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—No, no, no —ladró Jag—. No, ¿no lo entiende? ¿No lo ve? No es sólo la explicación de un punto esotérico en la formación de galaxias. Se lo debemos todo, ¡todo! —El waldahud se agarró a una de las patas de metal de la consola de Keith y se alzó de nuevo sobre dos patas—. Se lo dije antes: sería casi imposible para las moléculas genéticas estables existir en una masa de estrellas densa, por los niveles de radiación. Únicamente porque nuestros mundos existen lejos del núcleo, en los brazos espirales, pudo originarse vida en ellos. Existimos, toda la vida hecha de lo que llamamos con arrogancia «materia normal», todo existe simplemente porque las criaturas de materia oscura estaban jugando con las estrellas, disponiéndolas en dibujos bonitos.

Thor se había dado la vuelta para mirar a Jag.

—Pero… Pero las mayores galaxias del universo son elípticas, no espirales.

Jag levantó sus hombros superiores.

—Cierto. Pero quizá modificarlas sea demasiado costoso, o se tarde demasiado tiempo. Incluso con comunicaciones más rápidas que la luz, con «radio-dos», se tardaría decenas de miles de años para que una señal pasara de un extremo de una galaxia elíptica al otro. Quizá sea demasiado para un trabajo en equipo. Pero para galaxias medianas como la nuestra o Andrómeda, bueno, cada artista prefiere una escala, ¿no? Un tamaño de lienzo favorito, o preferencia por historias cortas o novelas. Las galaxias medianas son el medio, y… y nosotros somos el mensaje.

Thor asentía.

—Jesús, tiene razón —miró a Keith—. ¿Recuerda lo que Ojo de Gato dijo cuando le preguntó por qué había tratado de matarnos? «Haceros. No haceros.» Mi padre también lo decía, cuando estaba enfadado: «Te traje a este mundo, chico, y te puedo sacar de él». Lo saben; los darmats saben que su actividad es lo que ha hecho posible nuestro tipo de vida.

Jag estaba perdiendo el equilibrio de nuevo. Finalmente se rindió y se dejó caer sobre las cuatro patas traseras; parecía un centauro achaparrado.

—Vaya un golpe para el ego —dijo—. Uno de los mayores. Antes, cada una de las especies de la Commonwealth había pensado que su mundo era el centro del universo. Pero, por supuesto, no lo éramos. Luego dedujimos que la materia oscura debía existir, y, en cierto sentido, eso fue aún más humillante. ¡Quería decir que no sólo no éramos el centro del universo, sino que ni siquiera estábamos hechos de lo que estaba hecha la mayoría del universo! Somos la espuma de la superficie de un estanque, atreviéndonos a pensar que somos más importantes que toda el agua del estanque.

»¡Y ahora esto! —su pelaje danzaba—. ¿Recuerdan lo que dijo Ojo de Gato cuando le preguntaron cuánto tiempo hacía que había surgido la vida de materia oscura? «Desde el principio de todas las estrellas combinadas», dijo. «Desde el principio del Universo.»

Keith asintió.

—Dijo que tenían que existir desde hace tanto. ¡Tenían! —el pelaje de Jag ondulaba—. Pensé que sólo era una postura filosófica, pero tenía razón, por supuesto. La vida tenía que existir desde el principio de este universo, o tan cerca del principio como fuera físicamente posible.

Keith miró fijamente a Jag.

—No lo entiendo.

—¡Somos unos idiotas arrogantes! —dijo Jag—. ¿No lo ve? Hasta hoy, a pesar de todas las lecciones de humildad que el universo nos ha enseñado, aún intentamos adoptar un papel central en la creación. Creamos teorías cosmológicas que dicen que el universo estaba destinado a crearnos, que tenía que hacer evolucionar vida como la nuestra. Los humanos lo llaman el principio antrópico, mi gente lo llama el principio aj-waldahudingralt, pero todo es lo mismo: la arraigada, desesperada necesidad de creer que somos significativos, que somos importantes.

»En física cuántica hablamos del gato de Schrödinger o del kestoor de Teg; la idea es que todo son potencialidades, sólo frentes de ondas, sin resolver, hasta que uno de nosotros, importantes observadores, aparece, echa una miradita, y por el hecho de mirar, provoca el colapso del frente de ondas. Nos permitimos pensar que así funciona el universo, incluso aunque sabemos perfectamente bien que el universo tiene muchos miles de millones de años y que ninguna de nuestras especies alcanza el millón.

»Sí —ladró Jag—, la física cuántica quiere observadores cualificados. Sí, es necesaria la inteligencia para determinar qué posibilidad se convierte en realidad. ¡Pero en nuestra arrogancia pensamos que el universo podía funcionar durante quince mil millones de años sin nosotros, y aun así que estaba predispuesto de algún modo para darnos origen! ¡Qué soberbia! Los observadores inteligentes no somos nosotros, seres diminutos aislados en un puñado de mundos en toda la vastedad del espacio. Los observadores inteligentes son las criaturas de materia oscura. Han estado convirtiendo galaxias en espirales durante miles y miles de millones de años. Es su intelecto, sus observaciones, su consciencia, lo que impulsa al universo, lo que otorga realidad concreta a las potencialidades cuánticas. Nosotros no somos nada, ¡nada!, aparte de un fenómeno local reciente, una mancha de moho en un universo que ni nos necesita ni le importa que existamos. Ojo de Gato tenía toda la razón al decir que éramos insignificantes. Este es su universo, el universo de los darmats. ¡Lo crearon, y nos crearon también a nosotros!

XXV

Keith estaba en su oficina del puente catorce, mirando las últimas noticias de Tau Ceti. Los informes eran bastante telegráficos, pero en Rehbollo, las fuerzas leales a la Reina Trath habían terminado con la insurrección en su contra, y veintisiete conspiradores habían sido ejecutados sumariamente por el método tradicional de ahogarlos en barro hirviente.

Keith dejó la tablilla. El informe era difícilmente creíble; era la primera vez que se sabía de algún tipo de altercado político en Rehbollo. Pero quizá fuera cierto, aunque más probablemente era que el gobierno quería distanciarse desesperadamente de una iniciativa desastrosa.

Sonó una campanilla, y la voz de PHANTOM dijo:

—Jag Kandaro em-Pelsh está aquí.

Keith exhaló.

—Que pase.

Jag entró y se sentó en una polisilla. Sus ojos izquierdos miraban a Keith, pero el par derecho estudiaba la habitación en la instintiva modalidad de lucha-o-escapa.

—Supongo que en este punto —dijo— tendré que rellenar uno de esos formularios que les gustan tanto a ustedes los humanos.

—¿Qué formulario? —dijo Keith.

—El formulario para dimitir de mi posición a bordo de Starplex, por supuesto. Ya no puedo servir aquí.

Keith se levantó y se permitió estirarse.

Tenía que empezar por algún sitio; la madurez, el estadio después de la crisis de mediana edad, la paz. Tenía que empezar por algún sitio.

—Los niños juegan con soldados de juguete —dijo Keith, mirando a Jag—. Las especies infantiles juegan con soldados de verdad. Quizá sea hora de que todos nosotros crezcamos un poco.

El waldahud guardó silencio durante un largo momento.

—Quizá.

—Todos tenemos lealtades grabadas en nuestros genes —dijo Keith—. No le presionaré para que dimita.

—Sus comentarios asumen que soy culpable de algo. Lo rechazo. Pero aun si fuera cierto, todavía no lo comprende. Quizá… quizá su gente nunca entenderá a la mía —Jag hizo una pausa—. Y viceversa también, por supuesto —otra pausa—. No, es hora de que vuelva a Rehbollo.

—Queda mucho trabajo por hacer aquí —dijo Keith.