– Bueno, parece que vamos a ser compañeros durante mucho tiempo… -comenzó a hablar Vishniac.
Todos se conocían, había dado tiempo a que en mayor o menor grado, todos los miembros del proyecto misión a Marte se conociesen. Jenny había hablado un par de veces con Susana, Lowell con Herbert, con quién compartían la afición de los viajes. Vishniac no se había relacionado prácticamente con casi nadie, igual que Luca, pero habían estado ahí, cerca, en múltiples ocasiones. No eran extraños, sin embargo tampoco eran aún un equipo.
– Con esta asignación se puede decir que está prácticamente concluida la primera fase del entrenamiento para el viaje del Ares. A partir de ahora esto va a ser una carrera contra reloj. Dentro de cuatro meses comenzaran a elevarse las partes del Ares. En otros nueve meses más estará todo en órbita. Un par de meses para ensamblaje y pruebas de acople y estaremos llegando a la ventana de inyección en órbita transmarciana con un mes de margen.
Herbert miraba a aquel hombre y leía la seguridad de que iría en el viaje, pasase lo que pasase. Él sentía algo así, pero no con la fría intensidad de aquella mirada. Se preguntó brevemente si habría algo detrás de aquellos ojos, si esa determinación de titanio habría terminado, tras muchos años de ejercerla, por comerse todo lo que pudiera haber habido en él de humano.
Lowell era mucho más normal. Parecía un hombre perfectamente competente, un inglés delgado y algo quisquilloso. Podría haber sido insoportable en su infinito amor por la precisión, pero le salvaba su ironía británica.
Susana era algo mucho más complejo. Tema un aspecto frágil, en nada compatible con sus aptitudes. Era una rubia delicada, no muy alta, ni con aspecto de resolución. Engañaba. Herbert la había visto actuar, cuando en el simulador apretaba la mandíbula y tomaba los mandos en una emergencia desaparecía esa sensación de desamparo como por ensalmo. Sólo así había podido llegar hasta allí, claro.
– Como decía tenemos mucho camino aún por delante. El entrenamiento ha ido bien, pero aún funcionamos aislados, cada uno en su campo. Y hay otros aspectos también a tener en cuenta y que en anteriores viajes espaciales no habían sido tan críticos.
Vishniac sonrió. Tenía captada la atención de todos, incluso de sus pilotos.
– El señor Kerrigan les terminará de explicar.
Vishniac dio una orden por su comunicador y la puerta de la sala se abrió. Entró un hombre joven, pequeño, delgado y con mucho pelo. Tenía las gafas, grandes y doradas, como colgadas de la nariz. Se sentó tras sonreír con amplitud.
– Buenos días. Soy el asesor psicológico de su grupo.
Hubo remover de cuerpos en las sillas.
– Tranquilos, no va a haber más test, ni nada por el estilo. Las pruebas de selección están terminadas y no tienen nada que ver con mi tarea. Mi trabajo es conseguir de ustedes un equipo indisoluble, cualquier cosa que eso signifique. Ya mucho esta hecho, ningún aspectos de su formación y de cómo han sido elegidos se ha dejado al azar. Como comprenderán, no hay otro modo de hacerlo. Van a pasar mucho tiempo juntos allá arriba, durante el viaje y después en Marte. Y tienen que colaborar y mantenerse con vida en circunstancias difíciles, en el profundo espacio y en la superficie de un planeta. Eso significa que la cohesión intergrupal debe ser inquebrantable…
«No va ser nada traumático, se lo aseguro».
Algún tiempo después Herbert comenzó a reírse. Las piernas le flojearon y se revolcó en el barro pegajoso de aquel pantano de Georgia. El resto de los componentes del grupo, totalmente empapados de lluvia, hartos de cargar las pesadas mochilas por kilómetros de terreno pegajoso buscando el puñetero punto base, le miraron con incredulidad. Aquellas misiones de cohesión grupal estaban empezando a ser un fastidio, pensaban todos. Ya habían recorrido el desierto, los Apalaches y la selva tropical cumpliendo las etapas que les habían marcado, y ahora Herbert enloquecía bruscamente.
Al final, Susana se acercó, un poco preocupada.
– ¿Te ocurre algo?
Herbert apenas podía articular palabra, no conseguía tranquilizarse lo suficiente como para coger aire y explicarse. Seguía riendo y riendo, mientras la lluvia caía como una metralla acuática sobre el bosque.
Luca se acercó a dónde Susana se había arrodillado y la siguió Jenny, a medias sacando el botiquín de la mochila. Herbert hizo un signo con las manos de tranquilidad. Pero seguía sin poder hablar. Al final pareció tranquilizarse un poco.
– ¿Os acor…? ja, ja. ¿os acordáis de… Kerrigan? Ja, ja.
– ¿Qué sucede Herbert? -Susana ya estaba medio sonriendo.
– Nada, nada… ja, ja,… dijo, dijo… «no va a ser nada traumático» dijo…, el tío… ja, ja, ja.
Primero Susana… luego Jenny, uno a uno todos fueron contagiándose de la hilaridad explosiva de Herbert. Poco a poco fueron doblándose y sucumbiendo a la gracia de la situación mientras la lluvia los calaba hasta los huesos. Sólo quedaron en pie, sonriendo pero sin dejarse atrapar por la ola de salvaje liberación. Vishniac y Luca. Se miraron durante un instante, la sonrisa torcida en el rostro, los ojos de hielo, luego miraron al grupo de aguerridos astronautas revolcándose en el barro y riendo como niños y no dijeron nada.
7
Susana colgaba en posición vertical sujeta por un correaje y dentro de un saco térmico en uno de los módulos de la estación espacial Beta. Intentaba dormir. Una suave corriente de aire fresco la llegaba hasta el rostro. Era muy importante, si durmiendo la corriente dejaba de fluir respiraría una y otra vez el aire a su alrededor y moriría intoxicada por su propio dióxido de carbono. Si cerraba los ojos, se sentía en la más suave cama que jamás hubiera podido imaginar, pero no podía mantenerlos así mucho tiempo. Era la excitación del viaje, de los preparativos, el despegue, el acople con la estación espacial. No era la primera vez que subía a órbita. El más novato de la expedición había contabilizado ya más de dos meses de estancia en la estación espacial ultimando la preparación para el viaje. Pero daba igual, era imposible sentirse indiferente ante aquello. Susana se agarró a una de las correas que la mantenían sin derivar constantemente por el habitáculo y miró por la ventanilla. Afuera había un fulgor azul y marrón y una curvatura monstruosa. Sí, la Tierra seguía aún ahí abajo, muy cerca.
Volvió a mirar al techo. Era la luz, el cambio en los ciclos circardianos y la bioquímica de la melanina la que no la permitía dormir. ¿O no? Escarbó más dentro aún y no, no era eso. Había un miedo intenso y muy oculto que la contaminaba de ansiedad. Había llegado muy lejos, más de lo que nunca hubiera soñado, más de lo que ella había creído posible.
Aún allí, en la antesala del viaje, cuando, si todo iba bien, su equipo podría ser elegido para ir a Marte, todavía tenía que luchar contra la sensación de incertidumbre, de saber si iba a ser lo suficientemente dura y capaz para soportar el viaje más peligroso y fascinante que el ser humano hubiera emprendido nunca.
La Academia del Aire había sido un lugar duro. A pesar de que había bastantes mujeres, el ejército aún no había asumido del todo su presencia, menos si una de ellas aspiraba a pilotar el EF-IV, la élite de la élite en aeronáutica, y menos aún si iban superando prueba tras prueba y terminaban obteniendo el número uno de la promoción. Ninguno de sus mandos estuvo cómodo con ese resultado por lo que cuando Susana decidió pasarse a la ESA hubo muchos suspiros de alivio.
No fue una retirada, sólo la búsqueda de un desafío mayor. Sabía cual era su futuro en el ejército:
volar unos años y luego vegetar en un despacho militar hasta abandonar y pilotar un avión comercial. Eso hubiera sido relajarse, dejar de demostrarse a si misma hasta dónde podría llegar. Y no había nada más adecuado a sus necesidades de dificultad que la carrera espacial.