—Pero si hiciéramos eso aquí y ahora, si evaporáramos este atajo, no podríamos volver a casa —dijo Keith.
—Cierto —dijo Jag—. Pero podríamos disponer las boyas antigravitatorias para converger en el atajo después de haber pasado nosotros por él.
—Pero al parecer están apareciendo estrellas por muchos atajos —dijo Rissa—. Si evaporamos los atajos de Tau Ceti, Rehbollo y Flatland, estaríamos destruyendo la Commonwealth, aislando los mundos uno de otro.
—Para proteger los mundos individuales de la Commonwealth, sí —dijo Thor.
—Cristo —dijo Keith—. Por supuesto que no queremos acabar con la Commonwealth.
—Hay otra posibilidad —dijo Thor. —¿Ah?
—Transplantar las especies de la Commonwealth a sistemas estelares adyacentes lejos de cualquier atajo. Podríamos encontrar tres o cuatro sistemas cercanos entre sí, con los mundos adecuados, terraformarlos para hacerlos habitables, y trasladar allí a todo el mundo. Todavía podríamos tener una comunidad interestelar vía hiperpropulsión normal.
Los ojos de Keith se agrandaron.
—Estás hablando de trasladar… ¿cuánto?… ¿Treinta mil millones de individuos?
—Más o menos —dijo Thor.
—Los ibs no abandonarán Flatland —dijo Rombo, con poca habitual sequedad.
—Esto es una locura —dijo Keith—. No podemos cerrar los atajos.
—Si nuestros mundos están en peligro —dijo Thor—, podemos… Y debemos.
—No hay pruebas de que las estrellas representen amenaza alguna —dijo Keith—. No puedo creer que seres tan avanzados como para mover estrellas sean malévolos.
—Quizá no lo sean —dijo Thor—, al igual que los obreros que destruyen hormigueros no son malévolos. Sencillamente, podríamos estar en su camino.
No había nada que Keith pudiera hacer acerca de las estrellas hasta que hubiera más información disponible, de modo que a las 12.00 horas él y Rissa fueron en busca de algo para comer.
Había ocho restaurantes a bordo de Starplex. La terminología era deliberada. Los humanos insistían en referirse a los componentes de Starplex en términos navales: comedores, enfermería, camarotes, en lugar de restaurantes, hospitales, y apartamentos. Pero de las cuatro especies de la Commonwealth, sólo los humanos y los waldahudin tenían tradiciones marciales, y a las otras dos especies eso ya las ponía bastante nerviosas sin que se lo tuvieran que recordar en conversaciones informales.
Cada uno de los restaurantes era único, tanto en ambiente como en oferta. Los diseñadores de Starplex se habían tomado muchas molestias para asegurarse de que la vida a bordo no fuera monótona. Keith y Rissa decidieron comer en Kog Tahn, el restaurante waldahud del puente veintiséis. A través de las falsas ventanas del restaurante se veían hologramas de la superficie de Rehbollo: anchas llanuras aluviales de barro gris-purpúreo, entrecruzadas por ríos y arroyos. Se veían dispersas matas de stargin, el equivalente a los árboles en Rehbollo, que parecían hierbas rodantes azules de tres o cuatro metros de altura. El húmedo barro no ofrecía un sustrato firme, pero era rico en minerales disueltos y en materia orgánica en descomposición. Cada starg tenía miles de tallos enredados que podían servir como raíces o, estirados, como órganos fotosintéticos, dependiendo de si acababan arriba o abajo. Las gigantescas plantas rodaban por las llanuras, dando volteretas, o flotaban en los arroyos, hasta que encontraban barro fértil. Cuando lo hacían arraigaban, hundiéndose hasta que más o menos un tercio de su altura quedaba sumergida en el lodo.
El cielo holográfico era de un gris verdoso y la estrella sobre sus cabezas era gorda y roja. A Keith la combinación de colores le resultaba siniestra, pero no se podía negar que la comida era excelente. Los waldahudin eran sobre todo vegetarianos, y las plantas que les gustaban eran suculentas y deliciosas. A Keith le apetecía comer brotes de starg tres o cuatro veces al mes.
Por supuesto los ocho restaurantes estaban abiertos a todas las especies, y eso suponía ofrecer una variedad de alimentos que cubriera los requerimientos metabólicos de todas. Keith pidió un sándwich de queso al grill y un par de pepinillos en adobo para acompañar a su ensalada de starg. Los waldahudin, cuyas hembras, como las de los mamíferos terrestres, secretaban un líquido nutritivo para su descendencia, encontraban repugnante que los humanos bebieran leche de otros animales, pero fingían no saber de qué estaba hecho el queso.
Rissa estaba sentada frente a Keith. En realidad la mesa estaba construida según los estándares waldahud, como un riñón humano, y hecha de un material vegetal pulido que no era madera, pero que tenía hermosas vetas claras y oscuras. Rissa estaba sentada en la indentación de la mesa. La costumbre waldahud era que la fémina se sentara siempre en este puesto privilegiado; en su mundo natal una dama se sentaría allí, con su corte masculina sentada alrededor de la curva.
Los gustos de Rissa eran más aventureros que los de Keith. Estaba comiendo gaz torad, mejillones de sangre, bivalvos waldahud que vivían en la capa limosa del fondo de muchos lagos. A Keith le repugnaba su brillante color rojo-púrpura, como a muchos waldahudin, de hecho, ya que era el tono exacto de su propia sangre. Pero Rissa dominaba el truco de llevarse la concha a la boca, abrirla, y sorber el contenido, todo sin dejar que la blanda carne fuera vista por ella misma o por alguien sentado frente a ella.
Keith y Rissa comieron en silencio, y Keith se preguntó si eso era bueno o malo. Habían agotado la charla intrascendente hacía siglos. Oh, si alguno tenía algo en la cabeza, hablaban sin parar, pero parecía que disfrutaban sólo con la compañía del otro, incluso si apenas decían una palabra. Al menos así se sentía Keith, y esperaba que Rissa compartiera ese sentimiento.
Keith estaba usando un katook (un cubierto waldahud, parecido a tenazas de punta roma) para llevarse algo de starg a la boca cuando un panel de comunicación saltó de la superficie de la mesa, mostrando la cara de Hek, el especialista waldahud en comunicaciones alienígenas.
—Rissa —ladró con una voz que parecía más de Brooklyn que la de Jag; por el ángulo del panel de comunicación, el waldahud no podía ver a Keith—. He estado analizando el ruido de radio que hemos estado detectando cerca de la banda de veintiún centímetros. No creerá lo que he encontrado. Venga a mi oficina enseguida.
Keith dejó su cubierto y miró a su mujer por encima de la mesa.
—Iré contigo —dijo, y se levantó para irse.
Cuando salían de la sala, se dio cuenta de que era lo único que le había dicho durante toda la comida.
Keith y Rissa entraron en un ascensor. Como siempre, un monitor en el interior mostraba el puente en el que estaban y el plano del niveclass="underline" «26», y una cruz de largos brazos. A medida que ascendían, y los números de puente descendían, los brazos de la cruz se acortaban más y más. Cuando llegaron al puente uno, los brazos de la cruz prácticamente habían desaparecido. Los dos humanos salieron y entraron en la sala de audio de radioastronomía. Hek, un waldahud pequeño con un pelaje de color mucho más rojizo que el de Jag, estaba apoyado contra un escritorio.
—Rissa, su presencia es bienvenida —la deferencia normal que se mostraba a las hembras. Una inclinación de cabeza—: Lansing —la ruda indiferencia mostrada a los machos, incluso si eran tu jefe.
—Hek —dijo Keith, saludando con una inclinación de cabeza.
El waldahud miró a Rissa.
—¿Recuerda el ruido de radio que hemos estado captando? —su ladrido levantó ecos en la pequeña habitación.