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Uno de los mejores pilotos de naves de Starplex era un delfín cuyo nombre traducido era Morrolargo; un pobre sustituto de la canción de trinos y chasqueos que pintaban una caricatura suya para su gente, enfatizando su largo hocico.

La nave favorita de Morrolargo era la Rum Runner, una cuña color bronce de veinte metros de largo y diez de ancho. Un tanque de agua recorría el eje de la nave. A izquierda y derecha habían hábitats con aire, separados, que se unían en forma de U en la parte trasera, con una esclusa entre ellos. El lado de babor se mantenía normalmente acondicionada para humanos; la parte de estribor se programaba con las más frescas temperaturas waldahud.

Para pilotar la nave, Morrolargo sujetaba robots sensores nadadores a su cola y aletas pectorales. La nave tenía cientos de jets correctores de derrota que le permitían igualar los movimientos del delfín dentro de su tanque. Esta técnica derrochaba una cantidad extraordinaria de combustible (hasta el punto de que los waldahudin habían rehusado pujar por el contrato para la construcción de estas naves), pero daba una maniobrabilidad increíble y, según Morrolargo, eran una absoluta delicia de pilotar.

Aunque la Rum Runner podía operar lejos de Starplex durante semanas, en esta misión estaría fuera menos de un día, y la tripulación estaría formada sólo por Morrolargo y Jag.

La Rum Runner estaba normalmente varada en el muelle siete, uno de los cinco que tenían esclusas que conectaban el toroide de ingeniería con el puente océano. La nave estaba sujeta a la pared del muelle, y tres tubos de acceso en ángulos suaves desembocaban en sus escotillas del techo.

En cuanto Morrolargo y Jag estuvieron a bordo, la puerta segmentada del hangar se alzó hacia el techo. Morrolargo era famoso por sus teatrales despegues. Lanzó la nave fuera del hangar, luego giró y se arqueó en su tanque, llevando el Rum Runner en un espectacular vuelo de calentamiento a lo largo de todas las escotillas de los hangares, lanzándose en un círculo alrededor del disco central. Luego se volvió de lado en el tanque, y la nave trazó un amplio arco, dando la impresión exacta de estar derrapando en el vacío del espacio.

Jag se estaba impacientando, pero Morrolargo, como todos los delfines, no se percató. Hizo una serie de giros y volteretas en su tanque, y la nave le imitó. Las placas de gravedad bajo el compartimento de Jag compensaron completamente los movimientos, pero dentro de su tubo lleno de agua, Morrolargo sentía la nave como una extensión de su propio cuerpo.

Al final, cuando se hubo divertido bastante, Morrolargo se lanzó en una trayectoria alocadamente curva (derrochando energía nuevamente, pero mucho más interesante que las líneas rectas y arcos precisos de la navegación celestial normal).

La estrella verde dominaba el cielo, aunque su superficie distaba ahora treinta millones de kilómetros. La Rum Runner tenía pantallas de fuerza y escudos físicos mucho mejores que los de la misma Starplex; podía hacer una travesía muy ajustada. Bajo la juguetona guía de Morrolargo, la nave picó, rozando el vasto orbe apenas a 100.000 kilómetros de su fotosfera. Receptáculos en la proa de la nave recogieron muestras de la atmósfera estelar.

—Verdor de esta estrella una confusión para mí —dijo Morrolargo a través del hidrófono de su tanque.

Como casi todos los delfines, Morrolargo podía hacer una buena aproximación de los sonidos tanto del inglés como del waldahudar (aunque con la sintaxis descolocada; en gramática cetácea no había orden de palabras establecido). El ordenador sencillamente procesaba los sonidos para hacerlos inteligibles; sólo cambiaría al modo de traducción si el delfín hablara en delfines.

Jag gruñó.

—Yo también estoy confuso. La temperatura de su superficie es de mil doscientos grados. La fardint cosa debería ser azul o blanca, no verde. El análisis espectral tampoco tiene sentido. Nunca he visto una concentración tan alta de elementos pesados en una estrella.

—¿Dañada quizá por pasaje a través atajo? —preguntó Morrolargo, girando en su tanque de manera que la nave girara lentamente sobre su eje.

Incluso con escudos extra, no era seguro mantener siempre el mismo lado de la nave de cara a la estrella.

Jag gruñó de nuevo.

—Supongo que es posible. Probablemente la mayoría de la cromosfera y la corona de la estrella se perdieron durante el pasaje por el atajo. Los bordes del atajo se cerraron sobre la fotosfera, arrancando los gases rarificados de por encima. Aun así, todos los tests previos han mostrado que el cambio estructural en los objetos que pasan a través de un atajo es cero. Claro que nada así de grande había pasado antes a través de uno.

Las pantallas del Rum Runner mostraban sólo verde ígneo; todas las ventanas físicas se habían vuelto opacas.

—Llévenos en una vuelta alrededor del ecuador de la estrella —dijo Jag—, y luego haga una órbita polar. Es posible que la estructura de la estrella no sea uniforme. Antes de preocuparme en exceso por esas líneas de absorción, quiero asegurarme de que los espectros son los mismos por todas partes.

Les llevó casi cinco horas a una milésima de la velocidad de la luz completar el viaje de cinco millones de kilómetros alrededor del ecuador, y otras cinco hacer el viaje de polo a polo. Morrolargo mantuvo la Rum Runner rotando todo el tiempo. Jag tenía los ojos pegados al equipo de sensores, mirando las oscuras líneas verticales de absorción. Murmuraba para sí «limo en el agua, limo en el agua»; la verdad seguía oculta.

Jag no tuvo problema para determinar la masa de la estrella a partir de su huella en el hiperespacio; era algo más pesada de lo que había esperado. Excepto por el color, la superficie de la estrella era bastante típica, y consistía en zonas claras y oscuras muy apretadas causadas por células de convección en la fotosfera. Tenía incluso manchas solares, pero a diferencia de las de otras estrellas, éstas estaban todas conectadas por zonas en forma de pesas de gimnasia. Era, sin lugar a dudas, una estrella; pero era también diferente a cualquier estrella que Jag hubiera visto antes.

Finalmente los vuelos de reconocimiento terminaron.

—¿Listo casa a para ir? —preguntó Morrolargo.

Jag alzó sus cuatro brazos en un gesto resignado.

—Sí.

—¿Misterio resuelto?

—No. Una estrella como ésta, sencillamente, no debería existir.

El Rum Runner volvió a Starplex, con Jag refunfuñando todo el camino mientras revisaba sus datos.

Keith yacía en la cama al lado de su mujer, incapaz de dormir. Miró la forma de Rissa en la oscuridad, miró cómo la fina sábana que la cubría se alzaba y bajaba el compás de su respiración.

Ella merecía algo mejor, pensó. Exhaló, intentando sacarse de encima las preocupaciones junto con su aliento, y evocó tiempos más felices.

Rissa tenía ojos oscuros que se convertían en medias lunas hacia arriba cuando sonreía. Su boca era pequeña, pero sus labios llenos, la mitad de gruesos que de anchos. Su madre era italiana; su padre, español. Había heredado la lustrosa melena oscura de su madre, y los fieros ojos de su padre. En sus cuarenta y seis años de vida, Keith Lansing nunca había encontrado a nadie que pareciera más atractivo a la luz de las velas que Rissa.

Cuando se conocieron, en 2070, él tenía veintidós años; ella tenía veinte y una figura maravillosamente curvilínea. Por supuesto la forma de su cuerpo cambió de la manera natural cuando fue envejeciendo; estaba todavía en una forma excelente, pero las proporciones habían cambiado. Por aquel entonces, Keith no podía imaginarse encontrando atractiva a una mujer de cuarenta y dos años, pero para su infinita sorpresa, sus gustos se habían alterado a medida que pasaban los años, y aunque dos décadas de matrimonio habían embotado sin duda su reacción inmediata ante ella, cuando veía a Rissa de algún modo poco habitual (con un traje nuevo, o estirándose para alcanzar algo de una estantería alta, o con el pelo peinado de otra manera), ella podía todavía robarle el aliento.