—¿Por qué?
—Porque tras un encuentro desagradable, uno pasa mucho tiempo repasándolo mentalmente, viviéndolo de nuevo, a menudo encolerizándose por lo que se dijo o hizo —hizo una pausa—. Con el caso de Vagón ha visto que la jurisprudencia Ibesa castiga la pérdida directa de tiempo. Si un ib malgasta diez minutos de mi tiempo, los tribunales podrían ordenar que la vida de ese ib fuera acortada diez minutos. ¿Pero sabía usted que si un ib me enoja siendo maleducado o ingrato, o con deliberación, los tribunales pueden condenarle a dieciséis veces el tiempo aparentemente perdido? Usamos un múltiplo de dieciséis sencillamente porque, como los waldahudin, ese número es la base de nuestro sistema numérico; en realidad no hay manera de cuantificar el tiempo que se desperdicia rumiando una experiencia desagradable. Años más tarde, recuerdos dolorosos pueden… De nuevo me falta la metáfora. Yo diría «rodar junto a ti»; ustedes dirían quizá «alzar su fea cabeza». Siempre es mejor dejar una situación en términos cordiales, sin rencor.
—¿Está diciendo que deberíamos apretar las tuercas a los waldahudin? ¿Conseguir dieciséis veces lo que nos han costado en daños? —Keith asintió—. Desde luego tiene sentido.
—No, no me ha entendido, sin duda debido a mi falta de claridad en expresarme. Estoy diciendo que olvide lo que ha pasado entre usted y Jag, y entre la Tierra y Rehbollo. Me desespera ver cuánto de sus procesos mentales, cuánto de su tiempo, desperdician ustedes los humanos en estas cuestiones. No importa cuántos baches tenga el camino, allánelo en su mente. —Rombo calló durante unos momentos, dejando que la idea se abriera paso, y luego añadió—: Bien, he usado los siete minutos que me ha concedido; debo irme.
El ib empezó a alejarse.
—Ha muerto gente —dijo Keith, alzando la voz—. No es tan fácil allanarlo todo.
Rombo se detuvo.
—Si es difícil, es sólo porque ustedes han elegido que lo sea —dijo—. ¿Puede prever alguna solución que traiga de vuelta a los muertos? ¿Alguna represalia que no cause la muerte de más gente? —las luces bailaban sobre su red—. Déjelo estar.
Eta Draconis
Cristal miró a Keith, y Keith miró a Cristal. Algo en la apariencia del ser dijo a Keith que ésta sería su última conversación.
—Mencionaste durante tu discurso de presentación que tu Commonwealth está formada actualmente por tres mundos —dijo Cristal.
Keith asintió.
—Así es —dijo—. La Tierra, Rehbollo y Flatland.
Cristal ladeó la cabeza.
—Hay, de hecho, sólo siete mil mundos con vida nativa en todo el universo durante tu época, y esos pocos mundos están dispersos entre los miles de millones de galaxias. La Vía Láctea tiene más que el resto: en tu época hay un total de trece especies inteligentes en ella.
—Llevaré la cuenta —dijo Keith, sonriendo—. No me rendiré hasta que no las hayamos encontrado a todas.
Cristal negó con la cabeza.
—Las encontraréis a todas al final, por cierto… Cuando estén listas para ello. La posibilidad que ofrecen los atajos de facilitar el viaje interestelar no es sólo un efecto secundario de su envío de estrellas al pasado. Más bien es una parte integral del plan. Pero también lo es la válvula de seguridad que mantiene los sectores del espacio aislados unos de otros hasta que sus habitantes nativos lleguen por sí mismos al viaje espacial. Por supuesto, si uno tiene la llave adecuada puede, como yo, viajar a través de cualquier atajo, incluso los que parecen estar desactivados. Esto también es importante, porque nosotros, los constructores de los atajos, necesitaremos usarlos mucho. Pero su modo de funcionar sin la llave está diseñado para impulsar una comunidad interestelar, para crear el futuro pacífico y cooperativo que va en interés de todos —Cristal hizo una pausa, y cuando volvió a hablar su tono era un poco triste—. Aun así, no podrás llevar la cuenta de cuántas especies te quedan por descubrir. Cuando te envíe de vuelta, borraré tus recuerdos del tiempo que has pasado aquí.
El corazón de Keith aleteó.
—No hagas eso.
—Me temo que debo hacerlo. Tenemos una política de aislamiento.
—¿Haces… haces esto a menudo? ¿Traer a gente del pasado?
—No por costumbre, no, pero, en fin, eres un caso especial. Soy un caso especial.
—¿En qué sentido?
—Fui uno de los primeros en convertirme en inmortal.
—Inmortal —la voz de Keith se apagó.
—¿No lo había dicho? Oh, sí. No sólo vas a vivir mucho tiempo; vas a vivir para siempre.
—Inmortal —dijo Keith de nuevo. Intentó pensar en una palabra mejor, pero no pudo, de modo que sólo dijo—: Hala.
—Pero, como he dicho, tú… Yo… Somos un caso especial de inmortalidad.
—¿De qué modo?
—Hay, de hecho, sólo tres seres humanos más viejos que yo en todo el universo. Al parecer tuve un… ¿Cómo lo llamas? Un «enchufe» que me consiguió enseguida los tratamientos para la inmortalidad.
—Rissa estaba trabajando en investigación de senescencia; supongo que acabó siendo la codesarrolladora de la técnica de inmortalidad.
—Ah, eso debió ser —dijo Cristal.
—¿No te acuerdas?
—No, y ahí está el problema. Verás, al principio, cuando se inventó la inmortalidad, actuaba permitiendo que las células se dividieran un número infinito de veces, en lugar de sucumbir a la muerte celular programada.
—El límite de Hayflick —dijo Keith, que se lo sabía al dedillo por sus conversaciones con Rissa.
—¿Perdón?
—El límite de Hayflick. El fenómeno que limita el número de veces que una célula se divide.
—Ah, sí —dijo Cristal—. Bien, pues lo superaron. Y también superaron la limitación que decía que uno nacía con un número finito de células cerebrales, que no eran reemplazadas normalmente. Una de las claves de la inmortalidad fue permitir que el cerebro creara constantemente nuevas células a medida que las viejas se agotaban, de manera que…
—De manera que si las células son reemplazadas —los ojos de Keith se abrieron mucho—, entonces los recuerdos almacenados por las células originales se pierden.
Cristal asintió con su lisa cabeza.
—Exactamente. Por supuesto, ahora almacenamos viejos recuerdos en matrices de leptones. Podemos recordar una cantidad infinita de cosas. No es sólo que tenga acceso a millones de libros, es que realmente recuerdo los contenidos de los millones de libros que he leído a lo largo de los años. Pero yo me convertí en inmortal antes de que tal almacenaje fuera posible. Mis recuerdos antiguos, todo lo de mis primeros doscientos años de vida, han desaparecido.
—Uno de mis mejores amigos —dijo Keith— es un ib llamado Rombo. Los ibs mueren cuando sus recuerdos antiguos son borrados; los nuevos recuerdos sobreescriben sus rutinas autonómicas básicas, matándolos.
Cristal asintió.
—Tiene una cierta elegancia —dijo—. Es muy difícil vivir sin saber quién eres, sin recordar tu pasado.