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– Así es -admitió Luca-. Pero para saberlo con certeza habría que meter ese chip en un laboratorio mejor de los que tenemos aquí.

Susana se acercó y tomó el chip de manos de Vishniac. Lo miró de cerca, como preguntándose algo. Luego se lo devolvió y se fue hacia la escala que conducía a la escotilla.

– Tengo muchas cosas que hacer. Supongo que este asunto está resuelto ¿no?

Cuando ya Susana había desaparecido, Vishniac dijo en voz baja:

– Sí, parece que sí. Bueno, cada uno a lo suyo entonces. Jenny quédate un momento por favor.

Cuando todos hubieron salido, Vishniac miró a Jenny en silencio. Durante un momento Jenny creyó ver dudas en aquella mirada impenetrable. Luego la impresión pasó.

– Jenny ¿qué puede ser esa caída de tensión?

– Oh, puede no ser importante. Un desarreglo hormonal por la menstruación, un ciclo metabólico un poco bajo, el efecto de la ingravidez y de la masa circulatoria. Tengo que verlo más despacio.

– Pero también puede ser…

– ¿Cáncer? No lo creo. Podría ser síntoma de un cáncer linfático, sí, pero no lo creo.

– ¿Qué dosis de radiación llevamos absorbida?

– Aproximadamente la misma que si hubieses vivido diez años al lado de una masa granítica. No es preocupante aún.

Jenny, hay algo que me preocupa. El protocolo para una enfermedad grave.

– Todos lo conocemos André, todos.

Ya, pero una cosa es saberlo y otra el efecto que tendrá en nosotros si tenemos que aplicarlo.

– Eso es cierto, pero todos aceptamos un riesgo al subir. Estamos en manos de Dios. Él no nos dejará morir. Y si lo quiere, será porque encaja en sus planes. No hay que preocuparse de eso. No creo que la idea de la muerte propia, y la de otros, no haya sido considerada por cada uno de nosotros.

– Sí, tienes razón. Además de qué vale preocuparse por los problemas antes de que lleguen.

– Sí. Ya te informaré de los resultados.

Jenny partió hacia la unidad médica, un pequeño espacio en el módulo opuesto al de reunión que ocupaban. Se conocía el trayecto de tal modo que podía hacerlo hasta con los ojos cerrados. Recorrió los dos tubos, uno hasta el eje subiendo, y otro hasta el laboratorio, bajando, y sólo cuando se sentó enfrente de la computadora médica, se dio cuenta de que había llegado y estaba sola. Lentamente elevó la mano hasta la altura de los ojos. El pulso le temblaba ligeramente.

«André tiene razón -pensó-una cosa es saber algo y otra aceptarlo». Y ella no lo aceptaba. Había mentido, pero la presión enorme que sentía sólo con pensar en contradecirse de aquel modo. No había sido consecuente, tenía que haber declarado sus creencias, pero no lo hizo, el viaje era muy importante, lo era todo.

Sin saber por qué recordó a su padre. Había muerto dos años atrás, en un accidente aéreo en El Salvador. Le hubiera gustado que supiese de aquel viaje, aquella aventura en que su hija, callada y tímida, había conseguido enrolarse. Lo echaba de menos, siempre lo haría, pensó. De algún modo había algo más, algo relacionado con su padre que aún le dolía. Sabía que aquello la había impedido mantener una relación el suficiente tiempo como para que hubiese alguien en la Tierra, fuera de los amigos, que la esperase al regreso. Aquello dolía y lo apartó con prisa de su mente. Tenía mucho trabajo, un largo viaje por delante. Ya habría tiempo de solucionar aquello más adelante.

Lentamente, casi con renuencia, comenzó a preparar el equipo para un exhaustivo control de la salud de toda la tripulación incluida ella misma.

10

La Ares tenía varios telescopios ópticos de pequeño tamaño. A pesar de su falta de diámetro, la imagen de Marte que proporcionaban ya mejoraba la del Hubble II. El planeta era un circulo rojo, a veces empañado de cierta neblina, pero en el que se distinguían grandes accidentes sobre todo la gran cicatriz del Valle Marineris cruzando el hemisferio sur. A pesar de la cercanía, y de que en cuanto tenían un rato libre todos se afanaban en curiosear con los telescopios y las imágenes digitales que producían, sólo comenzaron a ser conscientes de que el largo viaje estaba terminando cuando la computadora comenzó la cuenta atrás para la inyección en la órbita marciana.

– Veinte horas, tres minutos, diez segundos para ignición.

Se inició en ese momento un periodo de mucho trabajo para la tripulación de la Ares, sobre todo para Luca. Control de misión tema perfectamente planificadas todas las tareas que se necesitaba hacer sobre la nave antes de iniciar el frenado. Control de misión -refunfuño Luca-, ellos no estaban allí y él sí. Por eso había rehecho las secuencias de una forma más eficiente. Claro que el ordenador no parecía estar de acuerdo y tuvo que convencerlo. Le costó un poco más de trabajo, pero el resultado compensaba, le dejaba más tranquilo.

Antes de iniciar la secuencia de anclaje de los habitáculos rotatorios Luca se paseó por ellos. En cuanto detuviese la rotación lo que no estuviese sujeto comenzaría a flotar descontrolado. En cuanto los motores comenzasen a decelear, sería aún peor ya que todos los objetos flotantes se convertirían en proyectiles que podría provocar muchos destrozos. Recorrió el laboratorio, los habitáculos personales, descendió por el conducto de comunicación y revisó los otros dos módulos. Luego volvió a la cámara, en el eje de rotación donde confluían los conductos de acceso a los dos módulos rotatorios, a la popa, y a la Befos. Allí es donde estaban los controles para el plegado y anclaje. Destapó una chapa de la pared e hizo descender un panel. Estuvo un rato estudiando los parámetros de rotación y luego ordenó la secuencia de parada. Pequeños cohetes de hidracina se encendieron oponiéndose al giro y poco a poco los largos brazos metálicos se detuvieron. Luca controlaba su posición por los sensores y por las cámaras exteriores. No era una operación crítica, pero no se fiaba. Una desestabilización demasiado severa podría partir las estructuras de los brazos de soporte. No eran estructuras muy fuertes, no hacía falta en la ingravidez del espacio. Ese era el motivo por el que tenían que plegarlos, no soportarían las dos ges de deceleración en el frenado. En cuanto los brazos se detuvieron, Luca comprobó si estaban alineados con los puntos de anclaje. No era así. Activó los controles hasta que los habitáculos giraron diez grados más. En cuanto estuvieron alineados desactivó los bloqueos y lanzó la secuencia de plegado. Mientras los motores eléctricos en los codos de las articulaciones comenzaban a doblar la estructura, Luca pensó en los últimos 256 días. No había habido ningún problema mecánico. Los partes a Houston habían sido siempre limpios. Quitando el EV-3, un par de roturas en juntas, un motor averiado y algún problema eléctrico todo lo demás había ido como la seda. Sonrió para sí. Las máquinas, si están bien hechas, son seguras y fiables. No se podía decir lo mismo de la tripulación. Había pasado aquellos meses ocupado en las tareas de mantenimiento o estudiando los sistemas de la Belos o repasando los perfiles de las misiones en superficie. Se había trazado una rutina y no alejarse de ella le había sido sencillo. Otros no lo había tenido tan fácil. Era su problema. A veces los seres humanos eran patéticos, no sabían seguir una estrategia clara y se dejaban arrastrar a inútiles tormentas emocionales. Como Susana y sus problemas con Vishniac y Lowell, o Fidel echando de menos sus hábitos de tranquilo profesor universitario, o Jenny. Bueno, quizá Jenny no, se dijo, ella sería una monja aburrida tanto en el espacio como en la Tierra.