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Thor lo pensó un momento.

—Puedo hacerlo, sí. Pero, ¿F368A? ¿New Beijing no?

—Por lo que sabemos, el ataque a Starplex no fue un hecho aislado. New Beijing podría estar sitiada. Quiero ir a un lugar neutral —una pausa—. Ahora, con el rumbo que he descrito, ¿podrían los darmats atraparnos de nuevo?

Thor negó con la cabeza.

—No a la velocidad a la que iremos, a menos que estén esperándonos justo a la salida.

—Rombo —dijo Keith—, en cuanto Lianne active los sistemas correspondientes, envíe una sonda por la salida de la estrella verde. Incluya un escáner hiperespacial para poder localizar a los darmats por las huellas que crean en el espaciotiempo. Que también haga un barrido de radio de amplio espectro, en el caso de que hayan llegado refuerzos waldahud. —Keith intentó mantener la voz tranquila—. Y haga que busque el código de transpondedor de la Rum Runner.

—Tardaremos al menos treinta minutos en poder hacer eso —dijo Lianne.

Keith frunció los labios y pensó en Rissa. Si la había perdido, recuperarse le costaría todos los miles de millones de años de vida que le quedaban. Miró las manchas de luz galáctica en el abismo. Ni siquiera sabía en qué dirección mirar, dónde concentrar sus pensamientos. Se sintió increíblemente pequeño, insignificante, y solo. No había nada que mirar en la holoburbuja, nada claro, nada bien definido. Sólo el abismo, un vacío que aplastaba el ego.

De pronto hubo un sonido como una tos de perro a su izquierda; PHANTOM lo tradujo como una expresión de «asombro absoluto». Keith se volvió a mirar a Jag, y se quedó boquiabierto al mirar al waldahud. Nunca había visto el pelaje de Jag hacer eso antes.

—¿Qué pasa?

—Sé… Sé dónde estamos —dijo Jag.

Keith lo miró.

—¿Sí?

—Sabe que la Vía Láctea y Andrómeda tienen cosa de unas cuarenta galaxias más pequeñas unidas gravitacionalmente a ellas, ¿verdad? —dijo Jag.

—El Grupo Local —dijo Keith, irritado.

—Exactamente —dijo Jag—. Bien, empecé intentando encontrar algunas de las características distintivas del Grupo Local, como la superbrillante S Doradus en la Gran Nube de Magallanes. Pero no dio resultado. De modo que ordené el catálogo de púlsares extragalácticos conocidos según distancia, que se corresponde con la edad, por supuesto, y usé su firma de pulsos de radio para orientarme.

—Sí, sí —dijo Keith—. ¿Y?

—Y la galaxia más cercana a nosotros ahora mismo es esa de ahí. —Jag señaló bajo sus pies a un punto borroso del holograma—. Está a unos quinientos mil años luz de aquí. La he identificado como CGC 1008; tiene varios atributos únicos.

—Muy bien —dijo Keith, cortante—. Estamos a medio millón de años luz de CGC 1008. Ahora, para nosotros los no astrofísicos, ¿a qué distancia está CGC 1008 de la Vía Láctea?

El ladrido de Jag sonaba atenuado, casi suave.

—Estamos —dijo la voz traducida— a seis mil millones de años luz de casa.

—¿Seis mil… millones? —preguntó Thor, volviéndose para mirar a Jag.

Jag alzó sus hombros superiores.

—Correcto —dijo, todavía en voz baja.

—Es… abrumador —dijo Keith.

Jag alzó sus hombros superiores.

—Seis mil millones de años luz. Sesenta mil veces el diámetro de la Vía Láctea. Dos mil setecientas veces la distancia entre la Vía Láctea y Andrómeda —miró a Keith—. En términos que usarían ustedes los no astrofísicos, la leche de lejos.

—¿Podemos ver la Vía Láctea desde aquí? —preguntó Keith.

Jag hizo un gesto con los brazos.

—Oh, sí —dijo, con su ladrido aún atenuado—. Sí, desde luego. Ordenador Central, amplía sector 112.

Apareció un marco alrededor de una sección de la burbuja holográfica. Jag dejó su puesto y caminó hacia él. Entrecerró los ojos un momento, orientándose.

—Ahí —dijo, señalando—. Esa de ahí. Y ésa de al lado es Andrómeda. Y ésta es M33, el tercer miembro más grande del Grupo Local.

Las luces de Rombo parpadearon confusas.

—Interminables disculpas, buen Jag, pero eso no puede estar bien. Esas no son galaxias espirales. Parecen más bien discos.

—No estoy equivocado —dijo Jag—. Esa es la Vía Láctea. Como ahora estamos a seis mil millones de años luz de ella, la vemos con el aspecto que tenía hace seis mil millones de años.

—¿Está seguro? —preguntó Keith.

—Totalmente. En cuanto los púlsares me dijeron aproximadamente hacia dónde mirar, fue fácil identificar qué galaxia era la Vía Láctea, cuál era Andrómeda, y demás. Las Nubes de Magallanes son demasiado jóvenes como para que su luz haya llegado aquí, pero los cúmulos globulares contienen casi exclusivamente viejas estrellas de primera generación, y he identificado varios cúmulos específicos asociados a la Vía Láctea y Andrómeda. Estoy seguro; ese sencillo disco de estrellas es nuestra galaxia.

—Pero la Vía Láctea tiene brazos espirales —dijo Lianne.

Jag se volvió hacia ella.

—Sí, sin duda, la Vía Láctea hoy tiene brazos espirales. Y con la misma certeza, puedo decir ahora que cuando era seis mil millones de años más joven, no tenía brazos espirales.

—¿Cómo puede ser? —preguntó Thor.

—Ésa —dijo Jag— es una pregunta molesta. Confieso que había esperado que una Vía Láctea incluso la mitad de joven que ahora tuviera brazos espirales.

—Vale —dijo Keith—, de modo que la Vía Láctea consigue brazos espirales en algún momento del intervalo.

—No, no vale —dijo Jag, con su ladrido volviendo a su dureza normal—. De hecho, nunca ha tenido ningún sentido. Nunca hemos tenido ningún buen modelo para la formación de brazos espirales galácticos. La mayoría de los modelos están basados en rotación diferencial, en el hecho de que las estrellas cercanas al núcleo galáctico completan varias órbitas en el tiempo que tardan las estrellas más alejadas en completar una. Pero esos brazos deberían ser fenómenos temporales, quizá de mil millones de años de duración como mucho. Oh, deberíamos ver algunas galaxias espirales, pero no hay manera de que tres de cada cuatro galaxias mayores sean espirales, que es la proporción que observamos actualmente. Las elípticas deberían superar en número a las espirales, pero no lo hacen.

—Entonces, obviamente, hay un fallo en la teoría —dijo Keith.

Jag levantó los hombros superiores.

—Desde luego. Nosotros los astrofísicos hemos ido cojeando mal que bien durante siglos con algo llamado el «modelo de densidad de onda» para explicar la abundancia de galaxias espirales. Propone una onda en forma espiral moviéndose a través de un disco galáctico, con estrellas quedando atrapadas en ella, o incluso siendo creadas por ella, a medida que la onda gira. Pero nunca ha sido una teoría satisfactoria. En primer lugar, no explica todos los tipos diferentes de formas espirales, y en segundo lugar, no da respuesta a lo que podría causar esas imaginarias ondas de densidad en primer lugar. A veces se citan explosiones de supernova, pero es igual de fácil imaginar esas explosiones cancelándose entre sí que creando ondas de larga duración —hizo una pausa—. También hemos tenido otros problemas con nuestros modelos de formación de galaxias. En 1995, los astrónomos humanos descubrieron que las galaxias lejanas, observadas cuando eran sólo el veinte por ciento de la edad del universo, tenían tasas de rotación comparables a la que tiene la Vía Láctea hoy; eso es dos veces más rápido de lo que corresponde a esas edades, según la teoría.

Keith pensó un segundo.

—Pero si lo que estamos viendo ahora es correcto, entonces las galaxias espirales como la nuestra deben formarse de algún modo a partir de discos, ¿no?