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—Sinceras disculpas, buen Jag —dijo Rombo—. Me someto a castigo por hacerle perder el tiempo, y enviaré un reemplazo de inmediato.

—Hágalo —dijo Jag, y golpeó el botón que cortaba las comunicaciones.

Volvió su atención al compartimento número uno… y se sobresaltó al descubrir que éste, también, había perdido su contenido durante el regreso.

—Condenada ingeniería humana —gruñó para sí.

Pero gruñó aún más cuando los compartimentos de la segunda sonda llegaron a su laboratorio. Las lecturas eran las mismas, incluyendo los datos de presión atmosférica anormalmente baja tras internarse en la gran esfera.

De nuevo Jag activó un holograma de Rombo.

—Digo con todos mis buenos y pacíficos deseos, querido Jag, que no parece haber nada mal con ninguna de las sondas. Los sellos de los compartimentos son perfectos. Nada debería haber podido escapar.

—Sea como sea, las muestras que estamos tomando están escapando —dijo Jag—. Lo que significa… Lo que significa que las muestras están compuestas de algo ciertamente inusual.

Bailaron luces en la red de Rombo.

—Una suposición razonable.

Jag hizo deslizar sus placas dentales.

—Debe haber algún modo de traer ese material a bordo para su estudio.

—Sin duda ya habrá usted pensado en esto —dijo Rombo—, y estoy malgastando nuestro tiempo con la sola mención de la idea, pero podríamos usar una caja de fuerza. Ya sabe, del tipo de la que se usa en los laboratorios para el manejo de antimateria.

Jag levantó sus hombros superiores.

—Aceptable. Pero no use un campo de fuerza electromagnético; en su lugar use campos de gravedad artificial para mantener los contenidos alejados de las paredes de la caja, sin importar la aceleración que usemos.

—Se hará, con obediencia —dijo Rombo.

La caja de fuerza se manipulaba con rayos tractores. Consistía en ocho generadores antigrav dispuestos en las esquinas de un cubo perfecto, con anchas asas como palas adheridas al centro de cada cara para dar a los rayos tractores algo que agarrar. Empujaron la caja dentro de una de las esferas y la abrieron allí. Hicieron maniobrar una segunda caja hasta el enjambre de partículas entre dos de las esferas y la activaron. Luego llevaron las dos cajas rápidamente de vuelta a Starplex.

Finalmente, los compartimentos de muestras fueron dirigidos a cámaras de aislamiento separadas en el laboratorio de Jag. El truco de la antigravedad había sido un éxito: una caja contenía muestras del gas que formaba la esfera, y la otra albergaba varios gránulos de gravilla traslúcida y una roca parcialmente transparente del tamaño de un huevo de gallina. Ahora, por fin, Jag podría averiguar con qué se las estaban viendo.

VI

Keith se pasó una mano por la zona calva, y se arrellanó en su silla, mirando al holograma del espacio que rodeaba el puente. No había mucho más que hacer hasta que Jag volviera para informar. Rissa estaba todavía fuera, trabajando con Vagón, y el turno alfa estaba a punto de acabar. Keith exhaló, quizá demasiado ruidosamente. Rombo había rodado hasta el puesto del director para hablar de algo. Las luces destellaban a través del manto del ib.

—¿Irritado? —dijo la voz traducida.

Keith asintió.

—¿Jag? —preguntó el ib.

Keith asintió de nuevo.

—Con amabilidad, observo que no es tan malo —dijo Rombo—. Para un waldahudin, es prácticamente un caballero.

Keith hizo un gesto hacia la parte del campo estelar que ocultaba la puerta por la que había desaparecido Jag.

—Es tan… competitivo. Combativo.

—Son todos así —dijo Rombo—. Los machos, en todo caso. ¿Ha pasado usted mucho tiempo en Rehbollo?

—No. Aunque estuve presente en el primer contacto entre humanos y waldahudin. Siempre pensé que sería mejor para mí mantenerme lejos de Rehbollo. Todavía… Todavía guardo mucha rabia por la muerte de Saul Ben-Abraham, supongo.

Rombo se quedó quieto durante unos momentos, quizá digiriendo la información. Luego las luces de su red ondularon de nuevo.

—Nuestro turno ha terminado, amigo Keith. ¿Querrá dedicarme nueve minutos de su tiempo?

Keith se encogió de hombros y se levantó. Se dirigió al resto de la habitación:

—Buen trabajo, todo el mundo. Gracias.

Lianne se dio la vuelta, con su pelo platino flotando al hacerlo, y sonrió a Keith. Rombo y Keith salieron al helado pasillo, con el ib rodando al lado del humano.

Había también una pareja de delgados robots en el pasillo. Uno llevaba una bandeja de comida para alguien. El otro pasaba una aspiradora por el piso. En privado, Keith todavía pensaba en ellos como PHARTs (esclavos remotos ambulantes de PHANTOM), pero los waldahudin montaron en cólera cuando se sugirió que la terminología en Starplex contuviera acrónimos dentro de acrónimos.

A través de una ventana en la pared del pasillo, Keith podía ver uno de los tubos verticales de acceso para delfines, que consistía en discos de agua de un metro de espesor separados por diez centímetros de aire contenido en campos de fuerza. Los huecos de aire impedían que la presión del agua aumentara con la altura del tubo. Mientras miraba, un delfín lo atravesó, nadando hacia arriba.

Keith miró a Rombo. Las luces parpadeaban al unísono en su red.

—¿Qué le hace tanta gracia? —preguntó Keith.

—Nada —dijo el ib.

—No, vamos. ¿Qué pasa?

—Pensaba en un chiste que Thor ha contado hoy. ¿Cuántos waldahudin hacen falta para cambiar una bombilla? Respuesta: cinco, y todos quieren llevarse el mérito.

Keith frunció el ceño.

—Lianne le contó ese mismo chiste hace semanas —dijo.

—Lo sé —dijo Rombo—. Entonces también reí.

Keith movió la cabeza.

—Nunca entenderé cómo es que ustedes los ibs pueden encontrar divertida la misma cosa una y otra vez.

—Si pudiera, me encogería de hombros —dijo Rombo—. La misma pintura es bella cada vez que la miras. El mismo plato es sabroso cada vez que lo pruebas. ¿Por qué no puede ser el mismo chiste gracioso cada vez que lo oyes?

—No lo sé —dijo Keith—. Al menos me alegro de haber conseguido que deje de contarme ese chiste estúpido de «No es un eje, es mi tubo alimenticio» cada vez que nos vemos. Era de lo más irritante.

—Lo lamento.

Siguieron pasillo abajo en silencio durante un rato, hasta:

—Sabe, buen Keith, es mucho más fácil entender a los waldahudin si ha pasado algún tiempo en su mundo. —¿Oh?

—Usted y Clarissa siempre han sido felices juntos, si me permite decirlo. Los ibs no alcanzamos tal intimidad con otros individuos; mezclamos nuestro material genético entre nuestros componentes, en vez de crear lazos con una pareja. Oh, yo obtengo consuelo de mis otros componentes; mis ruedas, por ejemplo, no son sentientes, pero poseen una inteligencia comparable a la de un perro terrestre. Mi relación con ellas me proporciona gran alegría. Pero percibo que la relación de que disfruta usted con Clarissa es algo mucho, mucho mayor. Yo apenas lo entiendo, pero estoy seguro de que Jag lo aprecia. Los waldahudin, como los humanos, tienen dos sexos, después de todo.

Keith no podía ver adónde iba todo esto, y en conjunto pensaba que Rombo estaba dando demasiado por sentada su amistad.

—¿Sí?

—Los waldahudin tienen dos sexos, pero no igual número en cada sexo —dijo el ib—. Hay, de hecho, cinco machos por cada hembra. Pero a pesar de esto son una especie monógama, y forman emparejamientos de por vida.

—Eso he oído.

—¿Pero ha considerado las ramificaciones? —preguntó el ib—. Significa que cuatro de cada cinco machos acaban sin pareja, acaban excluidos del pool genético. Quizá tuviera usted que espantar a otros pretendientes en su galanteo a Clarissa, o quizá ella tuviera que espantar a otras que le perseguían a usted; perdóneme, no tengo ni idea de cómo funcionan esas cosas. Pero imagino que en todas esas competiciones era un consuelo para todos los implicados saber que por cada macho había una hembra, o viceversa. Oh, los emparejamientos podrían no acabar como uno desearía, pero habría buenas posibilidades de que cada hombre encontrara una mujer, y viceversa; o una pareja de su mismo sexo, si tal era su preferencia.