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Cuando los viajes espaciales son tan dilatados en el tiempo están rodeados de todo tipo de dificultades y peligros. El cuerpo humano ha evolucionado durante más de 3.000 millones años siempre sometido a la fuerza de la gravedad propia de la Tierra, y cuando se le priva de ella por un período largo de tiempo sufre deterioros muy importantes principalmente en su sistema óseo y muscular, siendo este último especialmente peligroso ya que afecta al músculo cardíaco. Pero no son los fisiológicos los únicos problemas. Decía Charles Berry el médico jefe de los astronautas de la NASA que: «Los problemas sicológicos consecuencia de la exposición de los seres humanos a viajes de larga duración en vehículos pequeños, muy poco confortables, con constante sensación de peligro, etc., pueden ser mucho más graves que los problemas de tipo fisiológico». De todos es conocida la agresividad mutua que surge entre dos personas que están un largo período de tiempo encerrados en un sitio muy pequeño. Valeri Ryumin un experto cosmonauta de la antigua Unión Soviética escribió en su diario de a bordo, que luego fue publicado como documento científico: «Si se pretende favorecer la posibilidad de que se cometa un crimen lo más apropiado es encerrar a dos personas durante dos meses en una habitación de sólo 4x6 metros».

La sensación de peligro que padecen los astronautas en circunstancias como estas es muy grande. Ellos saben que una vez que se haya iniciado el viaje con el encendido del cohete que empuja a la nave a la órbita de transferencia, comienza un «viaje sin retorno» puesto que hasta que no se llegue a Marte y se complete la estancia allí, no se podrá regresar y el regreso durará del orden de 9 meses. Esto es consecuencia de que las naves espaciales que siguen órbitas keplerianas van a la deriva, es decir no van impulsadas por ningún cohete que se pueda apagar. La nave deberá seguir esa órbita hasta alcanzar su destino. No es posible frenar y dar marcha atrás. Cualquier incidente que ocurra, una avena, una enfermedad, un accidente, etc., tendrá que ser solventada dentro de la propia nave.

Tampoco es posible una misión de rescate. Al tener que lanzarla después de la misión original la alineación entre Marte y la Tierra ya no será favorable y habrá que esperar 25 meses para que lo sea, un lapso de tiempo impensable para que una misión de este tipo pueda ser efectiva. Los tripulantes de la nave que vaya a Marte sabrán que su vida estará en grave peligro hasta el mismo día de su llegada a la Tierra y ésta es una situación que termina por quebrantar los nervios de cualquier persona aunque haya sido entrenada para ello y tenga un temperamento de acero.

Evidentemente existen algunas estratagemas que alivian en parte varios de estos problemas aunque no los resuelven por completo. Se puede utilizar navegación gravitacional, un método de viajar por el espacio ideado ya hace muchos años por un joven estudiante italiano que trabajaba para la NASA en California. Consiste en hacer que la nave espacial robe energía cinética de algún cuerpo celeste pasando muy próximo a él. El cuerpo celeste, un planeta o una luna, reducirá su velocidad de rotación como consecuencia del robo, pero la disminución será tan pequeña que resultará insignificante dado que la masa de este cuerpo siempre será mucho más grande que la de la nave. Por el contrario la nave puede sufrir un cambio significativo en su velocidad o en su dirección al pasar cerca del cuerpo celeste dado que la energía cinética que roba tiene un valor importante con respecto a la suya propia. Este procedimiento no acorta la duración del viaje, por el contrario la alarga, pero evita el tener que esperar 16 meses en Marte, pudiendo reducir este período a sólo 2 ó 3 meses. Sin embargo este sistema tiene contrapartidas negativas ya que la nave debe acercarse bastante a Venus para hacer sobre él la maniobra de navegación gravitacional, y esa es una región del espacio interplanetario bastante caliente, por lo que deberá ir muy bien protegida térmicamente lo que implica mayor peso, cohete lanzador más potente y por consiguiente mayor coste.

Otra posibilidad es hacer el viaje con dos naves. Una primera que irá sin tripular deberá transportar a Marte el habitáculo que ocuparán los astronautas mando estén allí, una fábrica de combustible para obtener en el propio planeta el combustible necesario para el regreso y algunos otros equipos adicionales pesados. Cuando esta nave llegue a Marte pondrá en funcionamiento robóticamente la planta química que a partir del dióxido de carbono existente en la atmósfera marciana producirá metano y oxígeno líquidos que podrán ser utilizados como combustible para el cohete que se utilice en el regreso. Cuando se disponga de ese combustible se podrá enviar la nave tripulada que será mucho menos pesada que cuando el viaje se efectúa con una sola nave. Al ser más ligera podrá hacer el viaje de ida a través de una órbita mucho más energética y por tanto más rápida.

«Stranded» es una magnífica novela de ficción científica que nada tiene que envidiar a las que se publican por autores extranjeros. Sin ir más lejos las cuatro últimas novelas publicadas en los EE. UU. sobre vuelos tripulados a/o desde Marte, que las cuatro han sido llevadas al cine, son sin lugar a dudas muy inferiores a la de Juan Miguel Aguilera y Eduardo Vaquerizo y reflejan muy torpemente las circunstancias que rodearían a un viaje real al planeta, lo que no ocurre con «Stranded», que por cierto también ha sido llevada a la gran pantalla.

Estoy seguro que los que lean este libro quedarán asombrados con todo lo que se cuenta en sus páginas y a partir de entonces seguirá con entusiasmo los progresos de la tecnología espacial hasta que lo que se cuenta en la novela llegue algún día a convertirse en realidad. Mi más sincera felicitación a los autores.

Madrid, 28 de agosto de 2001

Luis Ruiz de Gopegui

1

El Sol lo era todo. No había ya cielo, tierra, no había sabana, ni existían los Ohafa, sólo un brillo intolerable que ardía en lo alto; una furia ígnea, descomunal, que devoraba el universo a gigantescos bocados ardientes.

Cerró los ojos y volvió a bajar la cabeza para evitar que el resplandor le quemase las retinas aún más. La piel le ardía, y tenía los labios completamente despellejados. Se pasó la lengua, hinchada y seca, por ellos y el dolor se hizo insoportable. Intentó variar la postura. Un agudo pinchazo, intenso y localizado cerca del omoplato derecho le recordó su lesión de espalda. El círculo que habían trazado para él en la tierra no incluía ningún apoyo, hubiera sido mucho pedir. Hizo un esfuerzo por concentrarse y colocarse de modo que la postura fuese fluida y en equilibrio. Luego suspiró quedamente.

Quedaba poco tiempo para que el Sol se ocultase tras la roca que tenía a su derecha y dejase de torturarle hasta el día siguiente. El sitio parecía haber sido escogido con habilidad, el sol caía a plomo sobre él, pero no durante todo el día, ni en las horas más duras.

Entrecerró los ojos y miró al horizonte. La sabana, una infinita y amarilla extensión de hierba seca, se extendía a su alrededor. Sólo enormes baobabs y espinos destacaban aquí y allá. Grandes animales se guarecían bajo los árboles. El sol, el inmenso sol de Africa parecía abrir sus fauces de fuego sobre todo el paisaje y masticarlo lentamente.

El Sol crece, dicen los ritos Ohafa, crece y se hace tan grande que se come al cielo primero y después amenaza con comerse también a la tierra. Sólo el valiente que lo espera y enfrenta lo evitará.

«¿Valiente…? Valiente tontería», pensó como había pensado cien veces antes durante los dos días que llevaba allí, encerrado en el círculo mágico.

Había acudido a Ohafa de vacaciones. Durante los últimos años el trabajo en el JPL había sido intenso. Investigando el sistema solar desde sondas robots casi había olvidado cuánto le gustaba explorar con su propio cuerpo, viajando. Ohafa era una de las reservas etnosterra de la Unión de Estados Africanos. Dentro de esas reservas el siglo XXI e incluso el XX estaban prohibidos, por tanto eran sitios donde aún cabía la aventura.