—Buen trabajo, Lianne —la miró, y ella sonrió de nuevo, una sonrisa hermosa, cálida, inteligente.
Keith se dio una patada mental por olvidar a veces que había una razón por la que estaba a bordo de Starplex. Lianne Karendaughter era la mejor ingeniero de nave que había.
Thor pilotó a Starplex a través del atajo, y apareció en la periferia del sistema Flatland. Desde aquí, la Nube de Magallanes dominaba el cielo. El sol de Flatland, Hotspot, era una estrella blanca de clase F, y Flatland en sí era una bola lisa envuelta en nubes blancas.
Los ibs eran incapaces de trabajar en cero g. Keith miró por una ventana cómo miles de ellos formaban un enjambre alrededor de Starplex en unidades individuales de viaje con forma de puck de hockey, transparentes salvo por las placas opacas de gravedad artificial que formaban la parte inferior. Como los ibs estaban haciendo el trabajo, no se desperdiciaba un solo segundo. Los nuevos módulos habitables se acoplaron en su sitio, dando a Starplex nuevos puentes del cuarenta y uno al setenta. Keith podía apenas distinguir la cápsula de viaje en forma de burbuja desde la que Lianne orquestaba toda la operación. El único problema durante toda la reparación ocurrió cuando la manguera que estaba vaciando el puente océano se reventó, y el agua salada salió a presión al espacio, congelándose en pequeñas partículas de hielo que brillaban como diamantes a la luz blanca de Hotspot.
Cuando todo estuvo listo, Starplex (ahora un híbrido de Starplex 1 y 2) volvió por el atajo.
Keith estaba encantado con las reparaciones, y aún más encantado de que la gente no tuviera que apiñarse en la mitad superior de la nave. Había habido peleas entre miembros de todas las especies. Ahora que tenían de nuevo suficiente espacio, la paz reinaría de nuevo a bordo de Starplex.
Mientras tanto, en los muelles de Rehbollo, cinco nuevos investigadores subieron a bordo: un ib y dos waldahud especialistas en materia oscura, y un humano y un delfín expertos en evolución estelar. Todos ellos lo habían dejado todo al recibir los informes de Starplex, e inmediatamente habían ido a través de la red de atajos para reunirse con la nave en Flatland.
Como había prometido, Lianne terminó las reparaciones en menos de dieciocho horas. Thor pilotó la nave de vuelta a través del atajo, y reaparecieron en las cercanías del campo de materia oscura y de la enigmática estrella verde.
XI
Los diseñadores de Starplex habían planeado poner la oficina del director junto al puente, pero Keith había insistido en que lo cambiaran. El director, le parecía, debía ser visto por toda la nave, no sólo en un área aislada. Había terminado con una gran sala cuadrada, de casi cuatro metros de lado, en el puente catorce, a medio camino de una de las caras triangulares del módulo habitable dos. A través de la ventana que abarcaba todo un lado, podía ver el módulo tres, perpendicular al módulo en el que estaba, y un sector de noventa grados del techo circular color cobre del disco central de Starplex, dieciséis pisos más abajo. Esa parte del techo en concreto estaba marcada con el nombre de Starplex en los caracteres cuneiformes waldahudar.
Keith se sentó tras un largo escritorio rectangular hecho de auténtica caoba. En él había holos enmarcados de su mujer Rissa con aspecto exótico, vestida con un antiguo traje de baile español, y de su hijo Saul, con una sudadera de Harvard y la extraña perilla que era la moda actual entre los jóvenes. Junto a los holos había una maqueta a escala 1:600 de Starplex. Tras el escritorio había un aparador con globos de la Tierra, Rehbollo y Flatland, así como un tablero tradicional de go con fichas pulidas hechas de conchas blancas y pizarra.
Sobre el aparador había una litografía enmarcada de un óleo de Emily Carr, representando un totem Haida en un bosque de una de las Islas de la Reina Charlotte. Flanqueando el aparador a cada lado había grandes plantas en maceta. La habitación también tenía un gran sofá, tres polisillas, y una mesita de café.
Keith se había quitado los zapatos y tenía los pies sobre el escritorio. Nunca imitaba a Thor en el puente, pero cuando estaba solo a menudo adoptaba esa postura. Estaba reclinado en su silla negra, leyendo un informe sobre las señales que Hek había detectado, cuando sonó el timbre de la puerta.
—Jag Kandaro em-Pelsh está aquí —anunció PHANTOM.
Keith suspiró, se enderezó, e hizo un gesto de «déjalo pasar» con la mano. La puerta se abrió deslizándose, y Jag entró. Tras un momento las aletas de la nariz del waldahud aletearon y Keith pensó que Jag quizá podía oler sus pies.
—¿Qué puedo hacer por usted, Jag?
El waldahud tocó el respaldo de una de las polisillas, que se configuró para adaptarse a su cuerpo. Se sentó y empezó a ladrar. La voz traducida dijo:
—Pocos de sus personajes literarios me atraen, pero uno que lo hace es Sherlock Holmes.
Keith alzó una ceja. Maleducado, arrogante… Sí, podía ver por qué a Jag le gustaba el tipo.
—En particular —dijo Jag— me gusta su habilidad para encapsular procesos mentales en máximas. Uno de mis dichos favoritos es «la verdad es el residuo, por poco plausible que sea, que queda cuando las cosas que no pueden ser dejan de ser tenidas en consideración».
Eso, al menos, hizo sonreír a Keith. Lo que Conan Doyle había escrito era «si eliminamos lo imposible, lo que quede, por improbable que sea, debe ser cierto». Pero teniendo en cuenta que las palabras habían sido traducidas al waldahudar y luego traducidas otra vez, la versión de Jag no estaba nada mal.
—¿Sí? —dijo Keith.
—Bien, mi análisis original, que la estrella de cuarta generación que apareció aquí debía ser una anomalía singular, debe ahora ser corregido, puesto que hemos visto otra de tales estrellas en Rehbollo 376A. Aplicando el dicho de Holmes, creo que ahora sé de dónde vienen esas dos estrellas verdes, y presumiblemente las otras estrellas extemporáneas también.
Jag guardó silencio, esperando que Keith le animara a seguir.
—¿Y de dónde vienen? —dijo Keith, irritado.
—Del futuro.
Keith rió. Pero su risa sonó bastante parecida a un ladrido; quizá no sonaba despectiva a oídos waldahud.
—¿El futuro?
—Es la mejor explicación. Las estrellas verdes no podrían haber evolucionado en un universo tan joven como el nuestro. Una de esas estrellas podría ser una rareza, pero muchas son altamente improbables.
Keith sacudió la cabeza.
—Pero quizá podrían venir de, no sé, alguna región extraña del espacio. Quizá hayan sido compañeras de un agujero negro y las fuerzas gravitacionales han hecho que las reacciones de fusión vayan más rápido.
—Pensé en tales cosas —dijo Jag—. Es decir, pensé en posibles escenarios alternativos, de los cuales ése no era uno. Pero ninguno se ajusta a los hechos. He utilizado datación radiométrica, basada en proporciones de isótopos, del material que Morrolargo y yo recogimos de la atmósfera de la estrella verde que tenemos aquí. Los átomos de metal pesado de esa estrella tienen veintidós mil millones de años de edad. La estrella en sí no es tan vieja, por supuesto, pero muchos de los átomos que la componen lo son.
—Creía que toda la materia era de la misma edad —dijo Keith.
Jag alzó sus hombros inferiores.
—Es cierto que, excepto la pequeña cantidad de materia que está siendo creada constantemente a partir de energía, y salvo que en ciertas reacciones los neutrones pueden convertirse esencialmente en pares protón-electrón, y viceversa, todas las partículas fundamentales del universo se crearon poco después del big bang. Pero los átomos formados por esas partículas pueden ser creados o destruidos en cualquier momento, por fisión o fusión.