobre nuestras cabezas mientras cruzábamos el césped era inquietante, completamente negro, sin peso pero opresor, más oscuro que cualquier otro cielo que jamás hubiera visto.
—Tenemos que contárselo a E. D. —dijo Jason.
—Cuéntaselo tú —dijo Diane.
Jase y Diane llamaban a sus padres por sus nombres de pila porque Carol Lawton se imaginaba que tenía una familia progresista. La realidad era más compleja. Carol era permisiva, pero no se involucraba mucho en las vidas de los gemelos, mientras E. D. se ocupaba sistemáticamente de preparar a un heredero. Ese heredero, por supuesto, era Jason. Jason adoraba a su padre. Diane le tenía miedo.
Sabía que no era inteligente por mi parte aparecer en la zona adulta cuando el acontecimiento social de los Lawton estaba llegando a su alcohólico final; así que Diane y yo nos ocultamos en la zona desmilitarizada detrás de una puerta mientras Jason encontraba a su padre en la habitación contigua. No pudimos oír la conversación resultante en detalle, pero no había forma de malinterpretar el tono de voz de E. D: agresivo, impaciente y malhumorado. Jason volvió al sótano con el rostro enrojecido y al borde de las lágrimas, y yo me excusé y me dirigí a la puerta de atrás.
Diane me alcanzó en el pasillo. Me puso la mano en la muñeca como si quisiera anclarnos juntos.
—Tyler —dijo—. Saldrá, ¿verdad? El sol, quiero decir, por la mañana. Sé que es una pregunta estúpida. Pero el sol saldrá, ¿no?
Parecía completamente desolada. Empecé a decir algo impertinente, del estilo de «todos estaremos muertos si no sale», pero su ansiedad me provocó dudas propias. ¿Qué habíamos visto exactamente, y qué implicaba? Jason claramente había sido incapaz de convencer a su padre de que algo importante había ocurrido en el cielo esa noche, así que quizá nos estábamos asustando por nada. Pero ¿y si el mundo se acababa y sólo nosotros tres lo sabíamos?
—Todo irá bien —dije.
Me miró entre mechones de pelo lacio.
—¿Tú te crees eso?
Intenté sonreír.
—Al noventa por ciento.
—Pero te quedarás despierto toda la noche, ¿no?
—Puede. Seguramente. —No tenía ganas de dormir.
Me hizo un gesto con el pulgar y el meñique imitando un auricular.
—¿Puedo llamarte más tarde?
—Claro.
—Probablemente no podré dormir. Y… ya sé que suena tonto, pero en caso de que me quede dormida… ¿me llamarás tan pronto como salga el sol?
Le dije que sí.
—Me lo prometes.
—Te lo prometo. —Me emocionaba que me lo hubiera pedido.
La casa en la que vivía con mi madre era un bonito búngalo de listones en el extremo este de la propiedad Lawton. Un jardincillo de rosas cercado por una valla de tablones de pino rodeaba los escalones de la entrada, las rosas habían florecido hasta bien entrado el otoño, pero se habían marchitado ante el reciente frente de aire frío. En medio de aquella noche sin luna, sin nubes y sin estrellas, el porche refulgía como una baliza.
Entré en silencio. Mi madre hacía ya horas que se había retirado a su dormitorio. La pequeña sala de estar estaba ordenada exceptuando un vaso de chupito sobre una mesilla: mi madre era una abstemia absoluta cinco días a la semana pero tomaba un poco de whisky los fines de semana. Solía decir que sólo tenía dos vicios, y que un trago los sábados por la noche era uno de ellos. (Una vez le pregunté que cuál era el otro y me dedicó una larga mirada y me dijo: «tu padre». No insistí en el tema).
Me tumbé en el sofá vacío con un libro y leí un rato hasta que Diane me llamó, menos de una hora después. Lo primero que me dijo fue:
—¿Has encendido la tele?
—¿Debería?
—No te molestes. No están dando nada.
—Bueno, ya sabes, son las dos de la madrugada.
—No, quiero decir que no hay nada de nada. Hay programas publicitarios en los canales de cable local, pero nada más. ¿Qué significa eso, Tyler?
Lo que significaba es que todo satélite que hubiera en órbita se había desvanecido junto con las estrellas. Los satélites de telecomunicaciones, meteorológicos, los militares, el sistema GPS: todos habían sido desconectados en un instante. Pero no lo sabía, y tampoco podía explicárselo a Diane.
—Puede significar cualquier cosa.
—Es un poco atemorizador.
—Probablemente no sea nada de lo que preocuparse.
—Espero que no. Y me alegra que todavía estés despierto.
Una hora más tarde me volvió a llamar con más novedades. Internet también había desaparecido en combate. Y la televisión local había empezado a informar sobre vuelos cancelados en Reagan y los aeropuertos regionales, advirtiendo a la gente de que llamara para asegurarse.
—Pero he visto aviones volando durante toda la noche. —Había visto sus luces de posición desde la ventana del dormitorio, estrellas falsas que se movían con rapidez —. Supongo que serán los militares. Puede que sea cosa de terroristas.
—Jason está en su habitación con una radio. Está escuchando estaciones de Boston y Nueva York. Dice que están hablando de actividad militar y de aeropuertos cerrados, pero nada de terrorismo… y nada sobre las estrellas.
—Alguien debe de haberse dado cuenta.
—Si es así, no lo han dicho. Quizá tengan órdenes de no mencionarlo. Tampoco han mencionado el amanecer.
—¿Y por qué tendrían que hacerlo? El sol saldrá en ¿cuánto? ¿menos de una hora? Lo que significa que ya está amaneciendo sobre el océano. Por la costa atlántica. Los barcos ya lo deben haber visto. Ya lo veremos, dentro de poco.
—Eso espero. —Parecía simultáneamente asustada y avergonzada—. Espero que tengas razón.
—Ya verás cómo sí.
—Me gusta tu voz, Tyler. ¿Te lo he dicho alguna vez? Tienes una voz que da confianza.
Aunque lo que dijera fueran gilipolleces.
Pero el halago me afectó más de lo que quería que ella supiera. Me quedé pensando en ello después de que colgara. Lo volví a repetir una y otra vez en mi cabeza, por la cálida sensación que me provocaba. Diane me llevaba un año, y también era tres veces más sofisticada que yo… así que ¿por qué me sentía repentinamente tan protector con ella, y por qué deseaba que estuviera cerca para poder tocar su cara y prometerle que todo iría bien? Era un enigma casi tan urgente y perturbador como lo que le hubiera ocurrido al cielo.
Volvió a llamarme a las cinco menos diez, cuando casi me había quedado dormido pese a mis intenciones, completamente vestido. Saqué el teléfono del bolsillo de mi camisa.
—¿Diga?
—Soy yo. Sigue estando oscuro, Tyler.
Miré por la ventana. Sí. Oscuro. Luego al reloj de la mesilla.
—Todavía no es hora de que amanezca, Diane.
—¿Estabas dormido?
—No.
—Sí que lo estabas. Qué suerte. Sigue estando oscuro. Y hace frío, también. Miré el termómetro que hay por fuera de la ventana de la cocina. Estamos a un grado Celsius. ¿Tendría que hacer tanto frío?
—Ayer por la mañana hacía ese frío. ¿Hay alguien más despierto en tu casa?
—Jason está encerrado en su cuarto con su radio. Mis padres están, eh, supongo que durmiendo la fiesta. ¿Tu madre está despierta?
—No tan temprano. No en un fin de semana. —Le eché una mirada nerviosa a la ventana. Para ese entonces ya tendría que haber algo de luz en el cielo. Incluso un poco de luz hubiera sido reconfortante.