Выбрать главу

—Actuaste bien —dijo Morrolargo suavemente—. Hiciste lo que debías.

Ella no respondió.

Las naves de la ONU estaban girando bruscamente (New Beijing era una colonia de humanos y delfines) y convergiendo para atacar los pequeños cazas waldahud. La Rum Runner tembló ligeramente al pasar a través de la nube de atmósfera expulsada del destruido crucero.

La consola de Rissa sonó. Miró el reluciente indicador rojo, como una gota de sangre, pero no se movió. Morrolargo la miró durante un momento, y luego activó el control equivalente de su tanque. Una voz de mujer surgió por los altavoces.

—Aquí Liv Amundsen, comandante de las fuerzas policiales de la Naciones Unidas en Tau Ceti, a nave auxiliar de Starplex —Rissa miró sus monitores. La nave de Amundsen estaba todavía a tres minutos-luz; no había razón para intentar una conversación a tiempo real—. Hemos identificado la señal de su transpondedor. Gracias por su oportuna llegada. Tenemos muchas bajas, más de doscientos muertos, pero han salvado New Beijing. Quien sea que vaya en esa nave pueden apostar a que les darán una medalla. Cierro.

Una medalla, pensó Rissa. Jesucristo, dan medallas.

—¿Rissa? —dijo Morrolargo—. ¿Quieres que…?

Rissa negó con la cabeza.

—No. No, yo lo haré —pulsó una tecla—. Aquí la doctora Clarissa Cervantes a bordo de la Rum Runner; voy con un piloto delfín llamado Morrolargo. Starplex también ha sido atacada por fuerzas waldahud; pasó por la red de atajos con destino desconocido, pero podría necesitar un dique seco de emergencia. ¿Pueden conseguirlo?

Miró moverse las estrellas mientras esperaba que su señal alcanzara la nave de Amundsen y que la respuesta les llegara. Las fuerzas waldahud fueron rechazadas en Tau Ceti, decía el libro de texto en su mente. ¿Pero cuál era el siguiente capítulo? Doscientos de la Tierra o sus colonias murieron… Los delfines no creían en la venganza, pero ¿la exigirían los humanos? ¿Sería ésta la única escaramuza, o habría una guerra total?

—Negativo, doctora Cervantes —dijo al fin la voz de Amundsen—. Nuestros diques fueron lo primero en ser destruido por los waldahudin —por supuesto, pensó Rissa. Es Pearl Harbor otra vez—. Sugerimos que Starplex lo intente en los muelles de Flatland, aunque deberá tener cuidado al atravesar el atajo hacia allí. Recuerden, una subgigante de clase G emergió recientemente por ese atajo. Sin embargo, podemos ofrecer servicios de reparación para una nave pequeña como la suya.

Rissa miró sus monitores. La batalla no había terminado del todo. Naves policiales estaban todavía enzarzadas con algunas naves waldahud, aunque algunos de los invasores parecían haberse rendido, expulsando sus cápsulas de motores.

—Más combustible necesitamos —dijo Morrolargo a Rissa—. Y motores deben poder enfriarse; los forcé demasiado.

—De acuerdo —dijo Rissa al micrófono—. Vamos a entrar.

Asintió a Morrolargo y éste giró en su tanque, moviendo la nave. El corazón de Rissa todavía latía con fuerza. Cerró los ojos, e intentó no pensar en lo que había hecho.

XIX

—¡Lianne, informe de daños! —exclamó Keith.

—Aún estoy tabulando los datos de la batalla, pero no hubo más problemas causados por el tránsito a alta velocidad a través del atajo.

—¿Y las bajas?

Lianne inclinó la cabeza, escuchando informes a través de su implante auditivo.

—No hay muertes. Muchas fracturas, eso sí. Un par de contusiones. Nada demasiado grave. Y Jessica Fong pudo salir del hangar dieciséis, aunque tiene la cadera y un brazo rotos, y un montón de hematomas.

Keith asintió y respiró con alivio. Miró por la holoburbuja, intentando distinguir detalles en las tenues manchas blanquecinas contra el infinito negro.

—Dios —dijo para sí.

—Todos los dioses —dijo Jag, suavemente— están muy, muy lejos de aquí.

Thor dio la vuelta y miró a Jag.

—Es espacio intergaláctico, ¿verdad?

Jag se mostró de acuerdo alzando sus hombros superiores.

—Pero… pero nunca he oído hablar de ninguna salida de atajo tan lejana —dijo Lianne.

—Los atajos han existido un tiempo finito —dijo Jag—. Puede que incluso las señales hiperespaciales de un atajo en el espacio intergaláctico no hayan llegado aún a ningún mundo de la Commonwealth.

—¿Pero cómo puede haber un atajo en el espacio intergaláctico? —preguntó Thor—. ¿A qué está anclado?

—Ésa es una muy buena pregunta —dijo Jag, inclinando la cabeza para mirar sus instrumentos—. Ah, aquí está. Compruebe su escáner hiperespacial, Magnor. Hay un gran agujero negro a cosa de seis horas-luz de aquí.

Thor dejó escapar un grave silbido.

—Ajustando rumbo. Vamos a dejarle sitio.

—¿Nos supone un peligro?

—No mucho, jefe… A menos que me duerma al volante.

Jag tocó algunos controles, y apareció un área enmarcada en la holoburbuja. Pero el espacio en el interior del marco estaba tan negro y vacío como el espacio fuera de él.

—Normalmente se puede ver el disco de acreción alrededor de un agujero negro —dijo Jag—, pero aquí no hay nada que lo forme —hizo una pausa—. Supongo que es un agujero negro viejo; ha debido necesitar miles de millones de años para llegar aquí. Sospecho que son los restos de un antiguo sistema binario. Cuando el componente mayor entró en supernova, pudo haber causado un impulso asimétrico que envió al agujero negro resultante fuera de su galaxia natal.

—¿Pero qué podría haber activado este atajo? —preguntó Lianne.

Jag alzó los cuatro hombros.

—El agujero atrae cualquier materia que pase cerca. Algo que estuviera siendo atraído hacia él probablemente cayó por el atajo en lugar de por el agujero —Jag intentaba sonar despreocupado, pero estaba claro que incluso él estaba impresionado por todo lo que estaba pasando—. De hecho, tenemos mucha suerte; los atajos en el espacio intergaláctico son probablemente tan raros como barro sin pisadas.

Keith se volvió hacia Thor. Hizo un esfuerzo para mantener su voz calmada, bajo control. Era el director; por mucho que Starplex se comportara normalmente como un laboratorio de investigación antes que como una nave de exploración, sabía que todos los ojos le mirarían, buscando apoyo.

—¿Cuánto tardaremos en poder volver por el atajo? —preguntó—. ¿Cuándo podremos volver a por la Rum Runner?

—Todavía tenemos graves problemas eléctricos —dijo Lianne—. No me gustaría mover la nave hasta que estén al menos estabilizados, y necesitaré al menos tres horas para ello.

—¡Tres horas! —dijo Keith—. Pero…

—Intentaré que sea menos —dijo Lianne.

—¿Y qué hay de enviar una nave-sonda para ayudar a Rissa y Morrolargo? —preguntó Keith.

La habitación quedó en silencio un momento. Rombo rodó hasta la estación de mando y tocó levemente el antebrazo de Keith con una de sus cuerdas manipuladoras.

—Amigo mío —dijo, y PHANTOM tradujo la baja intensidad de sus luces como un susurro—, no puede hacerlo. No puede poner otra nave en peligro.

Soy el director, pensó Keith. Puedo hacer lo que me dé la gana. Movió la cabeza, tratando de controlarse. Si le había pasado algo a Rissa…

—Sí, tiene razón —dijo al fin—. Gracias —se volvió hacia Jag y sintió que su corazón se aceleraba—. Debería ponerle de nuevo bajo arresto domiciliario, especie de…

—«Cerdo» —dijo Jag, su ladrido una imitación excelente de la palabra humana—. Adelante, dígalo.

—Mi mujer está ahí fuera, en algún lugar, quizá muriendo. Morrolargo también. ¿Qué mierda estaba intentando conseguir?