—Muy bien —dijo Keith—. Hagámoslo.
Thor manipuló los controles.
—Usted manda, jefe.
Starplex atravesó los veinte mil kilómetros que la separaban del atajo y tocó el punto. El atajo se expandió para acomodar el perfil en forma de diamante de la nave, ígneos labios púrpuras asumiendo la forma de la gigantesca nave nodriza. A medida que Starplex pasaba a través, la burbuja holográfica rodeando el puente mostró los dos campos estelares diferentes, y la turbulenta discontinuidad entre ambos que se desplazaba de proa a popa a medida que completaban la travesía. En cuanto la nave cruzó por completo, el atajo se encogió de nuevo hasta la nada.
Y allí estaban, en el Brazo de Perseo, a dos tercios de la galaxia, y a decenas de miles de años luz de cualquiera de sus mundos.
—La travesía por el atajo ha sido normal —dijo Thor.
El pequeño holograma de su cara flotando sobre el borde del puesto de Keith se superponía con el cogote de la cabeza real de Thor y la masa holográfica de pelo rojo se fundía con la melena real de más atrás, haciendo que sus marcadas facciones parecieran perdidas en un vasto mar anaranjado.
—Buen trabajo —dijo Keith—. Vamos a soltar una boya.
Thor asintió y pulsó algunas teclas. Aunque el atajo destacaba en el hiperespacio, si el equipo de radio hiperespacial de Starplex se averiaba, tendrían problemas para encontrarlo. La boya, emitiendo en frecuencias electromagnéticas normales y con su propio hiperescopio, indicaría su camino de vuelta en tal caso.
Jag se levantó y señaló de nuevo a las estrellas parpadeantes; se veían muy fácilmente. Thor hizo girar la burbuja holográfica de manera que aparecieran centradas al frente, en lugar de a un lado por detrás de la galería de observadores.
Lianne Karendaughter estaba inclinada hacia delante en su consola, sujetándose la barbilla con una delicada mano.
—¿Qué está causando el parpadeo? —preguntó.
Tras ella, Jag levantó los cuatro hombros en un gesto waldahud.
—No pueden ser perturbaciones atmosféricas, por supuesto —dijo—. Los espectrogramas confirman que estamos en el vacío del espacio normal. Pero hay algo entre nuestra nave y las estrellas del fondo; algo que es, al menos en parte, opaco y móvil.
—Quizá una nebulosa oscura —dijo Thor.
—O, si se me permite una sugerencia, quizá sólo un rastro de polvo —dijo Rombo.
—Me gustaría saber lo lejos que está antes de aventurar una suposición —dijo Jag.
Keith asintió.
—Thor, dispara un lasercom a… a lo que quiera que sea.
Los anchos hombros de Thor se movieron cuando operó controles a ambos lados de su puesto.
—Disparando.
Tres cronómetros digitales aparecieron flotando en el holograma. Cada uno contaba a un ritmo distinto, en las unidades estándar más pequeñas de cada uno de los sistemas de cronometraje de los tres respectivos mundos. Keith vio cómo el que contaba segundos aumentaba más y más.
—Luz reflejada recibida tras setenta y dos segundos —dijo Thor—. Lo que haya ahí fuera está bastante cerca, a cosa de unos once millones de kilómetros.
Jag estaba consultando sus pantallas.
—Las lecturas de los telescopios hiperespaciales indican que el material opaco consiste en una gran cantidad de masa… dieciséis veces o más la masa combinada de todos los planetas de un sistema solar típico.
—De modo que no son naves espaciales —dijo Rissa, decepcionada.
Jag alzó sus hombros inferiores.
—Probablemente no. Hay una pequeña posibilidad de que estemos viendo una gran cantidad de naves… una gigantesca flota, cuyos movimientos individuales eclipsan las estrellas del fondo, y cuyos generadores de gravedad artificial están creando grandes alteraciones en el espaciotiempo. Pero lo dudo.
—Acerquémonos a la mitad de la distancia, Thor —dijo Keith—. Llévanos a unos seis millones de kilómetros de la periferia del fenómeno. A ver si podemos distinguir más detalles.
La pequeña cara y la gran cabeza de detrás asintieron al unísono.
—Como diga, jefe.
A la vez que aproximaba la nave, Thor también la hizo rotar de manera que el puente principal mirara hacia el sentido del movimiento. Los propulsores de la nave podían moverla en cualquier dirección, independientemente de su orientación, pero uno de sus dos radiotelescopios estaba instalado en el centro de este puente, y había montados cuatro telescopios ópticos en las esquinas.
A medida que se acercaban, quedó claro que lo que estuviera oscureciendo el firmamento era razonablemente sólido y grande. Las estrellas quedaban eclipsadas ahora tras sólo un instante de fundido mientras desaparecían. Pero no había suficiente luz para ver con claridad. La cercana estrella de clase A estaba demasiado lejos. De momento, todo lo que podían distinguir era una serie de sombras enloquecedoramente imprecisas.
—¿Hay señales de radio? —preguntó Keith.
Como tenía por costumbre, había inactivado el holograma de la cabeza de Lianne que por defecto flotaba sobre el borde de su consola. En el pasado solía quedarse mirándolo, lo cual era incómodo con Rissa sentada a su lado.
—Nada definitivo —dijo ella—. Sólo briznas de ruido de milivatios de vez en cuando, cerca de la línea de veintiún centímetros, pero se pierden en el fondo de radiación de microondas.
Keith miró a Jag, sentado a su izquierda.
—¿Ideas?
El waldahud parecía más frustrado a medida que se acercaban; su pelaje se erizaba en mechones.
—Bueno, un cinturón de asteroides no parece probable, especialmente tan lejos de la estrella más cercana. Supongo que podría ser materia de la nube de Oort de la A, pero parece demasiado denso para eso.
Starplex continuó avanzando.
—¿Espectroscopia? —preguntó Keith.
—Sean lo que sean esos objetos —ladró Jag—, no son luminosos. En cuanto a la absorción de luz estelar que pasa a través de los objetos menos opacos, los espectros que veo son típicos de polvo interestelar, pero hay mucha menos absorción de la que esperaba. —Se volvió para mirar a Keith—. Sencillamente, no hay suficiente luz ahí fuera para ver qué está pasando. Deberíamos lanzar una bengala de fusión.
—¿Y qué pasa si son naves? —preguntó Keith—. Sus tripulaciones podrían malinterpretarlo, pensar que estamos lanzando un ataque.
—Casi con certeza no son naves —dijo Jag secamente—. Son cuerpos del tamaño de planetas.
Keith miró a Rissa, a los hologramas de Thor y Rombo, y a la nuca de Lianne, por si alguno tenía alguna objeción.
—De acuerdo —dijo—. Hagámoslo.
Jag se levantó y caminó hasta ponerse al lado de Rombo en el puesto de operaciones externas. A Keith le divirtió ver cómo hablaban: Jag ladrando como un perro enfadado, y Rombo respondiendo con luces centelleantes. Como estaban hablando entre ellos, PHANTOM no se molestó en traducir sus palabras a Keith, pero Keith se esforzó por escuchar, sólo para practicar. El waldahudar era un lenguaje difícil de seguir para los angloparlantes, y requería un modo gramatical distinto según el sexo de los interlocutores (los machos sólo podían dirigirse a las hembras en el modo condicional/subjuntivo, por ejemplo). Por otro lado, en waldahudar educado se evitaban en lo posible los sustantivos, para no discutir sobre terminología. Durante la conversación, Jag se apoyó en la consola de Rombo; sus miembros centrales podían ser usados para locomoción o manipulación, pero a los waldahudin no les gustaba apoyarse sobre las cuatro patas traseras cuando estaban con humanos.
Finalmente, Jag y Rombo se pusieron de acuerdo sobre las características de la bengala. Lianne en OpIn ordenó que todas las ventanas en los puentes uno a treinta fueran cubiertas o vueltas opacas. También bajó las cubiertas protectoras de las cámaras y sensores externos más delicados.