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—Quiero ir a buscar a la cría darmat —ladró.

Keith se reclinó en su asiento y miró al waldahud.

—¿Usted?

Las placas dentales de Jag entrechocaron desafiantemente.

—Yo.

Keith exhaló lentamente, usando el tiempo que le llevó expulsar el aliento para ordenar sus pensamientos.

—Es una misión delicada.

—Y usted ya no confía en mí —dijo Jag. Movió sus hombros superiores—. Me doy cuenta. Pero el ataque contra Starplex no fue autorizado por la Reina Trath. Y el ataque contra Tau Ceti del que nos habló Rissa fue rechazado. Esos asuntos han terminado ahora, a menos que ustedes los humanos deseen prolongarlos. ¿Y hacia dónde vamos desde aquí, Lansing? ¿Se ha terminado? ¿O seguimos luchando? Estoy preparado a actuar como si…

—¿Como si nada hubiera pasado?

—La alternativa es la guerra. No la deseo, y había creído que usted tampoco.

—Pero…

Los ladridos de Jag eran cortantes.

—La elección es suya. Yo he ofrecido una coexistencia pacífica. Si quiere usted su… ¿Cómo es la metáfora humana? Su libra de carne, rehúso dársela. Pero encontrar a la cría y llevarla de vuelta requerirá una habilidad altísima en mecánica de atajos. Magnor es bueno en ello, pero yo soy mejor. De hecho, no hay nadie mejor en toda la Commonwealth. Sabe que es cierto; si no lo fuera, no habría sido asignado a esta nave.

—Thor es digno de confianza —dijo Keith sencillamente.

Los dos ojos derechos del waldahud estaban clavados en Lansing, y un momento después los dos ojos izquierdos también convergieron en él. —La elección es suya. Tiene mi informe —hizo un gesto hacia el panel de datos que Keith sostenía—. He sugerido que enviemos una nave sonda en busca de la cría. Yo debería ir a bordo.

—Todo lo que usted quiere —dijo Keith— es acceso a los darmats para su gente. Devolverles a su hijo le ganaría mucha gratitud.

Jag movió sus hombros inferiores.

—Me juzga usted mal, Lansing. De hecho, los darmats todavía no saben que hay un millar de entidades a bordo de esta nave, mucho menos que representan un cuarteto de especies.

Keith pensó un momento. Maldición, odiaba que le empujaran. Pero el condenado cer… Pero Jag tenía razón.

—De acuerdo —dijo—. De acuerdo. Usted y Morrolargo, si él quiere. ¿Está la Rum Runner lista para otra misión?

—La Doctora Cervantes y Morrolargo la llevaron a reparar a Grand Central —dijo el waldahud—. Rombo ha confirmado que está lista para salir al espacio.

Keith miró hacia arriba.

—Intercom: Keith a Thor.

Un holograma de la cabeza de Thorald Magnor apareció flotando sobre el escritorio de Keith.

—¿Sí, jefe?

—¿Qué tal estamos para viajar por el atajo?

—Sin problemas —dijo Thor—. La estrella verde está ya lo bastante lejos como para permitir prácticamente cualquier ángulo de entrada. ¿Quiere que programe una carrera?

Keith negó con la cabeza.

—No para la nave. Sólo para la Rum Runner y una cápsula de viaje individual. Voy a tener que volver a Grand Central para una reunión con la Premier Kenyatta —miró al waldahud—. Pese a lo que acaba de decir, Jag, alguien lo va a pagar caro.

Era el gran tour definitivo: la vuelta a la galaxia en veinte atajos; una revisión rápida de todas las salidas activas. La Rum Runner, con Jag y Morrolargo a bordo, se alejó de los muelles de Starplex y, tras las obligatorias acrobacias de Morrolargo, se dirigió hacia el atajo.

Como siempre, el punto de salida se expandió cuando la nave lo tocó. La discontinuidad púrpura se movió de proa a popa, y de golpe la nave se encontró lanzada a través de un sector diferente del espacio. No había vistas espectaculares en esta primera salida; sólo estrellas, algo menos densamente dispuestas que las del otro lado.

Jag estaba concentrado en sus instrumentos. Estaba realizando un barrido hiperespacial, buscando cualquier gran masa en un radio de un año luz de la salida. Encontrar a la cría darmat sería difícil. La materia oscura, por su propia naturaleza, será muy difícil de detectar, prácticamente invisible, y las señales de radio que emitía eran realmente muy débiles. Pero incluso un bebé darmat alcanzaba una masa de 1037 kilogramos. Crearía una depresión en el espaciotiempo local que debería ser detectable en el hiperespacio.

—¿Algo? —preguntó Morrolargo.

Jag movió sus hombros inferiores.

Morrolargo se arqueó en su tanque, y la Rum Runner trazó una curva de vuelta al atajo.

—Otra vez vamos —dijo el delfín.

La nave se zambulló hacia el punto…

… y emergió cerca de un bello sistema binario, con cintas de gas flotando desde un hinchado y achatado gigante rojo hacia un pequeño compañero azul.

Jag consultó sus instrumentos. Nada. La Rum Runner hizo un volantín y descendió sobre el atajo desde arriba, zambulléndose, una explosión de radiación Soderstrom recorriendo la nave, el espectáculo del sistema binario reemplazado por un nuevo paisaje estelar, el de una gran nebulosa amarilla y rosa que cubría medio cielo, con un pulsar en su corazón pasando por ciclos de brillo y penumbra cada pocos segundos.

—Nada —dijo Jag.

Morrolargo se arqueó de nuevo, y se lanzó hacia el atajo.

Un punto creciente.

Un anillo púrpura.

Campos estelares distintos.

Otro sector del espacio.

Un sector dominado por otra estrella verde alejándose del atajo. Morrolargo maniobró furiosamente para evitarla.

El barrido de Jag llevó más tiempo; la cercanía de la estrella saturaba el escáner hiperespacial. Pero finalmente determinó que la cría darmat no estaba allí.

Morrolargo giró en su tanque, y la Rum Runner voló como un sacacorchos de vuelta al atajo. Cuando emergieron esta vez, fue a través de Atajo Primordial, cerca del núcleo galáctico, el atajo inicial que había sido activado supuestamente por los mismísimos constructores de los atajos. El cielo relucía con la luz de incontables soles rojos muy juntos. Morrolargo activó un control con la nariz, y los escudos de la nave se pusieron al máximo. Estaban lo bastante cerca del núcleo de la galaxia como para ver el borde arremolinado del disco de acreción violeta rodeando el agujero negro central.

—No está aquí —dijo Jag.

Morrolargo llevó la nave de vuelta al atajo en una simple línea recta. No se habían acercado lo bastante como para que les atrapara la hambrienta gravedad de la singularidad, pero no pensaba correr riesgos.

Salieron luego a una región del espacio aparentemente vacía, pero los escáneres hiperespaciales de Jag indicaron la presencia de una masa sustancial escondida.

—¿Crees tú no? —preguntó Morrolargo.

Jag encogió los cuatro hombros.

—No hará daño mirar —dijo, ajustando la radio de a bordo para buscar cerca de la banda de veintiún centímetros.

—Ahora mismo se están usando noventa y tres frecuencias distintas —dijo Jag—. Otra comunidad de darmats.

Estaban a decenas de miles de años luz de los primeros darmats que habían encontrado, pero claro, la especie de los darmats tenía miles de millones de años. Era posible que todos hablaran el mismo idioma. Jag estudió la cacofonía, encontró el grupo de frecuencias superior, y como no había vacantes, transmitió justo por encima.

—Buscamos a alguien llamado Júnior —el ordenador de a bordo sustituyó el nombre real del bebé.

Hubo un silencio mucho más largo de lo que el tiempo de envío de ida y vuelta requeriría, pero finalmente llegó una respuesta.

—No hay nadie aquí con ese nombre. ¿Quiénes sois?