Vishniac interrumpió el silencio reverente.
– En unas horas comenzarían a acercar los tanques autopropulsados. Cuando empiecen el trasvase tendremos que estar fuera, así que tenemos un par de horas para explorar la nave.
La nave ya tenía presión y energía, así que, por turnos, fueron entrando en una escotilla de la parte central. La primera tanda, Susana, Herbert, Luca y Lowell emergieron de la cámara de descompresión. No era su Ares, no la encontraban familiar.
Sin decir una palabra, comenzaron a derivar por los habitáculos. Vishniac, Lowell y Susana corrieron a la cabina del Belos. Los demás flotaron por los pasillos.
La perspectiva era totalmente diferente. La ingravidez lo cambiaba todo y se movían con torpeza por un espacio que conocían al dedillo en el simulador.
Jenny, entró resoplando, en la segunda tanda de visita. Abrió mucho los ojos y en cuanto se libró del traje, tarea que apenas le costó un minuto con el nuevo diseño modular, se dejó arrastrar hasta una pared y permaneció allí agarrada, mirando aquel tubo hueco y rodeado de cajas y equipos variados. Era uno de los cuatro habitáculos rotatorios que permanecían anclados al fuselaje principal de la nave y que luego rotarían dando una fracción de la gravedad terrestre. Eran grandes, de unos quince metros de largo y cinco de diámetro. Su interior estaba diseñado para tener una orientación abajo-arriba que coincidiese con la dirección de la fuerza centrífuga. En ingravidez nada parecía tener sentido y Jenny tuvo que esforzarse por conseguir una perspectiva correcta. Sabía que no tardaría en adaptarse. En cuanto su cerebro tradujese las coordenadas espaciales de la nave a un sistema de referencia diferente al que tenían ahora, que era la gravedad de la tierra, del simulador de la NASA-ESA.
La sensación les duró apenas una hora. En ese tiempo pudieron curiosear todo aquello que ya conocían. No había diferencias, todos los sistemas parecían responder exactamente igual que en el simulador.
Vishniac y Susana permanecieron en la cabina de la Belos toda la hora que tenían hasta que las operaciones de carga en los tanques comenzaron. Vishniac, una vez sentado y sujeto por veleros, ojeó un poco aquel habitáculo posando la vista aquí y allá. Era una mirada profesional, segura.
Susana tardó un poco más en concentrarse en los mandos, computadoras y sistemas de la cabina. Afuera, más allá del parabrisas, había muchas estrellas.
– ¿Qué piensas Susana? Tenemos aún que hacer un par de listados de chequeo.
– Eh. Nada, ¿has visto?
– A ver… sí, Orion, y aquello es Ophiuco… Ya has estado aquí arriba antes. No me dirás que te impresiona.
– Sí, he estado dos veces más, pero nunca sentada a los mandos de una nave que me llevará hasta Marte. El simulador es casi igual, pero hay una leve diferencia.
– Sí, la hay. Lo llaman el factor psicológico. En cualquier simulador, por bueno que sea, siempre sabes que no vas a morir de verdad. Y aquí… bueno, tienes que verlo como una tarea más. Hay que verlo así, si no te comerá la responsabilidad.
Encendieron los monitores de plasma. Obedientemente los cuatro computadores de a bordo se inicializaron y comenzaron a mostrar parámetros de estado. Las alarmas de bajo combustible aparecieron en rojo hasta que Vishniac entró en el modo mantenimiento e introdujo el código de seguridad del comandante para poder anularlas.
– Vete cantándome el chequeo, Susana.
Susana abrió un menú en su pantalla de copiloto y apareció un listado con una larga lista de items a comprobar de los sistemas de abordo. En principio los computadores eran capaces de comprobar todos los elementos ellos solos y sacar un resumen de fallos, pero una larga tradición aeroespacial hacía que también fuese necesaria una comprobación por los tripulantes.
– Carga de termocouplers.
– Ok.
– Termogeneradores. -Seis, operativos.
– Presión sistema neumático.
– Verde.
Abajo, Fidel flotaba por los espacios amplios y blancos de lo que sería su hogar durante los nueve meses del viaje. En estanterías bien apiladas había sitio para colocar muchos paquetes, equipos de laboratorio y equipos de mantenimiento. Todos tenía su sentido, cada caja, cada hueco, tenía su diseño perfectamente estudiado. Miró uno de los paneles, una pantalla de plasma multifución, como en toda la nave. El, hasta llegar a Marte, sería el encargado de verificar los niveles de reciclaje de agua y aire. También debería cuidar de los experimentos biológicos en microgravedad. Estaba razonablemente seguro que aquella carga experimental que agobiaría a toda la tripulación se había incluido meramente para que la tripulación no se aburriera en el viaje.
Flotando, vestido con el mono interior del traje de vacío, comenzó a acariciar las superficies plásticas, impolutas, y recordó involuntariamente la nevera. Parecía que había pasado una eternidad desde aquella tarde de verano en su cabaña de los Andes.
Fidel apartó aquellos recuerdos y regresó al aséptico módulo científico de la Ares. No era buena idea empezar a pensar ahora en eso, porque corría el peligro de echarse atrás y eso era algo que, desde luego, no deseaba. Pero ahora se sentía, por primera ver, realmente lejos de su familia. Estaba en otro mundo. El mundo metálico, estrecho e ingrávido de la Ares.
Y la Ares le llevaría aún más lejos, a 130 millones de kilómetros de aquella cocina inundada de sol.
8
Luca no entendía a qué tantos nervios.
Para empezar, él nunca había dudado que ellos serían los elegidos para ir a Marte. Lo había sabido desde el día que había echado la solicitud en la NASA-ESA, desde el mismo momento en que había pulsado el botón de enviar en su correo electrónico. Normalmente si se marcaba un objetivo solía cumplirlo. Era sencillo, sólo tenía que trazar un plan, optimizarlo y luego dejarse llevar y tratar los imprevistos de la mejor forma posible. No le costaba mucho. Sólo las circunstancias no controlables, Murphy, podía ponerle pegas y si se minimizaban sus oportunidades de fastidiar, todo solía ir bien.
Miró a su alrededor. A su izquierda, en la Belos, se encontraba Jenny. A la derecha su panel de ingeniería. Delante los tres pilotos se afanaban con las comprobaciones y últimos chequeos. Sonrió como un gato satisfecho. Los cuatro ordenadores marchaban al unísono, todos los sistemas estaban en verde.
Indolentemente, pulsó una secuencia de comandos. En el monitor de plasma de su panel apareció un esquema de la órbita de inyección transmarciana.
Cinco días antes, mientras los demás celebraban el haber sido elegidos como el equipo que iría a Marte, había repasado todos los cálculos del JPL para aquella órbita. Era inconcebible que hubiera un fallo en aquellos limpios cálculos orbitales, no obstante Luca iba dentro de aquella lata de guisantes y ellos no. La diferencia de punto de vista hacía que comprobar los parámetros no fuese una tontería. No había encontrado fallos. Insertarían en el perigeo de la órbita Hohman transmarciana en… cinco minutos. Comprobó el nivel de los tanques de combustible criogénico, las turbobombas parecían estar operativas. El sistema de calefacción de conductos también. El inyector y la bujía de quemado estaban ya cargados.
No le gustaban aquellos cohetes químicos. El hubiera preferido un motor nuclear tipo Nerva, o mejor aún uno tipo Vasimir, o aún el sistema de restos de fusión de rubia, cualquier cosa menos los lentos cohetes químicos. Pero, como sucede con los proyectos y organismos tan grandes, prevaleció una prudencia exagerada unida a la moratoria para emplear combustible nuclear en el espacio. Idiotas. En un mes con una trayectoria directa, empujados por un par de megavatíos nucleares, hubieran podido estar en Marte. Viajar arrastrándose, nueve meses de lenta agonía, rotando como peonzas en aquellas latas importadas de la estación espacial, le desesperaba.