Keith oyó cómo Jag, a su izquierda, repetía el mismo ladrido de asombro que había emitido antes.
—Hay —dijo despacio Keith— exactamente doscientos diecisiete objetos distintos del tamaño de Júpiter ahí fuera —hizo una pausa, retirando su propia conclusión—. Claro que gigantes gaseosos como Júpiter son a menudo fuente de emisiones de radio.
—Pero estas esferas son materia oscura —dijo Lianne—. Son neutrales, eléctricamente.
—No son materia oscura pura —dijo Jag—. Están salpicadas de trozos de materia normal. La materia oscura podría interactuar con protones de la materia normal mediante la fuerza nuclear fuerte, y generar por tanto señales electromagnéticas.
Hek levantó sus hombros superiores.
—Podría ser —dijo—. Pero cada esfera está emitiendo en su propia frecuencia, casi como… —la voz con acento de Brooklyn se apagó.
Keith miró a Rissa, y pudo ver que ella estaba pensando lo mismo. Alzó las cejas.
—Casi como voces distintas —dijo al fin, terminando la frase.
—Pero ya no hay doscientos diecisiete objetos —dijo Thor, volviéndose—. Ahora hay doscientos dieciocho.
Keith asintió.
—Hek, haga otro inventario de las señales. Vea si hay nueva actividad en alguna frecuencia justo arriba o justo debajo del bloque de frecuencias que ha identificado como activas.
Hek inclinó la cabeza mientras trabajaba en sus controles en el puente uno.
—Un segundo —dijo—. Un segundo —y entonces—: ¡Dioses del barro y de las lunas, sí! ¡Sí, la hay!
Keith se volvió hacia Rissa, sonriendo.
—Me pregunto cuáles serían las primeras palabras del bebé.
Epsilon Draconis
Keith no había visto a Cristal volver al hangar, pero cuando alzó la vista ahí estaba, acercándose, con las transparentes piernas llevándole sobre los prados de hierba y trébol. Sus andares eran fluidos, hermosos, dándole el aspecto de moverse a cámara lenta aunque iba a velocidad normal. El toque de aguamarina, el único color de su cuerpo transparente, atraía la atención.
Keith pensó en levantarse, pero en vez de eso se limitó a mirar al hombre transparente, con el sol brillando sobre su cuerpo y la cabeza en forma de huevo.
—Bienvenido —dijo Keith.
Cristal asintió.
—Lo sé, lo sé. Estás asustado. Lo escondes bien, pero te preguntas durante cuánto tiempo más te mantendré aquí. No mucho, te lo prometo. Pero hay algo más que quiero explorar contigo antes de que te vayas.
Keith alzó las cejas, y Cristal se sentó, reclinándose contra un árbol cercano. De lo que fuera que estuviera hecho su cuerpo, no era cristal. Su torso tubular no ampliaba los diseños de la corteza al otro lado. Más bien se veían sólo con una ligera distorsión.
—Estás enfadado —dijo Cristal, con sencillez.
Keith negó con la cabeza.
—No, no lo estoy. Me has tratado bien hasta ahora.
Sonó la risa de campanillas de viento.
—No, no. No digo que estés enfadado conmigo. Quiero decir que estás enfadado en general. Hay algo dentro de ti, algo muy profundo, que ha endurecido tu corazón.
Keith desvió la mirada.
—Tengo razón, ¿verdad? —dijo Cristal—. Algo que te ha afectado mucho.
Silencio.
—Por favor —dijo Cristal—. Compártelo conmigo.
—Fue hace mucho tiempo —dijo Keith—. Yo… debería haberlo superado, lo sé, pero…
—Pero todavía no ha cicatrizado, ¿verdad? ¿Qué es? ¿Qué te cambió tanto?
Keith suspiró, y miró alrededor. Todo era tan hermoso, tan tranquilo. No podía recordar la última vez que se había sentado sobre la hierba entre árboles simplemente para disfrutar del entorno, sólo para… relajarse.
—Tiene que ver con la muerte de Saul Ben-Abraham —dijo Keith.
—Muerte —repitió Cristal, como si Keith hubiera usado otra palabra desconocida como «quijotesco». Sacudió su transparente cabeza—. ¿Cuántos años tenía cuando murió?
—Murió hace ahora dieciocho años. Debía tener veintisiete.
—Un parpadeo —dijo Cristal.
Hubo silencio entre los dos durante un momento; Keith recordó su reacción cuando Cristal consideró de manera similar sus dos décadas de matrimonio. Pero Cristal tenía razón esta vez. Keith asintió.
—¿Cómo murió Saul?—preguntó Cristal.
—Fue… Fue un accidente. Al menos eso es lo que decidió el HuGo. Pero, bueno, yo siempre pensé que lo habían barrido bajo la alfombra. Ya sabes: que lo habían suprimido deliberadamente. Saul y yo estábamos viviendo en Tau Ceti IV. Él era astrónomo; yo un sociólogo con una beca posdoctoral, estudiando a los colonos de allí. Éramos amigos desde que éramos estudiantes; habíamos compartido habitación en la UBC. Y teníamos mucho en común. A los dos nos gustaba jugar a balonmano y al go, los dos actuábamos en el teatro estudiantil, los dos teníamos los mismos gustos en música. Sea como sea, Saul descubrió el atajo de Tau Ceti, y enviamos una pequeña sonda a través hacia Atajo Primordial. New Beijing era principalmente una colonia agrícola por aquel entonces, no el sitio bullicioso que es ahora. Aún no había adquirido el apodo de New Beijing, claro. Era sólo «la colonia Silvanus»; Silvanus es el nombre del cuarto planeta de Tau Ceti. En fin, no tenían muchos sociólogos, de modo que acabé encargado de averiguar qué efecto tendría el descubrimiento de la red de atajos sobre la cultura humana. Y entonces apareció la nave waldahud. Se tuvo que montar a toda prisa un equipo de primer contacto; incluso con hiperpropulsión, la gente de la Tierra tardaría seis meses en acudir. Saul y yo acabamos formando parte del grupo que subió a encontrarse con la nave, y…
La voz de Keith se apagó, y él cerró los ojos y movió levemente la cabeza.
—¿Sí?—preguntó Cristal.
—Dijeron que fue un accidente. Dijeron que fue un malentendido. Cuando estuvimos cara a cara con los waldahudin por primera vez, Saul llevaba una cámara holográfica. No la apuntó a los cerdos, por supuesto; nadie podía ser tan estúpido. Sencillamente la sujetaba al costado, y la puso en marcha con el pulgar —Keith dio un largo y ruidoso suspiro—. Dijeron que parecía un arma tradicional waldahud, algo en su forma básica. Pensaron que Saul estaba a punto de dispararles. Uno de los cerdos sí que tenía un arma, y disparó a Saul. Justo en la cara. Su cabeza explotó a mi lado. Quedé… quedé cubierto de… —Keith desvió la mirada y guardó silencio un largo momento—. Lo mataron. El mejor amigo que nunca tuve, y lo mataron.
Miró al suelo, arrancó unos cuantos tréboles de cuatro hojas, los miró un momento, y luego los tiró.
Estuvieron unos instantes en silencio. Los grillos chirriaban y los pájaros cantaban. Finalmente, Cristal dijo:
—Debe ser difícil llevar eso dentro.
Keith no dijo nada.
—¿Lo sabe Rissa?
—Lo sabe, sí. Ya estábamos casados por entonces; había venido a Silvanus a tratar de averiguar por qué no había vida nativa, a pesar de tener aparentemente todas las condiciones para ello, de acuerdo con nuestros modelos evolucionistas. Pero yo apenas hablo de lo que le pasó a Saul, con ella ni con nadie. No creo en cargar a los demás con mi sufrimiento. Todos tienen que lidiar con sus propios problemas.