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Había pasado horas discutiendo con la Comisario Amundsen y la Premier Kenyatta. Pero no se rindió. Éste era el molino de viento que había estado buscando. Esta era la batalla en la que merecía la pena luchar, la batalla por la paz.

¿Un sueño imposible?

Pensó en la vida llena de maravillas de su tatarabuelo. Coches y aviones, láseres y aterrizajes en la luna.

Y en su propia vida llena de maravillas.

Y en todas las maravillas por venir.

Nada era imposible, ni siquiera la paz. Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.

Suficientemente avanzada. Las especies podían crecer, entrar en estado de madurez. Estaba listo para ello. Al menos, él estaba listo.

Otros debían estarlo también.

Borman, Lovell y Anders habían recogido la Tierra en sus manos. Sólo un cuarto de siglo más tarde, el mismo mundo había empezado a desarmarse. Einstein no vivió para verlo, pero su sueño imposible de encerrar de nuevo al genio nuclear en su lámpara se había hecho realidad.

Y ahora tanto humanos como waldahudin habían recogido en sus manos la galaxia. Una galaxia que Keith, y seguramente otros, vivirían para ver girar sobre su eje una y otra vez.

Habría paz entre las especies. Se aseguraría de ello. Después de todo, ¿qué mejor trabajo había para un hijo mediano con miles de millones de años por delante?

La cápsula de Keith tocó el atajo, el halo púrpura pasó sobre el casco esférico, y emergió de vuelta cerca de la estrella verde.

Starplex estaba justo delante, un gigantesco diamante plata y cobre contra el fondo estrellado. Keith vio que la puerta espacial del muelle de atraque siete estaba abierta, y la cuña broncínea que era la Rum Runner estaba aterrizando, lo que quería decir que Jag y Morrolargo debían haber vuelto con noticias de su búsqueda del bebé darmat. Con el corazón latiéndole aceleradamente, Keith activó la secuencia de atraque preprogramada de su cápsula.

Keith corrió hacia el puente. Aunque había estado fuera poco tiempo, sentía la necesidad de abrazar a Rissa, que estaba allí usando su consola aunque era el turno delta. La estrechó fuertemente durante algunos segundos, sintiendo su calidez. Copa rodó amablemente lejos de la estación de trabajo del director en caso de que Keith quisiera usarla, pero Keith hizo un gesto al ib para que volviera a ella, y él se sentó en una de las sillas de la galería de observadores.

En cuanto lo hizo se abrió la puerta delantera del puente y Jag anadeó al interior.

—El bebé está atrapado —dijo mientras iba al puesto de físicas, que estaba libre—. Está atrapado en una órbita baja alrededor de una estrella que emergió por el mismo atajo que él.

—¿Llamó por radio? —preguntó Rissa—. ¿Hubo alguna respuesta?

—Ninguna —contestó Jag—, pero la estrella crea muchísimo ruido. Nuestro mensaje o la respuesta pudieron haberse perdido.

—Sería como intentar oír un susurro durante un huracán —dijo Keith, moviendo la cabeza—. Prácticamente imposible.

—Especialmente —dijo Morrolargo, asomando por la piscina de estribor del puente— si el darmat está muerto.

Keith miró al delfín a la cara, luego asintió.

—Buena observación. ¿Cómo podemos saber si algo así está todavía vivo?

Rissa frunció el ceño.

—Ninguno de nosotros sobreviviría ni cinco segundos cerca de una estrella sin un montón de protección o pantallas de fuerza extrafuertes. El bebé va desnudo.

—Es aún peor —dijo Jag—. Esa cosa es negra. Aunque la materia-efecto es transparente a la radiación electromagnética, el polvo de materia normal que lo atraviesa no refleja ninguna cantidad apreciable del calor o la luz de la estrella. La cría puede estar cociéndose.

—¿Entonces qué hacemos? —preguntó Keith.

—Primero —dijo Jag— deberíamos ponerla a la sombra, construir un parasol reflectante que pudiera colocarse entre el darmat y la estrella.

—¿Podría hacerlo aquí nuestro laboratorio de Nanotecnología? —preguntó Keith—. Normalmente haría que lo construyeran en New Beijing y nos lo enviaran por el atajo, pero vi el estado en que estaban cuando fui a la reunión.

Había un joven Nativo Americano en OpIn.

—Tendría que confirmarlo con Lianne para estar seguro —dijo—, pero me parece que podríamos conseguirlo. No será fácil, desde luego. El parasol tendrá que tener más de cien mil kilómetros de anchura. Incluso al espesor de una molécula, es un montón de material.

—Pónganse al trabajo —dijo Keith—. ¿Cuánto tardarán?

—Seis horas, si tenemos suerte —dijo el joven—. Doce si no.

—Pero incluso si protegemos al bebé, ¿luego qué? —dijo Rissa—. Estará todavía atrapado.

Keith miró a Jag.

—¿Podríamos usar el parasol como una vela solar, y hacer que el viento solar lo alejara de la estrella?

Jag resopló.

—¿Diez elevado a treinta y siete kilos? Ni hablar.

—Vale, vale. Entonces —dijo Keith—, ¿y si protegemos al bebé con algún tipo de escudo de fuerza, y detonamos la estrella para que vaya a nova, y…?

Jag estaba ladrando en staccato; risa waldahud.

—Su imaginación es desaforada, Lansing. Oh, ha habido algún trabajo teórico sobre reacciones nova controladas, yo mismo he explorado un poco esa área, pero no podemos construir ningún escudo que proteja al bebé de una estrella yendo a nova a sólo cuarenta millones de kilómetros de distancia.

Keith no se dejó detener.

—Vale, entonces a ver esto: imaginemos que empujamos la nueva estrella de vuelta por el atajo. Cuando pase por el atajo, su tirón gravitacional desaparecerá, y el bebé quedará libre.

—La estrella se está alejando del atajo, no está yendo hacia él —dijo Jag—. No podemos mover el atajo, y si tuviéramos la capacidad de hacer dar la vuelta a una estrella, también tendríamos la capacidad de sacar a un objeto del tamaño de Júpiter de una órbita baja alrededor de la estrella. Pero no la tenemos —Jag miró en torno a la sala—. ¿Alguna otra brillante idea?

—Sí —dijo Keith, tras un momento. Miró directamente a Jag—. ¡Desde luego que sí!

Cuando Keith terminó de hablar, Jag quedó boquiabierto durante unos momentos, mostrando sus dos translúcidas placas dentales blancoazuladas. Finalmente ladró en tono atenuado.

—Yo… Sabía que tales cosas eran posibles, pero nunca se ha intentado en una escala semejante ni mucho menos.

Keith asintió.

—Comprendido. Pero a menos que tenga una sugerencia mejor…

—Bueno —dijo la voz de Brooklyn de Jag—, podríamos dejar al bebé darmat en órbita alrededor de la estrella. Asumiendo que siga vivo, una vez pongamos en su sitio el parasol, podría, teóricamente, vivir el resto de su vida (sea lo larga que sea) en órbita baja alrededor de la estrella. Pero si su plan no funciona, el bebé darmat morirá —la voz de Jag bajó de volumen—. Ya sé, Lansing, que siempre estoy buscando la gloria. Y ya que el papel que me asigna en su propuesta es crucial, sin duda conseguiría considerable gloria si tuviéramos éxito. Pero lo cierto es que la decisión no nos corresponde a nosotros. Normalmente, pediría el permiso del… del paciente, antes de intentar algo tan arriesgado como esto, pero no es posible en este caso, por el ruido de radio. De modo que sugiero que hagamos lo que tanto su especie como la mía hacen en estas circunstancias: preguntar al pariente más cercano.

Keith lo pensó, y luego asintió lentamente.

—Tiene razón, por supuesto. Yo estaba contemplando la visión general, el hecho de que si lo conseguimos sería estupendo para nuestras relaciones con los darmats. Maldición, a veces puedo portarme como un auténtico cerdo.