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Otro alzamiento de hombros waldahud.

—Quizá. Su Edwin Hubble propuso que cada galaxia empieza como una esfera de estrellas, girando y aplanándose gradualmente hasta formar un disco plano, y luego desarrolla brazos que se van abriendo más y más con el tiempo. Pero aunque ahora tenemos prueba visual de que ese tipo de evolución tiene lugar en verdad —hizo un gesto al disco de estrellas en el marco brillante—, aún no sabemos por qué esa evolución tiene lugar, o las estructuras espirales persisten.

—¿Pero ha dicho que tres cuartos de todas las galaxias grandes son espirales? —preguntó Lianne.

—Bueeeeno —dijo Jag, con PHANTOM traduciendo un ladrido siseante como una palabra alargada—, de hecho, no tenemos mucho conocimiento directo de la proporción de galaxias elípticas respecto a las no elípticas en el universo en general. Es difícil distinguir la estructura de objetos tenues que están a miles de millones de años luz. Localmente, podemos ver que hay muchas más galaxias espirales que elípticas, y que las espirales contienen mayoría de estrellas azules jóvenes, mientras que las elípticas locales contienen sobre todo viejas estrellas rojas. Hemos asumido, por tanto, que cualquier galaxia muy lejana que muestre mucha luz azul (tras corregir el corrimiento al rojo, por supuesto) es espiral, y que cualquiera que mostrara mucha luz roja sería elíptica, pero en realidad no lo sabemos seguro.

—Es increíble —dijo Lianne, mirando la imagen—. Entonces… Entonces si era así hace seis mil millones de años, ninguno de los mundos de la Commonwealth existe todavía, ¿no es cierto? ¿Hay… Cree que hay alguna vida en la galaxia ahora?

—Bueno, «ahora» es todavía «ahora», por supuesto —dijo Jag—, pero si está preguntando si había vida en la Vía Láctea cuando esa luz empezó su viaje hacia nosotros, yo diría que no. Los núcleos galácticos son muy radiactivos, más incluso de lo que suponíamos. En una galaxia elíptica grande, como la que estamos viendo ahora, el núcleo es esencialmente toda la galaxia. Con estrellas tan cercanas entre sí, habría tanta radiación por todas partes que no se podrían formar moléculas genéticas estables —hizo una pausa—. Supongo que eso quiere decir que sólo las galaxias de mediana edad pueden dar lugar a vida; las galaxias jóvenes, sin brazos, serían estériles.

El silencio reinó en el puente durante un momento, roto sólo por el suave siseo del equipo de circulación de aire y el pitido ocasional de algún panel de control. Cada persona contempló la borrosa manchita de luz que algún día sería el origen de todos ellos, consideró el hecho de que estaban más lejos en el espacio de lo que nadie había llegado jamás, consideró la vasta y vacía oscuridad a su alrededor.

Seis mil millones de años luz.

Keith recordaba haber leído sobre Borman, Lovell y Anders, los astronautas del Apolo 8 que habían orbitado la luna las navidades de 1968, leyendo pasajes del Génesis a la gente de la Tierra. Habían sido los primeros humanos en alejarse tanto de su mundo natal como para abarcarlo en la palma de la mano. Quizá más que cualquier otro hecho, esa visión, esa perspectiva, esa imagen, había marcado el fin de la infancia para la humanidad, la comprensión de que todo su mundo era una pequeña bola flotando en la noche.

Y ahora, pensó Keith, quizá, sólo quizá, esta imagen era la que marcaba el inicio de la madurez: una foto fija que se convertiría en la portada del volumen dos de la biografía de la humanidad. No era sólo la Tierra la que era pequeña, insignificante, frágil. Keith levantó la mano y la alzó hacia el holograma, recogiendo en sus dedos la islita de estrellas. Quedó sentado en silencio durante un largo momento, y luego bajó la mano y dejó vagar los ojos por el estremecedor vacío oscuro que se extendía en todas direcciones. Su mirada encontró a Jag, que estaba haciendo exactamente lo que Keith había hecho un momento atrás, usando una de sus manos para recoger la Vía Láctea.

—Perdona, Keith —dijo Lianne, las primeras palabras que nadie había pronunciado en el puente durante varios minutos. Su voz era baja, contenida, el tono que uno emplearía en una catedral—. El sistema eléctrico está reparado. Podemos lanzar la sonda cuando quieras.

Keith asintió despacio.

—Gracias —dijo, con tono melancólico. Miró de nuevo la joven Vía Láctea flotando en la oscuridad, y luego dijo suavemente—. Rombo, echemos un vistazo a lo que está pasando en casa.

XX

—Lanzando la sonda —dijo Rombo.

En la holoburbuja, Keith veía el cilindro verde y plata alejarse de la nave, iluminado por un foco del casco de Starplex. Parecía fuera de lugar contra las manchas borrosas de las lejanas galaxias. Al poco, la sonda tocó el atajo y desapareció.

—La carrera sólo debería durar unos cinco minutos —dijo Rombo.

Keith asintió, intentando contenerse. No sabía qué prefería: que la sonda informara de que había detectado el transpondedor de Rissa, lo que querría decir que la Rum Runner estaba al menos intacta, o que no informara de nada, lo que significaría que la nave quizá había podido ponerse a salvo a través del atajo.

Pasó el tiempo, y el nerviosismo de Keith creció. El agua nunca hierve mientras se mira, pero…

Miró al trío de relojes flotando en el espacio sobre la oculta puerta de babor.

—¿Cuánto tiempo ha pasado?

—Siete minutos —dijo Rombo.

—¿No debería haber vuelto la sonda ya?

Las luces subieron por la red del ib.

—Entonces dónde demonios…

—¡Pulso de taquiones! —anunció Rombo—. Ya viene.

—No espere a que atraque —dijo Keith—. Descargue los datos por radio y muéstrelos.

—Haciéndolo con deleite —dijo Rombo—. Aquí está.

El escáner de la sonda era de baja resolución, y de vídeo en vez de holográfico. Parte de la burbuja quedó enmarcada en azul y empezó a mostrar las imágenes planas que la sonda había grabado.

—¿Qué diablos…? —dijo Keith—. Rombo, ¿ha usado el ángulo de aproximación correcto?

—Sí, hasta una fracción de grado.

Jag soltó un taco waldahudar. Por defecto PHANTOM no traducía los términos malsonantes, pero Keith también se sentía con ganas de maldecir.

—No hemos venido de ahí —dijo.

El pelaje de Jag estaba inmóvil.

—No —dijo. La imagen de la pantalla mostraba estrellas rojas muy cercanas entre sí—. Como suposición, yo diría que no está siquiera en la Vía Láctea. Parece el interior de un cúmulo globular. Hay docenas de ellos asociados a CGC 1008, de modo que podría ser uno de ellos.

—Lo que significa…

—Lo que significa —dijo Thor, alzando las manos de la consola de derrota— que no podemos ir a casa. No tenemos la dirección correcta.

—El sistema de coordenadas de latitud y longitud no debe funcionar igual a distancias tan enormes —dijo Lianne.

Keith habló con un hilo de voz.

—Incluso a máxima hiperpropulsión…

Jag resopló.

—Incluso a máxima velocidad, recorrer seis mil millones de años luz nos llevaría doscientos setenta millones de años.

—De acuerdo —dijo Keith—. Intentaremos enviar sondas en un patrón de búsqueda. Rombo, empiece penetrando la esfera de taquiones alrededor del atajo por el polo norte y siga hacia abajo, intentándolo cada cinco grados de latitud y cinco de longitud. Quizá, si tenemos mucha suerte, veremos algo que reconozcamos en los escáneres que traigan de vuelta.

Rombo empezó a enviar sondas, pero pronto quedó claro que todas iban a parar, o bien al cúmulo globular, o a otra región del espacio donde el cielo estaba dominado por una nebulosa anular.

—Desde el punto de vista de este atajo —dijo Rombo—, hay sólo otros dos atajos activos. Supongo que eso quiere decir que hemos tenido suerte de que nuestra primera sonda volviera a nosotros; sólo tenía una oportunidad entre dos de hacerlo.