—¿Qué? —dijo Jag—. Pero debía ser obvio. Habían construido ciudades y carreteras, y…
—Vimos nada de eso.
—No, supongo que no. Pero navegaban en barcos, construían redes, llevaban ropas.
—Nada de eso tenía sentido para nosotros. Teníamos de tales cosas no concepto; nada con que comparar. Moluscos generan concha; humanos tienen ropas de tela. La cubierta del molusco es más fuerte. ¿Juzgar debíamos al molusco más inteligente? Dices que humanos construyen cosas. No teníamos concepto de construir. No sabíamos que hicieron los barcos. Pensamos que quizá los barcos vivos estaban, o habían estado vivos. Algunos sabían a madera, otros lanzaban productos químicos al agua, como hacen las cosas vivas. ¿Un éxito, cabalgar a lomos de barcos? Pensamos que humanos eran como rémoras para el tiburón.
—Pero…
—Ellos nuestra inteligencia no veían. Nos miraban de frente y no la veían. Y mirábamos a ellos y no la veíamos.
—Pero después de que descubrieran su inteligencia, y ustedes la suya, debieron ustedes darse cuenta de que les habían estado maltratando.
—Sí, algunos en el pasado nos maltrataron. Los humanos sí generalizan, se culparon a ellos mismos. Aprendido he desde entonces que el concepto de culpa ancestral, de pecado original, es para muchas de sus creencias el centro. Hubo casos en tribunal humano para determinar compensación para delfines. Esto tenía no sentido para nosotros.
—Pero ahora ustedes se llevan bien con los humanos, algo que mi gente tiene problemas para conseguir. ¿Cómo lo hacen?
Morrolargo ladró:
—Acepta sus debilidades, acoge sus virtudes.
Jag guardó silencio.
Finalmente, la Rum Runner llegó a su destino, a mil trescientos millones de kilómetros de la estrella, y a mil millones de kilómetros del atajo. Jag y Frentemellada se pusieron de acuerdo por radio sobre por qué trayectoria exacta iban a lanzar al bebé darmat, y luego activaron de nuevo las boyas gravitatorias, empujando y tirando del ser del tamaño de un planeta que, como planeaban, empezó a caer hacia la estrella, deslizándose por el pozo de gravedad del que acababan de sacarlo. Pero esta vez el atajo quedaba entre el darmat y la estrella; esta vez, si todo iba bien, el bebé tocaría el atajo, su aproximación algo acelerada por la atracción gravitatoria de la estrella.
Aun con los propulsores a toda potencia, a las boyas les costó más de un día llevar al darmat a las cercanías del atajo. Frentemellada lanzó un watson a través para avisarles de que, si todo iba bien, el bebé estaba a punto de emerger por su lado.
Cuando se acercaron al atajo, las boyas lucharon para frenar al bebé de manera que pasara despacio por el portal. Todo el rescate sería en vano si el darmat salía lanzado hacia la estrella verde cercana a Starplex. En cuanto lo frenaron hasta una velocidad razonable, ajustaron la trayectoria del bebé de modo que atravesara la esfera de taquiones con el rumbo exacto requerido.
Primero pasaron por el atajo algunas de las boyas gravitatorias, y luego, por fin, el bebé lo tocó. El punto empezó a ensancharse más y más, envolviendo al darmat, los labios púrpura primero rodeando, y luego tragándose, a la gigantesca esfera negra. Jag se preguntó qué estaría pasando por la mente del darmat durante la travesía, asumiendo que siguiera vivo.
Y si estaba vivo, y en algún momento recobrara la consciencia o lo que pasara por ello, entonces, se preguntó Jag, ¿qué pasaría si era presa del pánico? ¿Qué pasaría si no podía comprender que se encontraba mitad en un sector del espacio y mitad en otro? Podría detenerse a mitad de camino. Y si la bestia moría así, a mitad de camino por el atajo, podría no haber manera de sacarla. La abertura del atajo se ajustaba apretadamente al cuerpo que lo atravesaba, de modo que no podía haber un uso coordinado de generadores de gravedad por ambos lados. Y eso querría decir que la Rum Runner y la PDQ podrían quedarse atrapados allí para siempre, en el extremo del brazo de Perseo, a decenas de miles de años luz de cualquiera de sus mundos natales.
El darmat se estaba deformando un poco al moverse a través de la abertura, con la periferia del atajo presionando sobre él. La presión era normal, y el efecto en naves rígidas era despreciable, pero el darmat estaba formado sobre todo por gas; gas exótico de quarks-efecto, sí, pero gas. Jag temió que el bebé fuera partido en dos, de manera similar a su proceso reproductivo normal, pero posiblemente letal si ocurría inesperadamente. Pero parecía que el núcleo de la criatura era lo suficientemente sólido como para que el atajo no lo partiera del todo.
Finalmente el darmat completó la travesía. El atajo se colapso hasta su existencia adimensional habitual. Jag quería que Morrolargo atravesara inmediatamente el atajo para que pudieran ver el resultado de sus esfuerzos. Pero tanto ellos como Frentemellada a bordo de la PDQ tenían que esperar unas horas para estar seguros de que el darmat se había alejado lo bastante del atajo como para que una colisión, o simplemente el estrés causado por su enorme gravedad, no destruiría sus naves cuando asomaran por el otro lado.
Finalmente, después de que una sonda les indicara que podían pasar con seguridad, Morrolargo programó el ordenador para que los llevara a casa. La Rum Runner avanzó. El atajo se expandió, y pasaron al otro lado.
A Jag le costó unos instantes comprender lo que estaba viendo. El bebé estaba allí, sin duda. Y también Starplex. Pero Starplex estaba rodeada de darmats por todas partes, y la nave parecía muerta, con todas las luces apagadas.
XXIV
El punto del atajo empezó a expandirse, al principio como un alfilerazo violeta de radiación Soderstrom, y luego como un creciente anillo violeta. Lo primero que apareció fue una de las boyas gravitatorias construidas a toda prisa en Starplex, y luego otra, y otra. Se lanzaron a través del cielo como balas. Habían estado tirando del bebé darmat, pero como habían pasado por el atajo antes que él, quedaron desconectados de su masa y por tanto salieron despedidos hacia delante. Sin embargo, pronto el bulto del bebé darmat empezó a pasar, sobresaliendo a través del anillo púrpura en el cielo.
En el puente de Starplex Thorald Magnor dejó escapar un grito de victoria al que hicieron eco cientos más en toda la nave, ya que todo el mundo estaba viendo el espectáculo bien a través de las ventanas o por alguna pantalla.
Ojo de Gato y una docena de otros darmats adultos se acercaron al atajo, llamando al bebé. A través de los altavoces del puente PHANTOM emitió una traducción de lo que Ojo de Gato estaba diciendo, pero faltaban muchas de las palabras; el líder de los darmats no estaba limitando su vocabulario a los pocos cientos de palabras que Rissa y Hek habían aprendido.
—Adelante… adelante… hacia… estás… nosotros… ven… corras… no… adelante… adelante…
Rombo estaba usando la roseta de sensores del puente uno para vigilar la travesía del bebé, que de momento aún no había transmitido una palabra, al menos en cualquiera de las frecuencias cercanas a la banda de veintiún centímetros.
Lianne Karendaughter movía la cabeza.
—No se mueve por voluntad propia —dijo—. Debe estar muerto.
Keith rechinó los dientes. Si estaba muerto, todo esto sería para nada.
—Es posible —dijo al fin, intentando convencerse a sí mismo tanto como a Lianne— que un solo darmat no pueda moverse por sí mismo. Podrían necesitar usar la atracción y repulsión gravitatoria de los demás. El bebé podría no haber salido lo suficiente para eso.
—Adelante —dijo Ojo de Gato—. Adelante… ven… tú… adelante.
Keith nunca había oído a nadie intentar frenar el pasaje a través de un atajo antes; había una sensación tácita de que uno debía apresurarse a través, de que demorarse sería tentar al destino, por si la magia fallaba.