—No pasa nada —dijo Jag de buen humor, eligiendo no hacer caso de la desafortunada elección de frase de Keith—. Los rumores dicen que va a tener usted mucho tiempo para conseguir mejores modales.
Keith habló al micro.
—Starplex a Ojo de Gato. Starplex a Ojo de Gato.
El incongruente acento francés; Keith medio esperaba que la cosa dijera bonjour.
—Hola, Starplex. Está mal preguntar, pero…
Keith sonrió.
—Sí, tenemos noticias de vuestro hijo. Lo hemos localizado. Pero está en órbita baja alrededor de una estrella azul. Es incapaz de salir de allí por sus propios medios.
—Malo —dijo Ojo de Gato—. Malo.
Keith asintió.
—Pero tenemos un plan que quizá, repito, quizá, nos permita rescatarlo.
—Bueno —dijo Ojo de Gato.
—El plan es muy arriesgado.
—Cuantifica.
Keith miró a Jag, que levantó sus cuatro hombros.
—No puedo —dijo el humano—. Nunca hemos hecho algo así a esta escala antes. De hecho, sólo recientemente supe que era teóricamente posible. Podría funcionar, o podría no hacerlo, y no tengo manera de saber la probabilidad de cada caso.
—¿Mejor idea disponible?
—No. No, de hecho, es nuestra única idea.
—Describe plan.
Keith lo hizo, al menos tanto de él como el limitado vocabulario que habían establecido permitía.
—Difícil —dijo Ojo de Gato.
—Sí.
Hubo un largo período de silencio en la frecuencia usada por Ojo de Gato, pero mucho tráfico en los demás canales; la comunidad darmat discutía sus opciones.
Finalmente, Ojo de Gato habló de nuevo.
—Intenta, pero… pero… Doscientos dieciocho menos uno es mucho menos que doscientos diecisiete.
Keith tragó saliva.
—Lo sé.
La PDQ (con la físico cetácea Frentemellada) y la Rum Runner (con Jag y Morrolargo a bordo) fueron por el atajo al sector que contenía al bebé darmat. Trabajando en tándem, las dos naves desplegaron el parasol, del espesor de una molécula. Habían instalado motores a reacción en el marco del parasol, que disparaban en la dirección opuesta a la estrella azul para evitar que el viento solar se lo llevara. Una vez el bebé estuvo en la sombra, la temperatura de la superficie que encaraba la estrella empezó a bajar rápidamente.
Luego, 112 boyas construidas a toda prisa, cada una de ellas formada por el casco hueco de un watson con equipo especial instalado dentro, salieron por el atajo desde Starplex. Las dos naves-sonda usaron sus rayos tractores para disponerlas en órbitas imbricadas alrededor del bebé.
En una de sus altas y delgadas pantallas a bordo de la Rum Runner, Jag mostró un mapa hiperespacial mostrando el vertiginoso pozo de gravedad local con la estrella en el fondo. Las paredes del pozo eran casi perpendiculares tan cerca de la estrella; empezaban a inclinarse justo antes de encontrar al darmat en órbita. El bebé creaba un segundo pozo más pequeño.
Una vez las boyas estuvieron en posición, la PDQ se marchó, pasando junto al atajo sin atravesarlo, y continuando en esa dirección durante medio día. Finalmente todos estuvieron alineados en pulcra fila india. A un extremo estaba la Rum Runner. Seguía el bebé darmat. Cuarenta millones de kilómetros más lejos estaba la ígnea estrella azul. Trescientos millones de kilómetros más allá estaba el atajo, y a mil millones de kilómetros estaba la PDQ; Frentemellada estaba ahora a setenta y dos minutos luz de la estrella, lo bastante lejos como para que su espacio local fuera razonablemente plano.
—¿Listo? —ladró Jag a Morrolargo, en el tanque del piloto de la Rum Runner.
—Listo —ladró el delfín en waldahudar.
Jag tocó un control, y la red de boyas que rodeaba al bebé cobró vida. Cada boya contenía un generador de gravedad artificial, alimentado por la energía solar de la misma estrella contra la que estaba luchando. Despacio, al unísono, las boyas aumentaron sus emisiones, e igualmente despacio, un área empezó a aplanarse en uno de los muros del empinado pozo de gravedad de la estrella.
—Con cuidado —susurró Jag, vigilando su mapa hiperespacial—. Con cuidado.
El área siguió haciéndose más y más plana. Había que tener mucho cuidado para no aplanar el pozo de gravedad del darmat: si los efectos de la propia masa del bebé eran eliminados (era, al fin y al cabo, lo que lo mantenía unido), perdería cohesión, y se expandiría como un globo.
La emisión de las boyas siguió aumentando y la curvatura del espaciotiempo siguió disminuyendo, hasta, hasta…
La curvatura desapareció, como una meseta surgiendo de un lado del pozo. Era como si el darmat estuviera en el espacio interestelar, no a un tiro de piedra de una estrella.
—Aislamiento completo —dijo Jag—. Ahora saquémoslo de ahí.
—Activando hipermotores —dijo Morrolargo.
Las boyas de antigravedad se dispusieron como puntos en una esfera alrededor del bebé, pero ahora, con sus generadores individuales de hipercampo activados, la esfera pareció recubrirse de espejo, como una gota de mercurio flotando en el espacio. En cuestión de segundos, el globo se encogió hasta la nada y desapareció.
Las boyas estaban preprogramadas para alejar al bebé darmat de la estrella azul tan rápidamente como fuera posible. La PDQ esperaba cerca del punto por el que el darmat debería emerger del hiperespacio, lo bastante lejos de la estrella como para que el campo de hiperpropulsión se colapsara sin dificultades.
La Rum Runner se dirigió al mismo sitio, viajando con los propulsores. Al pasar cerca del atajo, llegó un mensaje de Frentemellada, desplazado hacia el azul a causa de la aceleración de la Rum Runner hacia su nave.
—PDQ a Morrolargo y Jag. Llegado el bebé darmat; asomó a espacio normal justo frente a mis ojos. Colapso de campo hiperpropulsor sin problemas fue. Pero bebé aún signos de vida no muestra, y responde no a mis saludos.
El pelaje de Jag se movió pensativamente. Nadie había sabido con seguridad si el bebé sobreviviría sin protección durante su breve trayecto por el hiperespacio. Incluso de haber estado vivo antes, el viaje podría haberlo matado. Enloquecedoramente, no había manera de saberlo.
La técnica de aplanamiento del espacio era arriesgada. En lugar de usarla ellos para que Morrolargo pudiera conectar la hiperpropulsión de la Rum Runner, volaron hacia su cita con la PDQ sólo con los reactores. Para matar el tiempo, y para no pensar en el destino del bebé, Jag se puso a charlar con Morrolargo que, para ser justos, estaba pilotando la nave en una línea absolutamente recta.
—A ustedes los delfines —dijo Jag— les gustan los humanos.
—Casi todos —dijo Morrolargo en agudo waldahudar.
Dejó que los controles de pilotaje se despegaran de sus aletas y puso la nave en automático.
—¿Por qué? —ladró Jag secamente—. He leído historia terrestre. Contaminaron los océanos en los que nadaban ustedes, les capturaron y pusieron en tanques, les atraparon en redes de pesca.
—Ninguno de ellos me ha hecho eso a mí —dijo Morrolargo.
—No, pero…
—Es la diferencia: generalizamos no. Concretos humanos malos hicieron concretas cosas malas; esos humanos no nos gustan. Pero al resto de la humanidad juzgamos uno a uno.
—Pero sin duda una vez descubrieron que eran ustedes inteligentes, les debieron tratar mejor.
—Humanos descubrieron que inteligentes éramos antes de que descubriéramos que inteligentes eran.