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– Tres minutos para ignición. -Anunció Vishniac.

Lo cierto es que ya poco tenían que hacer. El encendido, la modulación del empuje, la corrección de actitud, todo quedaba en manos de los ordenadores. Sólo podían comprobar que todo iba correctamente, y si no era así, rezar porque el fallo se produjese dentro del abanico de trayectorias de seguridad, aquellas que les llevarían de vuelta a la Tierra.

En la pantalla brillaba la órbita transmarciana de mínima energía, una mitad de circunferencia cuyo centro era el Sol. Tendrían que acceder a una variación de velocidad de 4 Km/s en el perihelio de esa órbita al Sol para inyectarse en la trayectoria que interceptaría a Marte en el afelio, dentro de 257 días. El resto del viaje sería cuestión del señor Kepler y Newton y esos nunca fallaban. Luca se relajó.

– Dos minutos para ignición.

Todos podían ver el reloj en el cuadro de mandos, no hacía falta que Vishniac dijera nada. Viejos hábitos de piloto. Respiró fuerte, durante el viaje habría más de aquello. Nueve meses de ida, un mes de disfrute en Marte, y otros nueve meses de vuelta. Eran dieciocho meses de soportar posibles tormentas solares, la lluvia de radiación cósmica, el desgaste de huesos y músculos, y de convivencia difícil, para un mes de visita al planeta rojo. Bueno, se suponía que con ejercicio y con los nuevos tratamientos ucranianos la perdida de calcio y glóbulos rojos quedaba reducida a un escaso 4%. Se tocó disimuladamente el bíceps. Le iban a arruinar el tono de aquel cuerpo que tanto apreciaba.

En cuanto a la convivencia… los demás siempre le habían parecido máquinas muy simples, sería cuestión de darles lo que pedían y así no le molestarían demasiado.

Volvió a mirar la pantalla.

Tema grabada en la cabeza la secuencia de despegue. De un vistazo comprobó que los parámetros a controlar estaban todos bien. Se había iniciado el circuito de alimentación de las turbobombas. Iban a quemar muchas toneladas de oxígeno e hidrógeno y el circuito ya funcionaba en bucle, para calentarse. A la orden del ordenador se abriría una válvula, los flujos de oxígeno e hidrógeno líquido se mezclarían, se expandirían, una chispa los haría reaccionar y un torrente de fuego saldría por la tobera sometiéndolos a casi 2 ges de aceleración.

Tenían puestas las escafandras. En todas las maniobras de riesgo como aquellas se calaban el casco y el traje ligero por si alguna fuga de presión les dejaba sin aire. Se volvió con dificultad y le dio un suave codazo a Jenny a su derecha. La doctora tenía los ojos pegados al reloj. Se volvió y le miró intrigada. Luca le sonrió.

Ella hizo un amistoso ademán de pegarle y luego también le sonrió. Había armonía entre ellos, los psicólogos parecían haber trabajado bien en seleccionarlos y cohesionarlos.

– Un minuto para ignición.

Susana, Vishniac y Lowell permanecían ocupados, atentos a cualquier mal funcionamiento de los sistemas para pasar a manual la función que fuese necesario. Los ordenadores de a bordo prácticamente no necesitaban ayuda, pero el soporte humano seguía siendo considerado indispensable. Era algo que Luca nunca había entendido muy bien. Si un sistema cuádruple redundante como el de aquella nave no podía hacerse cargo de ella, nada sería capaz. La secuencia, el momento y la posición en que el empuje de los motores tenía que ser modulado era algo muy delicado, tenía que hacerse adecuadamente para insertarse en la trayectoria elegida. Si fallaban podían errar Marte por mucho. Había métodos para hacerlo manualmente, los habían probado en el simulador hasta que tenían una porcentaje de éxitos aceptable, pero todos sabían que sin el ordenador era muy difícil conseguirlo.

Luca comprobó una vez más que todo estaba bien y levantó la vista de su panel de ingeniería. Aunque había cosas que no le gustaban de su diseño, tenía que reconocer que aquella masa de intrincados componentes era toda una belleza. Escuchó atentamente: las tripas de la Ares se revolvían, le llegaban variados zumbidos y chasquidos de la estructura dilatándose y contrayéndose al recibir el calor del Sol por una cara si y la otra no.

Luca vio a la Ares como una bestia acumulando tensión para un brutal salto. Esos chasquidos eran sus músculos tensos, dispuestos a soltar toda la energía acumulada.

– Quince, catorce, trece…

La cuenta atrás, dada por la voz computerizada del ordenador era neutra, no inducía a la preocupación, sólo informaba.

– Diez, nueve, ocho, siete…

Luca volvió a sumergirse en la intrincada información de ingeniería.

Todo iba bien, la secuencia de acciones que iban a desembocar en la ignición se estaba desarrollando perfectamente. Luca mantenía un ojo siempre puesto en el sistema de referencia inercial. Para poder orientar y efectuar el disparo en la dirección correcta, el computador de la nave tenía que tener información concreta y actualizada de su posición y orientación milésima de segundo a milésima de segundo. El sistema, en las cercanías de la Tierra, tomaba su referencia del sistema de posicionamiento global GPSII, y mantenía su referencia por un sistema de triples inerciales láseres. Luego, lejos de la Tierra, tendría que orientarse por un sistema automático que identificaba estrellas y deducía posiciones y actitudes a través de ellas.

– Cinco, cuatro, tres, dos, uno, ignición.

Hubo un rugido apagado, lejano. Las turbobombas gimiendo transmitieron su vibración a toda la nave. Luego, tras el inicio del quemado, la nave entera comenzó a absorber aceleración. Los anclajes de los asientos, las cuadernas del fuselaje, todo crujió. El metal y el plástico, que hasta ese momento sólo soportaban la presión interior de una atmósfera, comenzaron a acusar la componente de aceleración. Hubo quejidos, chasquidos, vibraciones que aumentaron de frecuencia.

Para ellos el golpe fue más brusco de lo esperado. No eran las 4 g verticales del transbordador, pero la aceleración de un par de ges partiendo de la anterior ausencia de peso, fue como si una mano enorme los aplastase contra los asientos.

Luca miró el panel. Todo verde, las secuencias de encendido habían sido correctas, y los cuatro motores J-3 funcionaban al 90% de potencia total con leves oscilaciones de ajuste. Todo el crítico sistema de posicionamiento parecía ir como la seda. Los cuatro ordenadores calculaban constantemente las correcciones de rumbo a los motores de control de actitud y estabilizado. Las ordenes parecían coincidir siempre en las tres unidades de cálculo y se aplicaban con corrección. En la pantalla de la trayectoria largas ristras de cifras y una representación de la órbita real y la teórica que coincidían casi punto por punto. Luca sonrió.

– Informe ingeniería.

– Trayectoria correcta. Doscientos segundos para apagado de motores.

Iban hacia Marte, otra etapa más parecía cumplirse.

Un asiento detrás, Herbert también había visto la órbita y sabía lo suficiente de mecánica celeste para comprender que todo iba correctamente. La espalda le dolía ligeramente, sabía que la aceleración no duraría mucho y que había superado los exámenes médicos, que había sido su mayor miedo en la selección. Estaba allí arriba, rumbo al planeta rojo. No podía dejar de ver las máquinas a su alrededor, todo el inmenso esfuerzo técnico y económico que había logrado construir y poner en marcha aquella nave. Pero para él el viaje era algo más, no sólo la técnica. El viaje eran ellos, siete personas y aquel vacío aterrador que mordía con hielo y fuego en el exterior. Tenía ganas de saltar, de recorrer a brazadas el espacio que les separaba de Marte. En seguida le volvió la conciencia de que aún quedaban muchos días y se relajó.

No sólo es llegar -se dijo- sino cómo llegar. Siempre había sido así, el camino era lo importante, la cima un regalo que se obtenía de recorrer la senda correcta, pero que no era importante en sí.